17 junio 2004

La guerra y la demagogia como argumentos políticos perennes

La comisión parlamentaria de investigación que indaga en los hechos del 11 de Septiembre de 2001, ha llegado a la conclusión de que aquellos salvajes atentados terroristas, no fueron organizados desde Irak. Esta resolución, una de tantas que alcanzará la citada comisión, es muy sencilla de entender y de descifrar y además, algo redundante, porque si algo se sabe casi desde el primer momento, es que el origen, la idea de atentar contra uno de los símbolos norteamericanos y occidentales por excelencia, partió de algunas cavernas afganas donde el agreste régimen talibán, cobijaba a Bin Laden.

Pero curiosamente, el PSOE, a través de su Secretario de Organización, ha llegado a una conclusión por inferencia realmente asombrosa. Si los atentados del 11-S no fueron organizados en Irak, la invasión aliada para derrocar a Sadam no estaba justificada y mucho menos, el incontestable apoyo político, pero militarmente testimonial, prestado por José María Aznar y su Gobierno a la intervención. ¡¡Gracias a Dios!! Menos mal que estos nuevos ilustrados de la Era de las Telecomunicaciones, han llegado hasta nosotros para hacernos ver lo que no hemos logrado leer entre las criptográficas líneas redactadas por los investigadores del 11-S.

En vista de estos impactantes descubrimientos llevados a cabo por el PSOE, su infando Secretario de Organización, José Blanco, se ha apresurado a exigir al anterior Gobierno que pida perdón a los ciudadanos españoles por haberlos engañado, pues al no tener el 11-S su raíz en Irak, el asalto contra la dictadura de Sadam no estaba justificado.

Espectacular ejercicio de torsión argumental y sobre todo, de la realidad, al que nos invita este insignificante personaje. Hasta donde yo sé, que es hasta donde yo creo que sabe la inmensa mayoría de la población, la intervención aliada en Irak se justificó -y se apoyó desde el Gobierno del PP- en virtud de la más que posible existencia de arsenales de armas de destrucción masiva en suelo iraquí, que eran susceptibles de ser utilizados por el tirano contra su población -como ya lo había hecho en otras ocasiones-, contra estados vecinos o incluso contra países de Occidente -posibilidad más que remota, desde luego-.

La mentira pues, es la que entreteje Blanco y no otra, como miserablemente, intenta hacernos ver.

Esta permanente recurrencia a las tesis con las que trataron de erosionar al anterior Gobierno y con las que dinamitaron la voluntad popular en las vísperas de las elecciones del 14-M, debería empezar a cansar y a poner sobre aviso incluso a sus propios votantes y simpatizantes. A los demás no nos pilla de sorpresa, pero a los suyos, algo debería empezar a darles en la nariz.

Yermos de iniciativa y calidad política, como demuestran sus inagotables y vergonzantes tropiezos jurídicos y administrativos y henchidos de ánimos de revancha y desquite contra el anterior Gobierno, como evidencia su extenuante carrera derogatoria, plasmada en la aniquilación del PHN o de la LOCE, los dirigentes socialistas se siguen agarrando al clavo ardiendo de la guerra de Irak para esconder sus miserias y continuar golpeando a su adversario. En lugar de enfocar sus esfuerzos hacia el bien común de los ciudadanos y hacia la correcta gestión económica y política de la Nación, pierden el tiempo -o tal vez intentan ganarlo para sí- convirtiéndose en la oposición de la Oposición, algo realmente inaudito en un sistema democrático.

Pero son listos, muy listos al actuar de este modo. Una gran parte de la opinión pública española está tan narcotizada y tan adormecida por las tesis simplistas y demagógicas que con tanta pericia manosean los socialistas y sus acólitos en torno a los orígenes y a las consecuencias del apoyo español a la intervención aliada en Irak, que seguramente aquélla prestará más atención y le dará más importancia a esta nueva falacia, que a las docenas de barbaridades y estupideces que han perpetrado desde que hace dos meses, el gobierno de la Nación cayera, manchado de sangre y cubierto de mentiras, en sus manos.

Lucio Decumio.

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