Pues eso, que el estío ha llegado para todos, incluidos aquellos que viven de las noticias o que "bloggean" a partir de ellas, como es mi caso. Es frustrante no encontrar absolutamente nada interesante sobre lo que arrojar mi atención. Bueno sí, miento. La salvaje ola de incendios forestales que afecta a toda la Península Ibérica me tiene notablemente preocupado. Hasta donde yo sé, que en este caso reconozco que no es mucho, creo recordar que hace unos años se aprobó una ley en España mediante la cual se prohibía la comercialización, durante un largo período de tiempo, de la madera que había resultado quemada en estos incendios.
Para quienes no lo sepan, hasta hace no mucho, la compra de este tipo de madera -cuya validez para su conversión en cualquier tipo de bien es virtualmente la misma que aquella que se corta limpiamente en los bosques- se hacía a unos precios irrisorios. Como bien sencillo es de imaginar, este vacío legal favorecía especialmente los intereses de la industria maderera y convertía a los incendios forestales en atractivas tragedias -ya se me entiende- para los dueños de las grandes manufacturas carpinteras.
Pero, insisto, creo que la Ley echó el cierre a ese circo de intereses, pues las nuevas normas tendieron a demorar la venta de la madera quemada en incendios forestales durante el suficiente tiempo como para que aquélla perdiera toda la valía que su compra-venta inmediata generaba.
Pese a todo, los incendios forestales continúan asolando y arrasando inmensas áreas boscosas, no sólo de España, sino de muchas zonas de Europa. Y no digamos ya los que vienen afectando en los últimos veranos a algunos estados norteamericanos, a distintas zonas de Canadá y algunas regiones y países del Sudeste Asiático. Si la memoria no me traiciona y creo que no, recuerdo que hace dos o tres años hubo un incendio en los bosques de Sumatra -Indonesia, para los desubicados- de tal calibre y magnitud, que las columnas de humo llegaron a nublar los cielos de Singapur, Malasia y la propia Indonesia, aparte de poder verse desde las lanzaderas espaciales situadas en la órbita terrestre.
Y me quiero detener especialmente en las cifras que se manejan en Portugal, porque ponen la carne de gallina. Para que los millares de lectores de esta página se hagan una idea, en la vieja Lusitania han ardido en los últimos días unas 55.000 hectáreas de bosque. Esto, traducido a kilómetros cuadrados, arroja la espeluznante cifra de 550. O lo que es lo mismo, haciendo la cuenta de la vieja, hagámonos ante un formidable rectángulo de 55 kilómetros en sus dos lados más largos y 10 kilómetros de longitud en los más cortos. Y para los más acostumbrados a leer el Marca, decir que esa extensión de terreno correspondería a unos 75.000 campos de fútbol. Si a estas alturas, alguien no se ha impresionado con estos datos, es que es uno de los pirómanos que ha desencadenado este holocausto arbóreo.
Mientras, en España no se nos han quemado los tiestos y las plantas de nuestras terrazas, precisamente. Salamanca, Cáceres, Burgos y alguna que otra provincia, han visto arder miles y miles de hectáreas de superficie arbolada. Pese a las modificaciones legales de que hablaba previamente, seguimos en las mismas. Sinceramente, desde la óptica de un escéptico irredento como yo, no termina de tener demasiado sentido que esta devastación medioambiental tenga lugar todos los veranos, en las mismas fechas y de modo tan sistemático, pese al calor que se apodera de nuestras tierras en el estío.
A la vista de esta concatenación de desastres, debo inferir que la quema de los bosques, pese a las medidas legales que se han introducido en los últimos años, tiene que seguir siendo un negocio redondo para multitud de desalmados. Y supongo que los beneficios se verán incrementados a medida que nos vayamos trasladando a países cada vez más próximos al Tercer Mundo, cuyos gobernantes estarán seguramente más preocupados por enriquecerse obscena e ilegalmente a costa del bienestar de sus ciudadanos y la salvaguarda del medio ambiente, que por otra cosa.
Así que yo me hago una pregunta y se la hago a todos los lectores; ¿A quién interesa y beneficia que se sigan produciendo estas catástrofes? Admito sugerencias y la primera de ellas, que me llegó involuntariamente desde un despreocupado comentario de mi hermana mientras veíamos un telediario de fin de semana, la hago constar aquí.
Los informativos de todas las cadenas de televisión se las ven y se las desean para cerrar su parrilla informativa durante estos días de verano en que la actividad política, social y económica cae hasta mínimos difícilmente soportables. Y los incendios forestales son una noticia que produce el suficiente impacto como para mantener la atención de los televidentes y rellenar preciosos minutos de programación ofreciendo datos que interesen al vulgo, pues la sensibilización que existe en España en torno a estas hecatombes es bien conocida. El desolador aspecto de los montes calcinados, las impresionantes tomas de bomberos y retenes contra incendios que se la juegan ante las mismas narices del fuego, las gigantescas llamaradas que se elevan por encima de las copas de los árboles, las entrevistas a los desesperados vecinos de las localidades colindantes....
No sé, no sé....
Lucio Decumio.
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