Definitivamente, debo darme la razón en las frases que redacté sobre las vacaciones el pasado día 1 de Agosto. Volver de las mismas cuando sabes que en la oficina te esperan con el cuchillo entre los dientes, es traumático. El Inbox de mi Outlook tenía más de 140 mensajes no leídos, así que la idea de tratar de ponerme al día cuanto antes, ha quedado postergada de inmediato. Muchos de mis lectores sabrán perfectamente cuán desasosegante es la sensación de impotencia que le invade a uno al percatarse de que tardarás semanas en ponerte al día. En fin, habrá que hacer de tripas corazón, tomárselo con la mayor calma posible y aprovechar al máximo la última semana de Agosto, en la que se presume que aún quedan muchos veraneantes desperdigados por los cuatro puntos cardinales y tratar de recomponer de la mejor manera posible el desaguisado.
Es curioso. Pese a que mis responsabilidades jerárquicas en la empresa son virtualmente nulas, la sensación de agobio por la cantidad de tareas que se me agolpan crece pareja y exponencialmente al presentimiento de que cuanto más trabajo saque adelante y mejor lo haga, menos reconocimiento de rango obtendré y más intrincadas y enrevesadas labores tendré que afrontar.
Me gustaría saber cuándo se impartieron en mi colegio, instituto y universidad las asignaturas de mamoneo, trapicheo, peloteo, conchabeo, embustes, traiciones, estafas, fraudes y engañifas, porque yo no las vi en ningún programa de estudios, ni observé a nadie que llevara bajo sus brazos o en sus carpetas los libros o apuntes de estas materias y sin embargo, el mundo está lleno de doctores y másters en estas disciplinas. Sobre todo, me agradaría saber las razones por las que me perdí aquellas clases, que de tanto me habrían servido para ocupar una posición socio-económica algo más preeminente que la que disfruto actualmente.
Bien, dejaré de quejarme sobre la mala suerte que creo que me azota en el plano económico y laboral, con el fin de no ofrecer una sensación de resentimiento social que no se correspondería estrictamente con la realidad. Habrá mejores momentos -o peores, según se mire- para la crítica social en general, a partir lógicamente de mi propia experiencia personal.
Y voy a terminar con unos párrafos acerca de los que sospecho que muy poca gente puede estar en desacuerdo. Cada año, indefectiblemente, y siempre a partir del 15 ó 20 de Agosto, las editoriales más influyentes de nuestro país nos bombardean, fundamentalmente a través de la televisión, con la más variopinta y en ocasiones descabellada oferta de coleccionables, fascículos y demás zarandajas, que en ocasiones como las que pasaré a describir a continuación, le dejan a uno realmente perplejo y estupefacto.
Sin ir más lejos, este año yo he podido contemplar en TV los anuncios de tres coleccionables por fascículos que son para tirarse al suelo y hacerse el muerto. El primero de ellos, es uno que se entrega en cuerpo y alma a glosar los cascos más famosos de la Historia. Tal y como lo leéis, queridos amigos. Aunque parezca mentira, alguien se ha preocupado de elaborar una colección a base de fascículos y miniaturas que habla sobre los cascos más célebres de la Historia. Particularmente, me resulta de todo punto incomprensible como un artilugio tan simple como un casco, puede dar que hablar durante 50 ó 70 entregas. Y es que aunque se pongan a narrar con pelos y señales las ocasiones que se le cayó el chisme al general o emperador de turno, las veces que rebotó contra el suelo, cómo se detuvo y cómo lo limpió su propietario de polvo y paja, el asunto no hay por dónde cogerlo. Lo de regalar un casco diferente con cada fascículo supera de largo, los límites del peor de los ridículos. Y si te pones a pensar en los individuos que pueden gastarse su dinero en cumplimentar una colección de estas características, la primera idea que se te cruza por la cabeza es la de desdeñar cualquier esperanza de futuro para la Humanidad.
Otra serie recientemente puesta a la venta, también con sus correspondientes fascículos y piececitas, tiene como fin último la recreación de un Citroën Xsara de competición, para su posterior uso como coche teledirigido. Y yo me pregunto y pregunto a los amantes del modelismo ¿no sería más sencillo comprárselo de una sola vez y montarlo en casa en una tarde, que esperar 76 semanas a tener todos los componentes? O más sencillo aún; comprar el coche enterito, ponerle un poco de gasolina y ¡¡hala!! a la Casa de Campo a hacer trompos con él. Sinceramente, hace falta ser memo para entregarse a hacer una colección tan singularmente inútil.
Pero el más chirriante, grasiento y grimoso de todos los coleccionables que he visto por TV es uno que se centra única y exclusivamente en el cantante Raúl. Además he creído ver, no sin alarma ni pasmo, que con cada uno de los fascículos se hace entrega a la quinceañera de turno de un variado y estridente set de bisutería de "Todo a 100 liras" que rezuma cutrerío hasta el espasmo. Y lo peor de todo es que el propio cantante sale en pantalla anunciando el coleccionable de marras. Eso sí, haciendo gala de la misma convicción que mostraría si tuviera que negar su homosexualidad.
Sinceramente, yo creo que detrás de estos productos se esconde algo más. Urjo a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado a que investiguen la cada vez más prolífica aparición de coleccinables absurdos que no tienen ningún sentido y que obligatoriamente han de generar pérdidas a las editoriales que los publican. ¿Qué logran con ello? ¿ayudas del Estado? ¿desgravaciones tal vez?, ¿lavar dinero negro de otras organizaciones?.
Y jugando a ser Fox Mulder, los anuncios de estos productos, ¿no podrían ser mensajes cifrados entre organizaciones terroristas? ¿o tal vez entre entidades extraterrestres?. Si las colecciones son tan grotescas y disparatadas, ¿por qué no pueden serlo sus objetivos últimos?
Lucio Decumio.
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