A cada año que pasa, más me cuesta llegar hasta las inmediaciones de las fechas en las que tengo previsto partir de vacaciones. Hasta hace no mucho tiempo, yo creía que tanto la falta de gasolina para afrontar el último trecho laboral antes del merecido descanso estival, como la depresión y el agobio post-vacacional, sólo eran los grimosos quejidos de todos aquellos que buscan cualquier pretexto con el que puedan justificar sus ausencias en la oficina, o su bajo rendimiento laboral durante los días de estío.
Pero no, de un par de años a esta parte, me he dado cuenta de que en esa vacua palabrería -casi funcionarial, diría yo- repleta de disculpas, había un notable componente de verdad y de razón. Sólo me queda una semana para marcharme a pasar unos días a Palma de Mallorca con mis amigos, pero tengo la sensación de que todavía me resta un lustro para tomar el avión que hasta allí me lleve. Y si me paro a pensar en la vuelta, cuando me encuentre el Outlook adornado con un millón de líneas paralelas en negrita, advirtiéndome de que tengo otros tantos correos electrónicos pendientes de leer, se me caen los palos del sombrajo.
Por lo menos, me marcho este fin de semana al pueblo de mi madre; sí a esa pequeña villa que reposa plácidamente en las mismas faldas de la Sierra de Gredos y de la que es oriundo Julián Muñoz, alias "Cachuli", a quien me parece, según he leído hoy en el periódico, que le quedan muy pocos telediarios al frente de la alcaldía de Marbella.
En resumen, que la asfixiante llegada de Agosto a través del hirviente pasillo que le abrió el mes de Julio, nos ha dejado en la práctica sin noticias de calado y a un modesto servidor huérfano de ideas para sus comentarios.
Lucio Decumio.
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