31 diciembre 2004

Ofensiva

Antes de meter las manos en la harina política que hoy quiero amasar, me gustaría hacerme un par de preguntas, hacérselas a mis fieles lectores y también trasladárselas, aunque sólo sea de un modo cibernético y virtual, al Gobierno de España. ¿En virtud de qué razones admite el Gobierno de Zapatero y el Ministerio de Cultura el dictamen positivo de la comisión de expertos que les asesoraban en el caso de los legajos de la Generalitat, sitos en el Archivo Nacional de Salamanca, para que éstos se desliguen del citado archivo y se trasladen a Cataluña, mientras que por otra parte, obvia las consideraciones del Consejo de Estado en torno a la Ley de matrimonios homosexuales que el Ejecutivo desea sacar adelante?

¿Es acaso más y mejor la sabiduría y la preparación de un grupo de presuntos expertos nombrados casi a dedo, que la que puedan demostrar los consagrados juristas que integran el Consejo de Estado? Yo creo sinceramente que no, pero con o sin Consejos, con o sin comités de expertos, las facturas y los impuestos hay que pagarlos y más si hablamos de tributos políticos que permiten seguir aferrándose a las barandillas del Poder unas semanas más, aunque sea a costa de dividir, polarizar y enfrentar a los españoles de aquí y allá.

A cada día que pasa, más me convenzo de que en el próximo referéndum sobre la Constitución Europea, hay que abandonar casi cualquier análisis relacionado con la propia Carta Magna y sus consecuencias para España en el contexto europeo y abordar esta consulta en clave absolutamente interna, con el fin de castigar al Gobierno de Zapatero y obligarle a un adelanto de las Elecciones Generales en 2005.

En fin, la polémica que rodea al traslado de los documentos presuntamente incautados por las tropas franquistas a la Generalitat tras la Guerra Civil, da para un extenso y prolijo entretenimiento literario, que hoy sin embargo, no abordaré.

Donde hoy quiero extenderme es en la aprobación del nauseabundo Plan Ibarreche en el Parlamento Vasco. Hoy, día 30 de Diciembre de 2004, puede convertirse en el punto de partida de un proceso de no retorno hacia la ruptura de lo que hasta hoy hemos conocido como España. Con todo, es difícil hacer una previsión de cuáles serán los acontecimientos que nos hará llegar el futuro más próximo, pero lo que sí que es seguro, es que lo que hoy ha sucedido en el Parlamento Vasco -una institución, no lo olvidemos, emanada de la voluntad popular, de la Constitución y de las leyes que nos amparan a todos los españoles- es el penúltimo paso y no el primero, de lo que es el mayor ataque contra nuestro sistema de libertades y contra la Nación Española en su conjunto.

En otros artículos ya me he explayado lo suficiente acerca de lo que siempre he considerado como una indisimulada comunión de intereses entre el muy mal llamado nacionalismo democrático vasco y sus ramificaciones violentas y mafiosas. El fin que ambos han perseguido, ha sido históricamente el mismo, pues ETA y sus tentáculos polítics y sociales no son sino una escisión y una derivación hacia la violencia de las alas más radicales del Partido Nacionalista Vasco, allá por los años sesenta.

Desde entonces, el pulso que ambos, cada uno desde sus posiciones, han sostenido contra el Estado, ha sido intenso e ininterrumpido. Primero, amparados por la falsa cortina de legitimidad que les otorgaba su condición de resistencia armada contra el franquismo y después, una vez instaurada la democracia en España, utilizando hábil y torticeramente los resortes y los mecanismos del Estado de Derecho para hacerlo saltar desde dentro y alcanzar sus programas de máximos. En esta segunda etapa, la palanca etarra y la cuña batasuna, han jugado un papel fundamental y cada vez que la primera tendía hacia su oxidación y la segunda hacia su putrefacción en virtud de la acción de los Cuerpos de Seguridad y del Estado de Derecho, PNV, EA e IU, acudían prestos y raudos en auxilio de tan críticas herramientas, sin las cuales, jamás habrían llegado hasta donde ahora se encuentran. Lo que hoy ha sucedido, es el ejemplo más clarificador de cuanto afirmo.

Sólo los ciegos, los contemplativos y los necios no han querido ver. El nacionalismo vasco, así como el catalán, envueltos por las mantas que en cada momento les convenía, sólo han buscado durante los últimos 25 años un único objetivo, cual es la destrucción de la Nación Española y la implantación en las comunidades autónomas de su influencia, de regímenes excluyentes y xenófobos, basados en el etnicismo más rancio y en el odio acervo y profundo a cuantas señas de identidad cultural, social y económica, han compartido aquellos territorios desde la noche de los tiempos con el resto de España.

Ahora se plantea el gran desafío. Ibarreche y los suyos -incluyo por supuesto en ese grupo a ETA y Batasuna- han jugado extraordinariamente bien sus cartas. Han puesto a nuestra Nación, que desgraciadamente se encuentra en manos de un Gobierno débil, pusilánime y entreguista, ante una situación de hechos consumados. En teoría, ahora le toca hablar al Parlamento de la Nación. El texto aprobado en el Parlamento Vasco ha de pasar a la Carrera de San Jerónimo y allí, si todo transcurre con normalidad, debe ser rechazado por la mayoría de los diputados, compuesta fundamentalmente por los integrantes de los grupos socialista y "popular".

Y digo bien cuando hablo de un proceso normal, porque si bien tengo por cierto que los parlamentarios del Partido Popular votarán en contra y demostrarán su lealtad y su compromiso con la Nación y con los ciudadanos a los que representan, no acabo de estar seguro acerca de la postura que finalmente adoptarán determinados sectores del Partido Socialista, especialmente, los diputados elegidos al Congreso por el Partido Socialista de Cataluña, pues, ¿qué clase de razonamiento podrían esgrimir para rechazar una propuesta de modificación estatutaria del País Vasco como la que plantea Ibarreche, mientras esperan aprobar la que en un futuro nada lejano pretende llevar a cabo Maragall? El rupturismo, el oportunismo ante la debilidad del Gobierno de la Nación, la división entre los españoles y el enfrentamiento social, son las divisas que marcan de modo indeleble ambas propuestas, aunque sus máximos adalides las vengan envolviendo desde hace mucho tiempo con arrulladores y narcotizantes cantos de sirena.

La esquizofrenia política que hace presa del PSOE es mi máxima preocupación. Si estuviéramos hablando de un partido cohesionado, firme en sus convicciones nacionales y con voz unitaria, sólida e inconfundible desde todos sus rincones provinciales y regionales, las propuestas de Ibarreche primero y la de Maragall después, serían desactivadas como se desactivan las bombas en las películas americanas; el héroe corta el cable que hay que cortar y luego se va al lecho con el bombón de turno.

Pero lo que más me estremece es su liderazgo melífluo, frágil y falto de creencias y opiniones encepadas en lo que es España, en lo que significa, en los sacrificios que los españoles de todo signo, condición u origen han tenido que padecer hasta hacernos llegar hasta donde hemos llegado. España, señor Rodríguez Zapatero, no es patrimonio de esta generación de españoles y ni mucho menos, coto privado de la actual generación que la gobierna. España es el legado que nos han dejado nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, tatarabuelos y todos los antepasados que han pisado, labrado y sangrado en esta tierra, por esta tierra y para esta tierra.

Nos encontramos ahora en una gran encrucijada. Otrora confiada y segura de sí misma, España se encuentra virulentamente zarandeada por pequeños reyezuelos taifas a los que se ha dejado engordar y crecer de forma desmesurada y que para nuestra desgracia, han alcanzado su máxima musculatura política precisamente en el instante en que quienes tienen la obligación de hacerles frente, son los más párvulos, mentecatos e imprudentes gobernante que cupiera imaginar.

Con todo, el más que previsible rechazo del Parlamento nacional a las enfebrecidas imposiciones soberanistas de Ibarreche, no va a detener a este maestro del disimulo y del engaño. Con o sin la aprobación del Parlamento, convocará un referéndum en el País Vasco para determinar el grado de apoyo que tiene su salivazo entre la población vasca, pues cree y en su delirio y en su enajenación a muchos se lo ha hecho creer también, que el pueblo vasco es soberano para decidir acerca de su propio futuro y de los vínculos que le han de unir al resto de los pueblos de España.

En este contexto, son las Elecciones Autonómicas Vascas que se celebrarán en mayo, la auténtica clave de la cuestión. Un Ibarreche fortalecido en esos comicios, con un respaldo mayoritario de los votantes, se sentirá capaz de cualquier cosa y de proseguir hasta sus últimas consecuencias, con el desafío lanzado. Sólo una respuesta cabal, sensata y decidida de los vascos de bien en esas elecciones, podrá detener este alocado proceso que amenaza con envolver de nuevo a España, en las brumas del conflicto y del enfrentamiento.

En cualquier caso, Feliz Año 2005, aunque de momento, mal pinte.

Lucio Decumio.


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