Creo que cada día resulta más palmario y más claro. Zetapero y su partido bajan a cada hora que pasa, el volumen de sus intervenciones y de sus convicciones contra el Plan Ibarreche, fundamentalmente debido a dos aspectos que considero esenciales en todo este tinglado. A saber. El primero de ellos, que se apoya en la debilidad política y parlamentaria del Gobierno del PSOE y se fortalece a través de su desmedido apego a la poltrona, es bien conocido por cualquier ciudadano español mínimamente informado. De esa endeblez política y de esa avaricia y egoísmo inveterados, se aprovechan sus pretendidos socios parlamentarios, esos peculiares compañeros de viaje que un buen día eligió el talentoso zamorano, en virtud de las presiones cargadas de creencias disgregadoras de su esnobista alter ego en Cataluña; Maragall, vamos. Y el segundo lo ubico en el marco de la astenia conceptual de la que históricamente ha hecho gala el PSOE, en torno a lo que es, lo que significa y lo que costó edificar y sostener este singular edificio que llamamos Nación Española.
Afortunadamente, aún nos quedan Portugal y el Partido Popular. En serio. El partido presidido por Rajoy y único en todo el arco parlamentario con verdadero sentido de Estado, se ha lanzado con una sola voz y con todo su arsenal a la arena política -siempre desde un escrupulosísimo respeto constitucional y desde la más absoluta lealtad institucional- para procurar desactivar el maléfico plan del maligno Ibarreche.
Mientras tanto, el Gobierno y el partido que lo sustenta mayoritariamente, que deberían en buena lógica liderar la defensa de la plaza contra la ofensiva de quienes pretenden su destrucción, se consume entre sus propios fantasmas, sus conflictos internos y sus complejos guerracivilistas. Les ha sido activado históricamente un mecanismo de bloqueo mental por el que se muestran incapaces de no identificar el sentimiento de españolidad, que es o debería ser neutro y estanco ante cualquier influencia política, con el franquismo, la derecha, el centro derecha o cualquier otra opción política que no se avergüence de la bandera de todos y de la Nación de todos. Continúa en definitiva, jugando con conceptos e ideas que pueden terminar quemándole las manos y quemándoselas a todos los españoles.
Lo dicho. Zetapero, pese a las declaraciones que hasta la fecha ha emitido en el sentido de que no negociará con Ibarreche, terminará cediendo y traficando unas rebajas en las pretensiones del gargajo político expectorado por el lendakari. Al tiempo. Eso sí, antes de alcanzar un acuerdo de mínimos, ZP se olvidará premeditadamente de que esta inmundicia intelectual ha sido aprobada en un Parlamento cuya legitimidad emana de la misma Constitución y de las mismas leyes que el lendakari y los suyos pretenden desactivar a través del citado proyecto y con el apoyo de los representantes políticos de las alimañas que exterminaron a más de 1.000 personas que no comulgaban con su delirio separatista y obligaron al exilio a más de 200.000.
Lo hará como decía previamente, obligado por las presiones políticas de ERC y de Maragall, por sus laxas convicciones acerca de la vigencia de España como Nación, por su suicida anteposición de los intereses personales y de partido a los de todos los españoles y en último término porque como apuntaba hace unos días, mal van a rechazar un plan como el de Ibarreche en el Congreso de los Diputados, cuando se avecina la llegada de uno similar desde Barcelona, al que obviamente y ahí sí, no podrán oponerse, pues de ello dependerá el apoyo parlamentario de Esquerra y de los diputados elegidos al Parlamento Nacional por el PSC, que por cierto y para quien no lo sepa, forma grupo parlamentario propio en el Congreso al margen de su matriz, el PSOE.
Negociará con Ibarreche, vaya si negociará. Apartará del proceso al PP, intentándolo marginar como lleva haciéndolo desde que llegó al poder. Y ayudado por su poderosa artillería mediática y por el hedonismo intelectual de más y más españoles, logrará presentarse como el campeón del diálogo, del buen talante y de la sagacidad política, mientras el principal partido de la oposición, con diez millones de votantes tras de sí, será vejado, vituperado y etiquetado como un abceso empeñado en obstaculizar el entendimiento entre los políticos y entre las regiones de España.
Un par de cuestiones más y termino. Puede que la negociación con los nacionalistas vascos primero y con los catalanes después -que no sería otra cosa sino el penúltimo episodio de cesión ante sus pretensiones maximalistas y totalitarias, tal y como ha venido siendo durante 25 años- pueda resultar hasta positiva para los intereses generales. Y me explico. Muchos dirigentes socialistas han manifestado públicamente su profundo rechazo al Plan Ibarreche y a lo que significa la puesta de largo del proceso de defunción de la Nación. Si Zetapero lo negocia y acepta términos del mismo, aún a sabiendas de cómo ha sido aprobado y con el apoyo de quién, a dirigentes socialistas como José Bono, Gotzone Mora, Rosa Díez, Redondo-Terreros, Paco Vázquez o Rodríguez Ibarra, podría no quedarles otra alternativa que la de abandonar un PSOE desestructurado y desestructurador y fundar otro nuevo partido de tendencia socialdemócrata y profundo contenido y significado español. Desgarro en el PSOE y nuevas elecciones. Podría darse el caso. Que Dios me oiga.
Y el último apunte. Caso de que este inminente proceso negociador del que hablo y que tendría lugar entre Zetapero e Ibarreche no se lleve a cabo -que ya sería raro, insisto- la solución de un debate en el Congreso de los Diputados no se me antoja tan disparatada. Pese a los precedentes y a los modos en que se ha llevado a cabo su aprobación, puede que un encuentro parlamentario abierto y televisado, en el que todos tuvieran la oportunidad de dejar claras ante la opinión pública sus posturas, podría dar y quitar muchas afinidades y simpatías a los protagonistas de la contienda.
Sí, a mí también me apetecería que el Plan de ese criminal encubierto, taimado y traicionero que es Ibarreche se detuviera en el Constitucional o en la Mesa del Congreso antes de llegar a un debate abierto entre los escaños del Parlamento, pero insisto; ahí no habría medias tintas, no valdrían declaraciones ambiguas, ni palabras contemporizadoras. O blanco o negro. Todos quedarían al descubierto y todos sabríamos a qué atenernos.
Lucio Decumio.
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