23 enero 2005

El cartel maldito del País Vasco

Corría el 26 de Septiembre de 1984, cuando tres insignes matadores saltaban al ruedo de la plaza de toros de Pozoblanco con el fin de solazar la tarde a la muchedumbre congregada en los tendidos del coso cordobés. El primero y más destacado de los tres espadas, era Francisco Rivera "Paquirri", la gran celebridad taurina de la época. El segundo, un diestro madrileño, José Cubero "Yiyo" gran promesa de la tauromaquia y más que seguro sustituto del gran maestro andaluz en el escalafón. El tercero, un valenciano, Vicente Ruiz "El Soro", menos ilustre que sus dos compañeros de cartel, pero también a juicio de los entendidos, futura gran estrella del arte del toreo.

Mediada la corrida, la tragedia se presentó en forma de estremecedora cornada en la femoral de "Paquirri". Trasladado a la enfermería, el torero describió con asombrosa sangre fría ante los temblorosos galenos que le atendían, las trayectorias que había recorrido el asta del toro en su ya maltrecha pierna. "Paquirri" murió aquella misma noche, posiblemente porque la ecuación "-España; 1984; Plaza de toros de Pozoblanco; grave cornada; enfermería tercermundista-", no podía ofrecer entonces resultados inversos a los que finalmente deparó.

Casi un año después y en la plaza de toros de Colmenar Viejo, el segundo espada de aquel cartel maldito de Pozoblanco, caía inerme en la arena madrileña tras el brutal embate de un astado que acababa de atravesarle el corazón. Difíciles son de olvidar aquellas imágenes que entonces nos mostraba TVE, en las que el joven matador, trasladado a hombros por su cuadrilla hacia la enfermería, perdía la mirada en el cielo de Colmenar al mismo tiempo que su vida se alejaba en la misma dirección.

Pasados los años, el único superviviente de aquella terna de lidiadores es Vicente Ruiz "El Soro", quien se tuvo que retirar hace ya bastante tiempo, en razón de una gravísima lesión sufrida en el transcurso de otra corrida. El diestro valenciano, tiene que ayudarse hoy de muletas para poder caminar de un modo aproximadamente satisfactorio.

Con motivo del décimo aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, que se cumple este mismo domingo 23 de Enero, los medios de comunicación han dedicado más o menos espacio a este trascendental hecho que tiñó de luto nuestra democracia y que marcó un giro copernicano en el desarrollo de los acontecimientos políticos que tuvieron lugar en el País Vasco con posterioridad a este crimen. De todos es conocida la desmesurada pasión y el extraordinario compromiso de Ordóñez con sus votantes y sobre todo, con la libertad y la vida de quienes a diario, eran y hoy todavía son, amenazados por la serpiente abertzale. De todos es también conocido, el interminable reguero de personalidades políticas constitucionalistas que siguieron el mismo infausto destino de Ordóñez, sólo por el hecho de oponerse con las ideas y las palabras a los designios del nacionalismo gobernante.

Poco más puedo añadir yo a una figura tan trascendental en la política vasca, que con el entusiasmo, la verdad, la valentía y la decencia por banderas, hizo temblar los mismos cimientos del nacionalismo vasco, así como sus preconcebidas ideas acerca de su propia hegemonía en territorios hasta aquel momento tan afectos, como podía ser San Sebastián, feudo del crecimiento democráticamente popular de un Ordóñez que con sólo 32 años, apuntaba con firmeza y con opciones, a la alcaldía de la capital guipuzcoana. En fin, era una amenaza democrática, era una voz alzada y cargada de razón y de argumentos contra la opresión peneuvista y la sangrienta tiranía etarra y por ello, cayó muerto a balazos en un bar donostiarra aquel trágico 23 de Enero de 1995.

Meses antes, Ordóñez había coincidido en un debate televisado, posiblemente en Euskal Telebista, con uno de los más siniestros, iracundos, xenófobos y filo-batasunos prebostes nacionalistas, Joseba Egíbar y con uno de los principales dirigentes del Partido Socialista de Euskadi de aquella época, Fernando Buesa, quien asimismo, formó parte durante varios años, como vicelendakari, del Gobierno vasco de coalición que a lo largo de bastante tiempo, conformaron el PSE, EA y PNV y quien al igual que el dirigente "popular", fue abatido por el odio y por la sed de sangre de los pistoleros etarras cinco años más tarde que Ordóñez.

Los cortes que de aquel debate he podido ver estos últimos días en televisión, con motivo del aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, trajeron a mi memoria los tristes sucesos taurinos de Pozoblanco y de Colmenar Viejo. Inmediatamente, entré a comparar ambos puntos de partida -un debate político televisado y una corrida de toros- hasta llegar a constantar los centenares de diferencias que separaron a un modo u otro de morir -siempre dignos y comprometidos- y entre un modo -íntegro- u otro -infame- de sobrevivir, cuando la tragedia y el drama hacen su aparición y se cruzan en la vida de quienes en un mismo momento y en un mismo instante, el destino reunió.

El ignominioso superviviente de aquel encuentro televisado, hoy sigue pudiendo, como entonces, sostener sin el menor atisbo de temor por su vida o por su integridad, los salvajes postulados políticos defendidos por los verdugos de sus dos antiguos contertulios, dentro del marco de esa villanía conceptual y social que es el Plan Ibarreche.

Ante cualquiera que desee justificar la aprobación por mayoría absoluta en el Parlamento Vasco de esa diarrea mental que es el plan secesionista del detestable lendakari, como una más entre las legítimas y democráticas votaciones que pueden tener lugar en la Cámara Autonómica Vasca, hay que ser rotundos. No otra cosa sino los asesinatos, las amenazas, los secuestros, las extorsiones y los atentados perpetrados por ETA durante más de 40 años, junto con la connivencia y la conchabanza del PNV y todos sus socios nacionalistas y comunistas, nos han traído hasta donde estamos.

En el País Vasco, las reses y los ganaderos que las criaron, no han elegido al azar a sus víctimas entre los primeros espadas de la política regional. Ganado y ganaderos han sido muy concienzudos y selectivos, pues 1.000 rivales se hallan bajo tierra y otros 200.000 lo bastante alejados por el miedo y el espanto provocados por la ganadería terrorista, como para no poder influir en los delirantes propósitos de la mancomunidad abertzale.

Lucio Decumio.

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