18 enero 2005

Condecoraciones a Marruecos

Hace unos días y en vísperas de la visita oficial que los Reyes de España llevan actualmente a efecto en tierras de nuestro astuto vecino magrebí, el Gobierno de Rodríguez se descolgó en Consejo de Ministros, con la aprobación de varios reales decretos por los que concedía al Rey de Marruecos y a su esposa, así como a no pocos de sus validos, una catarata de medallas y condecoraciones que han dejado estupefacta a buena parte de la sociedad española.

El singular rasero con el que el gobierno socialista se permite otorgar y colgar medallas aquí y allá -recuérdese el alucinante episodio por el que el ministro Bono se autocondecoró por la intrépida y audaz retirada de nuestras tropas acantonadas en Iraq- ha escrito un nuevo y vergonzoso capítulo con esta masiva dádiva medallera, digna de la más esforzada participación olímpica, a un Rey siniestro y a unos ministros funestos que si por algo se han distinguido en los últimos meses y años, ha sido por su feroz, insidioso e incesante acoso a España.

Aunque bien visto, si contextualizamos este tipo de actitudes entreguistas y capituladoras en el marco de la relativización a que somete a diario el concepto de España el sonriente Zapatero y su cuadrilla de teleñecos ministeriales, nos daremos cuenta de que no es tan extraño que el Gobierno que por desgracia dirige los destinos de nuestro país, premie de un modo tan desmedido a un régimen totalitario y fanático como el que comanda el monarca desviado.

Después de haber dejado a cientos de miles de iraquíes sin la ayuda humanitaria que prestaban nuestras tropas en virtud de su electoralismo falaz y su antiamericanismo primario; después de haber puesto insensatamente la estabilidad parlamentaria de su gobierno en manos de un hatajo de agitadores y de activistas anti-sistema; después de haber recibido en el Palacio de La Moncloa con honores de jefe de estado a un encubridor de asesinos, a un gobernante regional legitimado por las pistolas y las epístolas de los criminales para presentar su plan de desintegración de España; después de haber buscado incesantemente la criminalización más abyecta del principal partido de la oposición y sobre todo, del anterior Presidente del Gobierno; después de haberse convertido en definitiva, por propia decisión y por los apoyos recibidos, en el gobernante más desestabilizador e irresponsable que ha padecido España en su historia reciente, lo extraño habría sido que Zapatero y los suyos no hubieran seguido por la senda de la insensatez y del desatino y no hubieran rendido honores a los atravesados y aviesos gobernantes marroquíes.

Porque, ¿cómo no iban a condecorar a un rey sibilino y oscuro como Mohamed VI y a toda su caterva de aciagos sicarios escondidos bajo una digna chilaba ministerial?

No haberlo hecho, no haberlos condecorado por traficar alegremente con miles de vidas de sus súbditos, a los que embarcan como ganado en inestables y frágiles esquifes que se aventuran en el Estrecho con la esperanza de llegar a nuestras costas, hubiera supuesto romper su destornillada e irreflexiva lógica gubernativa.

No haberlo hecho, no haberlos condecorado por dar cobijo a algunos de los principales sospechosos de haber participado en la masacre de Atocha, hubiera sido tanto como no reconocer el gran favor electoral que aquellos les tributaron.

No haberlo hecho, no haberlos condecorado por su insistente y pertinaz reclamación de la soberanía de Ceuta, Melilla y también de Canarias, hubiera supuesto romper la armonía y la concordia de la foto que nuestro Presidente se hizo hace unos años con Mohamed, por delante de un mapa en el que los territorios españoles mencionados, aparecían bajo soberanía alauí.

No haberlo hecho, no haberlos condecorado por su criminal expansionismo en tierras saharauis, hubiera significado romper la cobarde neutralidad que en el ámbito de este contencioso, anunciara Zapatero en su primera visita a Marruecos, una vez elegido Presidente.

No haberlo hecho, no haberlos condecorado por su enfermizo odio contra el único que ha tratado de poner a Marruecos en su sitio, es decir, José María Aznar, hubiera representado perder una nueva oportunidad de manifestar su sordidez contra el ex-Presidente y de afear la política de firmeza y nulas concesiones llevada a cabo por éste.

No haberlo hecho, no haberlos condecorado por su reincidente y alevosa concatenación de los derechos humanos de sus súbditos, hubiera denotado un agravio contra este reyezuelo afeminado, al respecto de los otros grandes estadistas aliados del Gobierno socialista, como Hugo Chávez, Fidel Castro o el difunto Yasser Arafat.

No haberlo hecho, no haberlos condecorado, hubiera patentado la conformidad del gobierno socialista con la intervención de nuestros soldados en el Islote de Perejil o su desacuerdo con las prospecciones petrolíferas iniciadas por el soberano amanerado en aguas territoriales españolas.

Lo peor de todo, al menos para mí, es ver cómo mi Rey, el Rey de una Nación próspera, democrática y respetuosa con las libertades y con los derechos humanos, se pasea de la mano de un tirano convencido de su propia divinidad, de un déspota irredento que sojuzga a su pueblo y de un sátrapa que roba a espuertas los recursos de su propio país y al que por muchas medallas que se le otorguen y por muchas concesiones que se le hagan en todos los ámbitos, seguirá conspirando -como lo hacen los enemigos internos- desde la envidia y el rencor, para dañar a España en cuanto tenga la menor oportunidad.

Lucio Decumio.



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