Es un vocablo de procedencia anglosajona y su españolización o castellanización deviene en boicoteo. Particularmente, a mí me gusta más la voz original, que viene a significar lo que todos básicamente ya sabemos, es decir, reventar, abortar, bloquear o frustrar.
Su punto de partida hay que buscarlo en torno a 1870, cuando un capitán retirado del ejército británico, de nombre Charles Cunningham Boycott, sustituyó temporalmente en la administración del condado irlandés de Mayo, a Lord Earne. Fue tan rematadamente pésima su labor al frente de este condado, que la Liga de la Nación irlandesa hizo un llamamiento a los agricultores del lugar para que éstos dejaran de colaborar con el oficial británico. No se le enviarían rentas, ni se le tendría en cuenta para la venta de los productos agrícolas; los braceros de las localidades vecinas se negaron a recoger las cosechas de sus propiedades, sus envíos postales fueron interceptados y abortados y las tiendas se negaron a servirle bienes y alimentos. Las cosas llegaron a tal punto, que los únicos 50 voluntarios en los que se apoyó para la recolección de sus tierras, tuvieron que ser protegidos durante semanas por 900 soldados británicos.
La presión continuó dibujando una clara línea ascendente hasta convertirse en una asfixia tal, que a los pocos meses, Boycott tuvo que abandonar Irlanda y refugiarse en su Inglaterra natal.
Los hechos tuvieron tanta repercusión en las islas, que su apellido pasó a formar parte del glosario británico antes incluso de su propia muerte, en 1897, como sinónimo de exclusión, aislamiento e incomunicación.
Haciendo honor a su origen, el boicot es con recurrencia utilizado por los consumidores del Reino Unido y de los Estados Unidos como un arma que temporalmente, interrumpe la compra de uno o más productos a fin de que las compañías o los estados varíen su modo de actuación al respecto de decisiones tomadas en contra de los intereses generales. El boicot por tanto, adquiere con democrática eficacia, sus metas a través de la reducción de las ventas de los productos ignorados por los consumidores y de la erosión de la imagen de la compañía o del estado que lo sufre.
Tan extendido está este método de presión en los Estados Unidos, que la revista "National Boycott News, informa periódicamente a sus lectores sobre las campañas de bloqueo que se llevan a cabo en ámbitos como el mundo sindical, los derechos humanos, los derechos de los consumidores, la paz y la protección del medio ambiente o de los animales.
El boicot es por tanto, una palanca que, convenientemente manipulada por los consumidores, se convierte en el eje sobre el que terminan por modificarse, políticas económicas o de consumo que aquéllos entienden como lesivas a sus intereses.
Algo de todo esto es a lo que estamos asistiendo en las últimas jornadas en España. Como hemos visto en mi largo preámbulo, el boicot se produce casi como respuesta espontánea a las agresiones o a los agravios que alguien o algo perpetra sistemáticamente contra una numerosa comunidad humana. Como mecanismo de autodefensa ésta última, se niega en conjunto a continuar colaborando, comprando o vendiendo, productos y servicios relacionados con el origen de los atropellos. En el caso de nuestra Nación, los episodios de descomedimiento y ultraje al conjunto de los españoles, se han ido sucediendo sin solución de continuidad desde hace más de un año y siempre, desde la misma balconada radical: Esquerra Republicana de Catalunya y su incendiario líder, Josep Lluís Pérez Carod-Rovira.
No hace falta que me extienda sobre la campaña de la Generalitat, auspiciada por éste partido y su máximo dirigente, contra el consumo de vino de Rioja en Cataluña durante estas Navidades, bajo el lema "Rioja no, gracias". Tampoco son necesarios interminables párrafos sobre su nauseabunda arrogancia y sus ínfulas hegemónicas ante el contencioso sobre el reconocimiento del valenciano como lengua en la Unión Europea. Y tampoco es preciso que me alargue explicando pormenorizadamente, cuáles han sido sus iracundas y vengativas declaraciones acerca del apoyo que los catalanes deberían prestar a la candidatura olímpica de Madrid o sus maniobras en la sombra para apoyar o amparar a los contrincantes de la opción olímpica madrileña.
Estos tres capítulos, son sólo éso, las tres últimas entregas de una novela consagrada por entero a un argumento político rupturista, frentista y cargado de odio, trufado de rencor y henchido de resentimieto a cualquier cosa que signifique, huela o represente a España.
Así las cosas y pese a que el espíritu nacional ha sufrido en las últimas décadas una concienzuda erosión por parte de quienes todos sabemos, el malherido y zarandeado orgullo de muchos españoles de muchas y diferentes provincias, ha reaccionado ante esta inagotable sucesión de afrentas y ha decidido manifestar su malestar y su desacuerdo de una forma ejemplarmente democrática.
Sé positivamente que el boicot al cava catalán no hace mella en el bolsillo de Carod ni en el de ERC. Sé asimismo, que los viñedos que producen tan deliciosos caldos no son propiedad del sujeto ni del partido al que representa. Me consta que el daño no se le está haciendo directamente a quien es culpable de un delito continuado de lesa patria -si es que existe ese delito como tal-.
Me hago cargo del perjuicio que desde el resto de España, se le ocasiona a los productores de cava, muchos de los cuales, ni se sentirán representados por tan siniestro personaje y ni mucho menos le habrán votado o le querrán votar en el futuro. Pero las asociaciones de productores de vino espumoso catalán son poderosas y su influencia ha determinado que la Generalitat haya obligado a Carod a retractarse -a medias, echando espuma por la boca y escudándose en el pueblo catalán, pero retractación al fin y al cabo- de sus declaraciones contra Madrid 2012.
Puede que este año, los vinateros catalanes tengan problemas para equilibrar sus cuentas de resultados, pero se recuperarán y volverán a ser los pujantes reyes de la Navidad en España. Vaya desde aquí, mi solidaridad y mi apoyo a todos aquéllos que lealmente, trabajan por el bien propio, por el de su comunidad y por el de España.
De todo este tinglado, yo me quedo con el aviso a navegantes que se les lanza a los apóstoles del quejido, del lamento y de la victimización sin fin. Es decir, a los desleales y alevosos políticos periféricos que han dedicado y dedican su vida pública a la búsqueda y a la invención malintencionada, de puntos de fricción y de encono entre los españoles y a la obtención de todo tipo de réditos a cambio de una disminución en el volumen y en el tono de sus lloriqueos.
Al servicio de todos nosotros, están herramientas como Internet o el correo electrónico para levantar cercas contra los productos de las comarcas de las que se dicen sus representantes absolutos, siempre que continúen con su dinámica desestabilizadora. Han de saber Ibarreche, Eguíbar, Garaicoechea, Maragall, Carod o Bargalló, que los productos y servicios de sus regiones, se venden mayoritariamente en el resto de España y que una negativa global a la compra de manufacturas vascas, una apuesta generalizada por la retirada de fondos de los bancos catalanes o una masiva ausencia de turistas españoles en sus playas o en sus montañas, significaría el colapso de la economía de aquellas regiones.
Han tratado insistentemente de convencer a quienes se han dejado, de que País Vasco y Cataluña no son España y que pueden, quieren y deben vivir al margen del resto de la Nación y además, hacerlo como si nada hubiera pasado. Varios millones de españoles unidos -e incluyo a millones de catalanes y vascos de buena fe- pueden hacerles saltar de sus poltronas en cuestión de semanas, tal y como le sucedió a Charles Cunningham Boycott.
Lucio Decumio.
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