¿Qué probabilidades existen de volverte a encontrar con una persona con la que coincidiste en un par de ocasiones o tres, allá por el año 2000, en una fiesta en mitad de una gigantesca finca a caballo entre Ciudad Real y Jaén en Mayo de 2004? Escasas, por no decir nulas, pero hete aquí que dicho encuentro casual se produjo y al margen de reavivar por unos instantes amargos recuerdos que pertenecían a mi pasado sentimental más remoto y olvidable, me trajeron a la mente curiosas ideas sobre este género de eventualidades.
Una de ellas, que pasaré a exponer con el mayor detalle posible, pese a las horas intempestivas en las que redacto este comentario, es la que he dado en llamar "Teoría de la intersección circular". Me explico. Cuando el azar quiere que dos individuos -que pueden conocerse o no entre sí, eso da lo mismo-, pero que tienen una determinada conexión a través de amigos o conocidos comunes, se topen, se encuentren, charlen y se den cuenta de que hay personas de sus dos círculos sociales a las que ambos conocen, se produce lo que yo he querido llamar "intersección causal", concepto éste al que bien quisieran haber dado forma algunos eminentes sociólogos o antropólogos y a los que Lucio Decumio se ha adelantado brillantemente.
El boceto de esa "intersección causal" ya ha sido expuesto, pero una definición más académica no vendría mal. Sería algo así como el momento coincidente en el espacio y en el tiempo en el que dos sujetos ven cómo sus dos respectivos círculos sociales, se "cortan" al tiempo que ambos son conscientes del citado resquicio que se acaba de abrir.
Es en ese instante cuando ambos empiezan a lucubrar acerca de la pequeñez del mundo en el que vivimos y de su gran parecido con las telas que solemos utilizar para procurarnos una higiene nasal conveniente.
Pero al margen de filigranas descriptivas que terminan por definir a un vulgar pañuelo moquero, imaginemos el concepto gráficamente. Nuestro círculo de amistades, conocidos y familiares va ensanchándose -si no eres un esquizofrénico, un asesino en serie o un eremita, claro- con el paso del tiempo. Es un círculo perfecto, no una elipse, ni un rectángulo, ni ninguna otra figura geométrica. A medida que pasan los años, vamos incluyendo más ý más personas en esa circunferencia. Gente que conocemos en nuestros distintos trabajos, novias, amigos y amigas de esos compañeros de trabajo y de esas novias, amigos y amigas de familiares, amigos y amigas de nuestros propios amigos y un sinfín de almas que se van cruzando en nuestro camino y con las que interactuamos en mayor o menor medida.
El círculo crece y crece hasta que es virtualmente imposible tener consciencia de quiénes son todos los que nos rodean y en qué número. Evidentemente, eso no le sucede en exclusiva a uno mismo. El resto de las personas, incluidas aquéllas que forman parte de nuestro círculo, también forman círculos a su alrededor, compuestos por muchas personas a las que nosotros conocemos y otras a las que no. Algo así como los anillos olímpicos, pero en permanente estado de crecimiento.
Y ahí es donde empieza el juego. Cuando nos desplazamos, nos movemos o simplemente entablamos una conversación con alguien conocido o incluso desconocido, nuestros círculos sociales empiezan a dar vueltas a nuestro alrededor sin que de momento, tengamos constancia de ello. Si el desplazamiento o el diálogo se prolonga durante unas horas o incluso se repite ocasionalmente a lo largo del tiempo, las probabilidades de que tenga lugar una intersección se elevan, como es lógico. Hasta que salta la chispa. Algunas veces, como me sucedió a mí en la mencionada finca, es prácticamente repentino y hasta casi embarazoso, pues la chica con la que estuve hablando, salió de estampida cuando se dio cuenta de que había cometido, involuntariamente desde luego, una torpeza que por otra parte, yo no consideré como tal.
Y en otras ocasiones, pueden pasar días, meses e incluso años, hasta que los círculos de dos conocidos se cortan en un punto confluyente y se dan cuenta de que tienen más cosas en común de las que creían.
En fin, moraleja. Que cuando os encontréis ante una situación similar y la sorpresa ocasionada por la casualidad os embargue, sed originales y no recurráis a la manida sentencia que dice que el mundo es un pañuelo. Recordad que un buen día de Mayo de 2004, Lucio Decumio os ilustró sabiamente sobre los motivos y los porqués de ese tipo de azares.
Lucio Decumio.
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