Que no, que no. No le he cambiado el nombre a Zapatero. Quien por una pequeña traición de su subconsciente haya leído algo así como "Ignacio", que vuelva sobre sus pasos. Y tampoco me he equivocado en la ortografía, pues el calificativo que precede al apellido del Presidente del Gobierno, es una palabra llana, absolutamente llana.
Voy allá. Hace no muchos días, la misma fuente informativa que en su día me advertía de que el Rey no estaba en absoluto de acuerdo con el compromiso del Príncipe con Letizia Ortiz, así como que se había producido una sonora tangana entre ambos, me hizo saber que al poco de acceder a la Presidencia del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero mantuvo una reunión informativa con representantes y dirigentes empresariales de la Comunidad de Madrid. Según mis informaciones, durante el transcurso del citado concilio entre ZP -y seguramente alguna figura del nuevo gobierno más ducha en Economía que el Presidente- y los empresarios, se vivieron momentos de enorme tensión, embarazo y tirantez, pues fueron tan patentes y tan manifiestas las lagunas de cultura empresarial y económica del nuevo dirigente de la Nación, que los empresarios no cabían en sí de su asombro.
Durante unos interminables minutos, se sucedieron las miradas esquivas cargadas de estupor entre la clase empresarial, las palabras vacuas de un Zapatero incapaz de hacerse con su auditorio mediante un discurso coherente y argumentado, las sonrisas nerviosas entre unos y otros y los sudores fríos de quienes se echaban las manos a la cabeza ante semejante personaje y los espasmos nerviosos del propio Presidente, que sabía que se había metido en un trampal del que no veía el modo de escapar decorosamente.
Al final, antes de que la cosa pasara a mayores, se declaró un más que conveniente armisticio entre las parte, la reunión se disolvió entre más o menos bromas, más o menos copas de vino y más o menos canapés, pero con la absoluta convicción entre el empresariado de que el nuevo Presidente tenía los mismos conocimientos macroeconómicos y empresariales que cualquier parvulario y con la certeza de haber hecho el mayor de los ridículos, haciendo presa del ánimo del atribulado Zapatero.
Creo que lo he dicho ya en alguna ocasión y no me voy a cansar de repetirlo a la menor oportunidad que se presente. Estamos ante un hatajo -ésta se escribe con "h", que nadie se asuste- de incompetentes, ineptos, incapaces, iletrados y lo que es peor, de tontos. Los sucesivos patinazos de los que todos hemos ido teniendo noticia puntualmente en los medios de comunicación que no sirven a los intereses de este rebaño de cabras, nos han ido dando cumplida muestra de la inhabilidad y la falta de talento -que no talante- de un Gobierno errabundo en cuyas manos y tras un cruento Golpe de Estado, hemos puesto dócilmente los destinos de nuestro país.
Cual tolerante muhecín del ciberespacio, hago un llamamiento a la oración a todos mis lectores para que Dios nos pille confesados ante lo que se nos puede avecinar y sobre todo, para que esta pesadilla surrealista que ha empezado hace un mes, dure lo menos posible.
Lucio Decumio.
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