09 mayo 2004

La cura de humildad

Hace varias semanas ya que el equipo de mis amores, el Real Madrid, ha entrado en una preocupante barrena de juego y resultados que le está llevando por la senda de la derrota y lo que es aún peor, de un derrotismo espiritual y de una fatalidad propias de clubes bastante menos gloriosos.

Curiosamente, ese trayecto errabundo y agitado que emprendió el club hace un par de meses, coincide en su inicio en el espacio y en el tiempo con la tragedia del 11 de Marzo. Hago hincapié en que la coincidencia es curiosa y que no puede ir más allá de eso, de una mera coincidencia, pues tratar de establecer una relación o un paralelismo causa-efecto entre ambos acontecimientos, vendría a ser un ejercicio de socio-deporte-ficción de muy difícil encaje en cualquier cerebro mínimamente preparado.

Pero al margen de conjeturas y de conjunciones astrológicas luctuosas, sí que es cierto que el equipo ha llegado desfondado y agotado al tramo final de la temporada. Las fuerzas físicas y seguramente las mentales eran tan escasas a mediados del mes de Marzo, que cualquier impacto negativo en la línea de flotación del equipo, podía desencadenar el desastre, como así ha sido.

Y ese obús que reventó el lujoso transatlántico en el que viajaba el Real Madrid a lo largo de la temporada, no fue otro que la derrota, absurda, en la final de la Copa de Su Majestad el Rey. Ante un rival netamente inferior como el Real Zaragoza, que jugó toda la prórroga de aquel partido con sólo 10 jugadores, el club de Chamartín vio cómo se le escapaba el título en el último suspiro, tras haber realizado un más que aceptable encuentro. Ahí se invirtió la dinámica. Tradicionalmente, el Real Madrid es un equipo que vive cómodamente este tipo de encuentros, en los que sabe que tarde o temprano, terminará imponiendo su calidad y su categoría, pese a los denodados esfuerzos del contrario. Pero en este caso particular no fue así, sino que la tendencia histórica dio un vuelco dramático para sus intereses, dándose de bruces con una sobredosis de la misma medicina que él había administrado en tantas otras ocasiones a decenas de equipos rivales.

Desde ese instante, los jugadores, no se sabe muy bien porqué, perdieron la fe ciega en sus posibilidades y en su calidad, sufrieron un bajón anímico fácilmente perceptible en los rostros desencajados que se fueron sucediendo en los siguientes encuentros y así, hasta fecha de hoy, en que agotados en todos los sentidos, incluso es posible que hasta de sí mismos, son incapaces de encontrar la salida adecuada a la situación.

Obviamente, la final de la Copa del Rey sólo es el punto de inflexión que marca la diferencia entre los éxitos y las esperanzas de conquistar varios títulos y la decepción y el tránsito por el desierto durante esta primavera aciaga. El origen de todo ello, independientemente de la presencia de un entrenador de cuarta fila, incapaz de entender la filosofía del club y por extensión, de aplicarla correctamente, es una nefasta planificación de la temporada y una delirante política de traspasos que dejó al equipo con un máximo de 12 ó 14 jugadores realmente capacitados para afrontar con garantías todas las competiciones en las que estaba enfrascado el club.

En definitiva, los madridistas tendremos que aguardar pacientemente a que finalice la presente temporada y que estos jugadores que tantas alegrías nos han dado, laman sus heridas, recuperen el orgullo y el crédito en ellos mismos y sobre todo, el interés y el afecto por su profesión. Asimismo, habrá que esperar que la cura de humildad a la que se tienen que someter los jugadores, sea directamente proporcional a la inyección de coherencia y sentido común que se tendrá que auto-administrar la Junta Directiva, con el fin de que la política de pretemporada, así como la de fichajes y descartes, equilibre y ajuste a un equipo que vive una de las peores derivas del último decenio.

Lucio Decumio.