18 enero 2007

El final de la Segunda Guerra Mundial

Stalin, Roosevelt y Churchill. No he encontrado una foto de los dos últimos juntos, aunque las habrá a millares. Podría haber recortado al exterminador bolchevique, pero estaba en esa imagen y eso hay que respetarlo.

Escuchando a Rodríguez Zapatero el otro día el debate sobre política antiterrorista en el Congreso, me vino a la cabeza un episodio histórico que transgredido y luego trasladado a la actualidad, cobra una vigencia realmente sobrecogedora.

Imaginemos por un momento que nos encontramos en el año 1945, aproximadamente en el mes de Enero. Excluyamos momentáneamente a los soviéticos del panorama, aunque su intervención en aquellos momentos, fuera necesariamente decisiva.

Americanos y británicos saben positivamente que van a ganar la guerra que sostienen contra la Alemania nazi desde hace cuatro años los primeros y seis los segundos. Desde el exitoso desembarco de Normandía, su avance por los campos de batalla de Francia, Bélgica y ahora la propia Alemania, es imparable. La tenaza se completa con el avance realizado por Italia y por la presión ejercida desde el Este por el Ejército Rojo. De repente, Adolf Hitler propone una tregua a Roosvelt, quien entra en una fase de dudas y decide que pese a que el Führer no se ha rendido, hay que negociar con él.

Churchill, que no cabe en sí de asombro, le mira atónito y no da crédito. "Pero Franklin -protesta el viejo fumador de puros- si esto está ganado. Esto es una tregua trampa. Tú y yo sabemos que sólo nos hacen falta un par de meses más de combates y entraremos victoriosos en Berlín. Para Mayo como muy tarde, la pesadilla habrá terminado".

Pero Roosvelt no está convencido de la victoria que tiene al alcance de la mano, no hace caso de las quejas de su amigo Winston y envía a sus emisarios a dialogar con los ministros nazis. Los negociadores americanos escuchan atentamente a los oficiales alemanes, quienes proponen a los seguros vencedores de la guerra, poder conservar las fronteras anteriores a 1938, hacer la vista gorda con los más sangrientos criminales de guerra, la anexión definitiva de Austria y la más que posible y definitiva incorporación de los Sudetes y de buena parte de Checoslovaquia y Polonia al territorio del Reich. Todo ello a cambio del cese de los combates.

Roosvelt considera acertadas y aceptables las condiciones de la tregua y el 8 de Febrero, ordena que las divisiones americanas y británicas detengan su avance por territorio alemán. Mientras, al viejo león está a punto de darle una apoplejía en Londres y a través del teléfono, vuelve a rugir en el oído de su ya antiguo aliado: "Pero si por esas razones, por esas anexiones y por esas presiones nacionalistas, empezamos esta guerra. ¿Hemos derramado la sangre de miles y miles de soldados de mi país y del tuyo para que al final, Alemania se lleve lo mismo que tenía antes de empezar el conflicto? ¿Y además, cuando ya estaba derrotada y humillada? ¿Pero es que te has vuelto loco, Franklin?

Pero Roosvelt hace oídos sordos a las naturales objeciones de Churchill y sólo sabe hablar de que sus razones tendrían los alemanes para desencadenar el conflicto y que ya ha llegado el momento de alcanzar la paz. Estima que si logra un armisticio inmediato con Hitler, nada ni nadie evitará que pueda presentarse ante el mundo, como el hombre de las buenas palabras y las mejores intenciones, que dio por finalizado el conflicto más sangriento de la Historia de la Humanidad.

Esas constantes menciones a la paz que hace Roosvelt ante la opinión pública de su país, terminan por calar en los cansados oídos de los ciudadanos norteamericanos que ya están hastiados del conflicto. Por ello, buena parte de la opinión pública de los Estados Unidos, se decanta por un final dialogado del enfrentamiento. Ya corre el mes de Marzo de 1945 y Churchill, que insiste en reanudar inmediatamente las operaciones hasta aplastar a la serpiente, empieza a ser presentado por su antiguo socio como un hombre cerrado al diálogo, que sólo sabe vivir en pie de guerra y que quiere continuar el conflicto a toda costa por exclusivas motivaciones personales.

Los alemanes, que todavía no se creen la bicoca que les ha caído, aprovechan para tomar aire y poner en marcha de nuevo sus desvencijadas factorías de armamento. El 20 de Marzo, tras cuarenta días de tregua, Churchill advierte a Roosvelt de que sus enemigos han conseguido fabricar desde que diera comienzo la tregua, más de 2.000 nuevos carros de combate Tiger II -los más mortíferos y certeros de la época-; han puesto en servicio cerca de 1.000 nuevos cazabombarderos a reacción ME-262; han logrado hacerse con millones de toneladas de petróleo procedente del Mar del Norte y lo más importante y amenazador de todo, han construido cerca de 300 bombas volantes V2 mejoradas, capaces de montar pequeñas cabezas nucleares y alcanzar sus objetivos a más de 2.500 kilómetros de distancia.

Sigo mañana.

Lucio Decumio.

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