29 enero 2007

¿A que todavía nos quedamos con Ronaldo?

Ronaldo. Un caradura millonario y consentido que encarna como ningún otro, los peores vicios de una etapa futbolística prescindible y fastuosa que para su desgracia, ha acogido en su seno durante los últimos años, la más grande institución deportiva de la Historia.

Un pequeño paréntesis deportivo, lógicamente relacionado con el Real Madrid, en medio de tantas, tan profusas y tan confusas -especialmente las que llegan desde el Gobierno, sus aliados y sus terminales mediáticos- informaciones sobre la realidad política de la Nación.

Acabo de leer con espanto, pasmo, terror, pavor, pánico y cualquier otro sinónimo imaginable que pueda añadirse, que Ronaldo aún es jugador del Real Madrid y que todavía no se ha cerrado su traspaso al Milán -para mí, siempre ha sido Milán, no Milan-.

Es una pésima noticia que espero que torne con el paso de las horas, hacia un desenlace más feliz para todo el madridismo. Particularmente, es mi ferviente deseo que este sinvergüenza malcriado, este niño caprichoso de 30 años, este juerguista impenitente, este gran futbolista que se ha deslizado desde sus primeros años como profesional por la pendiente de la holgazanería y el hedonismo, abandone definitivamente el Real Madrid.

Es un imperativo deportivo y económico, pero sobre todo moral, afirmación que sostengo en el hecho, innegable a mi juicio, de que su estancia en el Real Madrid ha sido sinónimo de desidia, vanidad, haraganería y dejadez, defectos que en modo alguno son compatibles con las extraordinarias cualidades humanas y deportivas que han forjado y formado la historia más gloriosa del fútbol mundial.

Adicionalmente, la llegada en 2002 del delantero brasileño al Real Madrid, significó en mi opinión y en la de muchos, el principio del fin de una época dorada, plagada de encuentros memorables que regados con títulos de relumbrón, permitieron reverdecer los marchitos laureles, al menos europeos, del mejor club del siglo XXI. Su presencia, agresivamente indolente, rompió la armonía de un vestuario comprometido con el engrandecimiento aún mayor del club.

Ronaldo aún tiene muchos defensores. Es fácil tenerlos cuando ganas miles de millones de pesetas al año y puedes destinar un puñado de ellos a comprar las voluntades y las plumas de algunos periodistas deportivos de cámara, que se esfuerzan -con bastante éxito, por otra parte- en alabar las virtudes futbolísticas de un tipo que mientras tanto, no tiene empacho alguno en rebosar kilos y soberbia infantil por donde va.

Evidentemente, la culpa de la deriva emprendida por el Real Madrid entre los años 2002 y 2003 y que desgraciadamente, aún se encuentra en su fase aguda, no es exclusivamente achacable a la figura de Ronaldo. Pero sus enrabietados comentarios acerca del público que no comulgaba con las columnas laudatorias de sus reporteros a sueldo y que le reprochaba su desidia en el campo, su falta de solidaridad con los compañeros, su espíritu antojadizo y su nulo compromiso con el club que le pagaba una fortuna, han ayudado muy mucho a que las grietas de la gran nave, se agrandaran.

Lucio Decumio.

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