06 febrero 2006

Poco a poco

Eduardo Fungairiño. Ex-Fiscal Jefe de la Audiencia Nacional e incansable azote durante años de terroristas etarras, esbirros batasunos y demás servidores del Lado Oscuro. Hasta que llegó el Imperio.

Como en tantas otras ocasiones, corro jadeante asido a la mano del frenético dinamismo de la actualidad y aunque me veo abocado a un nuevo y penúltimo ejercicio de concisión que me permita abordar la miríada de asuntos que ocupan mi atención, hoy tengo intención de cambiar ligeramente la dinámica.

En lugar de entrar en el análisis de cinco o seis temas diferentes, decisión que derivaría, como otras veces ha sucedido, en una interminable y anodina cascada de párrafos, esta semana voy a intentar colgar un comentario cada día, que tratará de ser lo más breve y directo posible. Como ya es costumbre, estas intervenciones estarán relacionadas con los últimos acontecimientos políticos o deportivos, ya estén aquéllos inscritos en el ámbito nacional o en el internacional.

Asimismo y como también es hábito de este comentarista ciberespacial, las columnas estarán enfocadas hacia el noble empeño de amartillar y denunciar a gobernantes melifluos, credos volcánicos, indígenas analfabetos, operaciones empresariales sospechosas, mafiosas decapitaciones en el ámbito del derecho o cualquier otro acontecimiento que el oleaje de la actualidad, vaya arrastrando hacia las orillas de la opinión y el conocimiento público.

Empiezo con Eduardo Fungairiño.

Fiscal Jefe de la Audiencia Nacional que hasta hace sólo unos días, provocaba inmediatos efectos laxantes sobre todo bicho viviente que tuviera relación alguna con las cloacas del inframundo batasuno y etarra.

Su rigor procesal y su valentía personal a la hora de enfrentarse a los criminales de ETA y a su excreción política, sólo es comparable a su independencia y rectitud moral frente a las presiones que hubo de soportar durante meses, provenientes de su máximo responsable jerárquico, para que virara el rumbo en su trato hacia las alimañas.

Como no lo hizo y no se plegó a los empujones políticos propinados por Conde Pumpido, que buscaban allanar el camino para una posible tregua de los asesinos, el Fiscal General hubo de ponerle entre la espada y la pared, entre la dimisión voluntaria o el cese inmediato. Vamos, que sólo le faltó al servil lacayo moclovita, colocar a Fungairiño al borde de una piscina y amenazarle con arrojarle al agua si no abandonaba el cargo de modo inmediato.

Que la prensa libre haya puesto el grito en el cielo y que la Oposición y las asociaciones de fiscales hayan exigido la inmedita dimisión del Fiscal General del Estado por una defenestración tan torpe y zafia como sectaria y rencorosa, sólo servirá para constatar una vez más que si el carnet del partido está firmemente atrapado entre tus mandíbulas, tienes patente de corso para manipular, mentir y abusar de tu posición, sin que de estas actitudes puedan derivarse consecuencias o responsabilidades de cualquier índole para quien las lleva a cabo. Socialismo en estado puro.

Lucio Decumio.

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