07 febrero 2006

MediEvo

Espero que Lucas Ordóñez no me denuncie por incluir esta fantástica caricatura de Evo Morales en mi "blog", aunque para mi gusto, le falta en uno de sus ángulos una imagen de Zapatero acurrucado en los brazos de Castro, de Chávez y de un par de moros armados hasta los dientes, mientras contempla a Evo con babeante arrobo.

Cumplo fielmente mi palabra y de nuevo abordo otro asunto de actualidad con ánimo compendioso y abreviado. Ciertamente, ganas no me han faltado de acercarme a esa magna obra de manipulación, odio, resentimiento e iracunda enajenación mental transitoria -que dura ya unos 1400 años- contra Occidente, a la que se han entregado con inusitado entusiasmo las hordas musulmanas desde el Magreb hasta las mismas Islas Filipinas.

Ahora que me doy cuenta, el título de mi comentario de hoy puede servir, sin haberlo premeditado, como excelente marquesina que con su doble sentido, califique tanto a la chusma vociferante de la atascada civilización islámica, como a la singular percha del jersey imposible.

Retorno al camino previamente trazado después de la penúltima de mis digresiones.

No entro hoy en el asunto de la violenta agitación musulmana, simplemente porque considero que sólo se han escrito los primeros episodios de una novela que sin duda, arrojará nuevas aventuras incendiarias en la mayoría de los países de confesión mahometana y que serán protagonizadas por imparables turbamultas azuzadas por sus tiránicos gobernantes.

Así que no profundizaré en la cuestión por el momento. Sin embargo y para concluir con este particular antes de empezar con Evo -tranquilo, buen amigo Evo, enseguida estoy contigo- sí que me gustaría añadir que también será conveniente aguardar algunos días para comprobar cómo nuestro Presidente del Gobierno, le da la vuelta de nuevo a su particular cuentakilómetros de oprobio e ignominia en todo lo que a este asunto se refiere. ¿Que no? Unos días, sólo habrán de transcurrir unos días y lo de publicar una carta cobarde y miserable junto con el Primer Ministro islamista de Turquía dejando con las posaderas al aire a los países occidentales y a uno de sus principales valores -la libertad de expresión-, quedará como una mera anécdota. Al tiempo, insisto.

Y ya estoy contigo, Evo. En el caso de que alguien aún albergara alguna duda sobre tu verdadera condición moral y política, querido cóndor de los Andes, te encargaste de despejarla con el habitual comedimiento de que hacen gala los pájaros de tu cepa hace tan sólo unas jornadas.

En respuesta a la cuestión planteada por el reportero de Univisión que te entrevistaba, acerca de tu opinión sobre Fidel Castro, tú, el nuevo oráculo indigenista de la progresía europea de salón, copa y puro, te despachaste asegurando que el tiranosaurio caribeño "es un hombre democrático que defiende la vida, que tiene sensibilidad humana, si para usted es un dictador, ése es su problema, no el mío".

Y no contento con haber aquilatado semejante diamante de hipocresía y demagogia frente al atónito periodista que te entrevistaba, abandonaste furibundo el plató cuando te percataste de que el redactor no dejaría de insistir en cuestiones que te pusieran ante tus contradicciones y tu insuperable ignorancia.

Se puede manifestar más alto pero no más claro. Socialismo de naturaleza pseudo-revolucionaria, opresión estatal sobre la sociedad, empobrecimiento económico, conculcación de los derechos fundamentales y exterminio de la disidencia, es lo que pueden esperar los habitantes del altiplano en los próximos años de tu mano de antiguo cultivador de hoja de coca.

En fin, Evo. Como no tenía suficiente Bolivia con ostentar el dudoso honor de encabezar la lista de las naciones más paupérrimas del Cono Sur americano, ahora tendrá que soportar, quién sabe durante cuántos años, a un analfabeto resentido que ha sido amamantado por las ubres ideológicas de la más abyecta y prolongada tiranía que ha conocido Latinoamérica, financiado por los petrodólares del lugarteniente venezolano del castrismo y encumbrado por el imperio “desinformativo” de Don Jesús de Polanco.

Lucio Decumio.

No hay comentarios: