23 febrero 2006

El abuelito

Convierto ya en definitivo, el hábito de no colgar imágenes en esta página, de los grandes traidores del presente. La de hoy, que enlaza argumentalmente con los párrafos aquí vertidos, ha de servir exclusivamente como homenaje a todos aquellos españoles de todo origen, credo o condición, que perdieron la vida a manos de otros españoles durante tres años de locura y enajenación colectiva. Que aquel horror jamás vuelva a percutir y a rasgar la vida de la noble nación española.

Servidor ya no se sorprende de nada. De nada de lo que haga o diga el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. De un hombre que ha pactado en la oscuridad y en la penumbra el futuro de España con quienes más odian y rechazan el concepto mismo de patria común e indivisible de todos los españoles, poco puede extrañarnos.

Ningún hecho, acto o declaración de un tipo que cuenta sus semanas en el Gobierno con otras tantas muescas en la pared de las ignominias políticas, de las afrentas a la mitad de un país y de la depravación ética, puede llevarnos al asombro o trasladarnos hacia el pasmo.

La última de este individuo que cabalga entre las monturas de la ignorancia supina y el rencor más acerado, bien la sabemos todos. Tratar de colarse entre el justificadísimo dolor de unos hombres y mujeres a los que una banda criminal, desalmada y enfebrecida, ha arrebatado a sus padres, hijos o hermanos de la forma más salvaje, con la excusa de que su abuelo cayera fusilado durante la Guerra Civil a manos del bando nacional, 22 años antes de que él naciera, nos ofrece la penúltima y más clarificadora instantánea de la nula profundidad moral de este sujeto.

Gracias a la innata habilidad socialista para hacer fluir el cauce del río informativo y de opinión siempre a su favor, contemplamos atónitos una vez más -la penúltima-, como unas declaraciones del Presidente del Gobierno, emponzoñadas con una gravísima ofensa sentimental y un intolerable chantaje emocional, le salen, desde el punto de vista del desgaste político y del escándalo social que deberían en buena lógica arrastrar, virtualmente gratis a su autor.

La vesania desestabilizadora de este hombre, así como su dramática insuficiencia académica, no conocen límites. Pero más allá de estas dos oscuras peculiaridades, resulta cada vez más evidente que el espíritu de Zapatero, salpicado por una miríada de tenebrosos lunares, acoge un rasgo particularmente retorcido y al que recurre cada vez con mayor frecuencia: su reconocida capacidad manipuladora, simplificadora y demagógica.

El recurso al abuelo fusilado en la Guerra Civil cansa y molesta por un millar de razones aunque sólo citaré cuatro: A/ Por lo obsceno y patético que resulta su permanente utilización como argumento justificador de algunas de sus políticas; B/ Por el contexto mismo en el que sucedieron aquellos acontecimientos y su lejanía en las noches de la Historia; C/ Por la nada disimulada intención de transmitir a la opinión pública, la sesgada idea de que una banda de fanáticos fascistas acabaron por diversión con la vida de un pacífico ciudadano de profundas convicciones republicanas y democráticas; y D/ Por el inexistente vínculo sentimental que puede unir a un hombre fallecido en un conflicto bélico, con el nieto que nacerá lustros después de la desaparición de aquél.

Pero como decía antes, lo peor de Zapatero es su inveterada proclividad hacia la mentira, la manipulación, el falseamiento de la realidad y la tergiversación de los hechos y de la Historia. Lejos de la noción de bondadoso militante pacifista acribillado por una depravada soldadesca franquista ebria de sangre republicana, es preciso hacer constar que el abuelo, el celebérrimo abuelo de Zapatero, era un oficial del Ejército republicano, que al entrar con su columna en uno de tantos pueblos de nuestra geografía que sufrieron el azote de aquella espantosa guerra, hizo desfilar por el paredón a no pocos simpatizantes nacionales.

Cuando al cabo de los meses, las tropas de Franco se hicieron con el control de aquella localidad, no hicieron otra cosa sino tomarse cumplida revancha de la primera matanza y cubrir la sangre de los primeros caídos, con la de quienes intimaban con la causa republicana, incluido lógicamente, el venerable antepasado zapateril.

El Presidente bien conoce esta historia, como tantas otras que en un sentido u otro, tiñeron de bermellón al espantoso trienio de desquites y venganzas a que se vio abocada España entre 1936 y 1939. Pero no interesa a sus fines hacerla pública, pues no es justicia lo que busca Zapatero cuando enmarca, entre lágrimas de cocodrilo, la memoria de su abuelo abatido por los proyectiles franquistas. Como tampoco la busca cuando remueve más toneladas de tierra que Gallardón, tras la pista de cualquier fosa o tumba que acoja a los ejecutados de uno solo de los bandos.

No, no va en pos de la justicia, la memoria y el recuerdo. Anda a la caza de la victoria que no consiguió su abuelo.

Lucio Decumio.

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