Es ésta que nos ha tocado vivir, una época en la que ordenan, mandan y triunfan, un número excesivo de tramposos y rufianes que sin rubor alguno, pasean su traidora perfidia por la vida política nacional y sobre todo, por los despachos del Palacio de la Moncloa ante la ruin complacencia de un Presidente que ahora sí, ya no cabe la menor duda, se cree llamado al infame destino de destruir España.
Según la estación del año, la dirección del viento o las necesidades y avaricias de cada cual, son distintos los extorsionadores que visitan al que se deja arrebatar lo que pertenece al conjunto de los españoles, aunque el objetivo de todos aquéllos sea siempre el mismo: saquear a placer, sin oposición y por añadidura, contando con el beneplácito del teórico guardián.
Pasado mañana serán gudaris encorbatados o resentidos con olor a percebe y pulpería los que intentarán y conseguirán usurpar la autoridad del Gobierno de la Nación y sacar provecho de su debilidad. Pero a día de hoy, las urgencias llaman a la puerta de los funámbulos codiciosos provenientes de las Marcas y son ellos quienes tienen prioridad absoluta en la agenda presidencial. Ante la posibilidad de que no se termine de aprobar esa coraza de inmunidad con la que se quiere revestir la casta dominante en Cataluña y que han dado en llamar “nuevo Estatut”, el desfile de necios y farsantes por los pasillos y estancias monclovitas, ha adquirido proporciones bíblicas en las últimas jornadas.
Así, se han dado una vuelta por Madrid para visitar a la bicoca zapatera chocarreros de la catadura de Artur Mas, ése cómplice necesario de los atropellos y corruptelas convergentes durante los años del asfixiante despotismo político y económico que padeció Cataluña bajo los gobiernos de CiU; o José Luis Carod-Rovira, el siniestro líder de ERC que hace ya tiempo, debería estar políticamente inhabilitado y penalmente sancionado por sus oscuros acuerdos con el inframundo etarra en Perpiñán, así como por sus incendiarias soflamas y chulescas amenazas; y cómo olvidarnos de Pasqual Maragall, el presidente regional que ha convertido su mandato en un disparatado concurso de palabrería independentista tan confusa como remilgada y que ha hecho la vista gorda ante los excesos de sus socios mientras pasaba a hurtadillas sobre los gravísimos problemas que han afectado a su mandato –léase Carmelo-.
Todos ellos, junto con sus camaradas en el chantaje provenientes de otras zonas periféricas, han tenido siempre abiertas las puertas del Palacio de la Moncloa, así como el talante y la buena disposición de su inquilino. Esas mismas puertas y esa misma disposición que se han mantenido cerradas a cal y canto cuando quien llamaba desde el exterior venía envuelto en las banderas de la cordura, la prudencia, la decencia y la lealtad.
El relativismo moral, ético y patriótico de Rodríguez Zapatero ha convertido a España, a su Gobierno y a sus instituciones, en un corral de feria en el que los disparates y los desatinos se suceden a diario y donde cualquier despropósito o insensatez, obtiene automáticamente el premio de la consideración y el aplauso, con la única condición de que que supere a las anteriores aberraciones en deshonor y alevosía.
Tantas veces se ha dicho que incluso puede llegar a cansar el hecho de repetirlo, pero hay que insistir una vez más en que la mayor parte de culpa de que todo este tinglado nacionalista montado en torno al egoísmo y la falta de escrúpulos esté a punto de verse coronado por el éxito, no es de quienes lo han ideado y procesado, sino de quienes les han permitido, con una condescendencia y falta de sentido de Estado estremecedores, cubrir cada uno de los pasos necesarios para llegar hasta donde estamos.
Lucio Decumio.
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