Que el terreno en el que mejor se mueven la izquierda española, sus aliados antisistema y la impenetrable armadura mediática que les envuelve a ambos, se encuentra asentado sobre los sólidos sedimentos de la mentira compulsiva y está abonado con los provechosos fertilizantes de la manipulación y el sectarismo, es algo que a muy pocos puede resultar extraño a estas alturas.
Los penúltimos fascículos de esta sórdida interpretación de la realidad en la que España cabalga desde el 11 de Marzo de 2004, han sido redactados, al respecto de las consecuencias del devastador huracán “Katrina”, por algunos de los más conspicuos gobernantes nacionales y cómo no, por ese latifundio de opio informativo que integran TVE, Tele 5 y Grupo Prisa.
Impactante imagen del ojo del huracán Katrina, tomada desde un avión de reconocimiento meteorológico.
Si a alguien le cabía alguna duda de la tendenciosidad revanchista de este trípode de la falacia, así como de su congénito rechazo hacia el libre pensamiento y de su codicia y afán monopolístico y totalizador -dignos todos ellos de la mejor tradición orwelliana- el seguimiento informativo por ellos realizado del mayor desastre natural que ha afectado a los Estados Unidos, tendría que haber resuelto definitivamente los dilemas de los más vacilantes.
Ya no extraña tal actitud. A las personas, a los seres humanos que han padecido la tragedia, CNN+, TVE o Tele 5 les han asignado un papel secundario en los análisis y en las informaciones que han ofrecido. Mientras, han empleado la mayor parte de sus energías en tratar de transmitir la imagen de un Bush inepto y apático, barnizado por veladas y oportunas acusaciones de racismo e incapaz de afrontar la crisis con los reflejos debidos. Asimismo y a la vista de sus informativos, uno tiene la sensación de que todos ellos, informadores y líderes de la Izquierda, esperaban impacientes y ansiosos el brutal impacto del fenómeno meteorológico contra las costas norteamericanas para deleitarse con la desgracia del odiado enemigo.
Ausencia total de ética y sobredosis de cobardía moral. Es lo habitual. No importa lo que se quede por el camino, las vidas que hayan arrastrado las aguas, ni los destrozos que hayan provocado los vientos huracanados. Cualquier excusa es buena y si es el azote de la peor tempestad que ha golpeado a América mejor, para arañar, erosionar y desprestigiar la figura del detestado Leviatán de la Izquierda y de la progresía nacional y porqué no decirlo, europea. En buena medida, una estrategia de desgaste calcada a la padecida por José María Aznar tras el hundimiento del Prestige.
Cansa ver tanto partidismo y tanta manipulación. Y cansa ver cómo se ponen orgullosa y pomposamente, ignominiosas medallas virtuales a costa del sufrimiento ajeno. Como hizo hace no mucho el Ministro del Interior, José Antonio Alonso, quien desde la atalaya de su arrogancia esnobista, aseguró que España estaba mejor preparada que Estados Unidos para afrontar un Apocalipsis semejante.
Instantánea del satélite en el momento en que Katrina toma contacto con las costas de Alabama, Louisiana y Mississippi.
Miente con la misma premeditación a la que nos tiene acostumbrados. ¿Hay algún gobierno en este mundo, independientemente de su signo ideológico, que esté facultado y preparado para afrontar una hecatombe que arrase cerca del 4% de su territorio y que afecte en mayor o menor medida, a un porcentaje similar de su población?
Quedémonos sólo con las proporciones y dejemos de lado las magnitudes absolutas. Dedicaremos así unos segundos a realizar un sencillo ejercicio matemático, que nos dará una idea aproximada de lo que significaría para España un desastre natural de las características del Katrina, pero ajustado a nuestra extensión geográfica y a nuestra población.
Una gota fría, un terremoto, una erupción volcánica o cualquier otro fenómeno natural que se desencadenara en nuestro país y cuyo poder de devastación fuera proporcionalmente idéntico al del tristemente célebre huracán, asolaría una superficie equivalente a la de la Comunidad Valenciana -21.000 km2- y alteraría directamente en mayor o menor medida, la vida de más de 1.700.000 españoles. Y el estremecimiento absoluto llega cuando trasladamos estos valores a Rusia, China, India...
A ello habría que añadir, obviamente, la destrucción de inmuebles, infraestructuras, líneas de comunicación y abastecimiento, la mutilación de los suministros energéticos básicos, el caos y la descoordinación que subsiguen a este tipo de acontecimientos durante las primeras jornadas, el impacto sobre el PIB, los problemas de salubridad ocasionados por la falta de higiene y por los cadáveres de animales y personas...
¿Está España capacitada para hacer frente a algo así? ¿Alguien podría coordinar sin margen para el error, las tareas que exigen el antes y el después de un acontecimiento tan destructivo?
Un examen tan sencillo como éste, debería desmontar de un plumazo la utilización política y el formidable montaje manipulador que se ha tejido en torno a esta catástrofe desde los mismos atriles de siempre.
Pero no se hace. Años y años de constante laminación del espíritu crítico de la sociedad han obrado el milagro y declaraciones e informaciones tan abiertamente infundadas como las que se hacen, se asimilan y se dan por buenas sin apenas oposición intelectual.
¿Y a qué se debe tanto alborozo apriorístico en torno a la infalibilidad de un gobierno socialista frente a una crisis de esta naturaleza? ¿Tal vez a la ejemplar gestión política y al transparente desenlace informativo del desastre del Carmelo? ¿Quizás a las inmejorables diligencias seguidas en torno al incendio de Guadalajara o a la crisis de los pollos?
Sólo les ha faltado afirmar que ellos no errarían en la identificación de los cientos de muertos que produciría el cataclismo.
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