21 septiembre 2005

Nos quieren ahogar en la orilla

Sí, cierto. Ya he hablado en multitud de ocasiones sobre el particular que hoy abordo y es posible que incluso lo haya hecho utilizando conceptos, ideas y vocablos similares a los que empleo hoy. Pero, si hay cosas en este mundo acerca de las que nunca me cansaré de escribir y cuestiones sobre las que jamás omitiré mis denuncias y críticas, ésas son las que a continuación redacto. Sea pues.


25 largos años de ardides y chantajes perpetrados por los muy mal llamados nacionalistas democráticos, no han sido lección suficiente para la clase política nacional. Especialmente para los socialistas que a día de hoy, desgobiernan en España.

Parece mentira que aún haya alguien dispuesto a escuchar, poner atención y dar crédito a los cantos de sirena que Ibarreche y los suyos –“todos los suyos”- lanzan a los cuatro vientos de los siete mares para seducir a los incautos grumetes que capitanean la nave.

Si las innumerables concesiones y privilegios conseguidos a lo largo del último cuarto de siglo a partir de la falaz hipótesis de que más autogobierno y más competencias, significarían menos violencia etarra e incluso la desaparición de la misma, no han calmado las ansias de aquellos que estafan a sus anchas, ¿porqué razón iban a ser ahora las cosas diferentes?

El farisaico juego peneuvista, que hoy escribe su penúltimo episodio con la petición del traslado de presos etarras a cárceles vascas, dio comienzo en los albores de la democracia. Ya por entonces, los discípulos de Sabino Arana amenazaban desde la atalaya de su proverbial chulería, con un dramático incremento de las acciones terroristas si no se aprobaba el Estatuto de Guernica según sus deseos. Una formación política integrada en el arco parlamentario y teóricamente sujeta a las leyes y al Derecho, se permitía el lujo de poner contra la pared a todo un país, haciendo uso de la daga que blandían sus hijos descarriados.

Todo mentira, como de costumbre. Se aprobó el Estatuto, pero el reguero de sangre y muerte que dejaron los caimanes a su paso por los siguientes cinco lustros de nuestra historia, pesará muchos años en el ánimo de todos los que hemos asistido a la contemplación, en toda su crudeza, de la despiadada orgía de odio y rencor protagonizada por los depredadores.

A lo largo de los siguientes años, el PNV se hizo fuerte en el Gobierno regional, gracias a una combinación de amoralidad política, clientelismo vergonzante, claudicación de ciertos partidos y encubierto pero irredento apoyo a un entramado filo –terrorista que debía mantenerse bien lubricado para coadyuvar al esfuerzo separatista del nacionalismo resentido y aldeano.

Así, apoyados los unos en los otros, un interminable arroyo de competencias, reclamaciones y privilegios siguió fluyendo hacia las tres provincias vascas y sirvió de vigoroso sustento político para los integrantes de la banda y de La Banda. Desgraciadamente, aquel generoso manantial nunca calmó la sed de ninguno de los dos.

Sólo la mayoría absoluta del PP en 2000 empezó a poner a cada uno en su sitio. Tras años de esfuerzos y sacrificios, la ejemplar persecución legal y democrática que los gobiernos de Aznar habían puesto en marcha para derrotar a la sanguinaria serpiente etarra estaba a punto de llegar a buen puerto, gracias a la acción coordinada de unas Fuerzas de Seguridad cada vez más eficaces y de una presión judicial y legal que asfixiaba económica, social y políticamente al entorno batasuno y etarra.

Pero llegó el Iluminado a la Moncloa. Catapultado al Poder por los oscuros sucesos del 11 de Marzo, el hombre de la sonrisa eternamente forzada, del efectismo fatuo y de la propaganda cegadora se puso el mono de obra, listo para desmontar los muros de decencia y cordura levantados por su antecesor.

Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, el Enviado se lanzó a los pies de los terroristas –algo a lo que tristemente, ya nos tiene demasiado acostumbrados- para otorgarles cualquier prebenda o ventaja, en la absurda creencia de que el apaciguamiento de la Bestia y no su derrota, pondría fin a su trayectoria asesina.

Estaban agotados, acorralados y a punto de extinguirse como especie criminal. El Derecho, la Razón y la Justicia estaban abriendo la puerta del triunfo y sin embargo, en su momento de mayor debilidad, el Presidente del Gobierno de la Nación que los asesinos han querido y quieren destruir, acude en auxilio de la alimaña para que ésta no sólo no desaparezca como debía hacerlo, sino que complaciente, benefactor y dialogante como es él, le entregará servilmente vaya usted a saber qué porcentaje de las dementes reclamaciones tras las que ha excusado sus homicidios y atentados durante 40 años.

Es inconcebible. Hemos nadado contra corriente durante décadas y cuando estábamos a punto de ganar la orilla y confiados en su cercanía, nos empujan hacia el fondo. Pero, ¿qué hemos hecho los españoles para merecer semejante vileza? Particularmente, yo no pienso callar. La memoria de tantos hermanos y hermanas que han entregado su vida inocente a manos del odio ciego y mesiánico no puede y no debe sacrificarse en el estercolero moral que anida en la mente del Visionario.

¿Cómo y cuántas veces habrá que repetírselo a ZP? No se puede ceder al chantaje de unos rufianes encorbatados. No puede haber concesiones políticas que inviten a unos sicarios a dejar de matar. No se negocia ni con asesinos ni con quienes les encubren. A los primeros se les persigue y se les hace pagar por sus crímenes según las leyes y el Estado de Derecho. Y a los segundos, como mínimo, se les margina y aísla políticamente. Punto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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