07 julio 2005

Suma y sigue

Decía hace unos días que dado el actual estado del ruedo político ibérico, sólo hacía falta aguardar unas horas para comprobar cómo las patrañas y los atropellos perpetrados por socialistas y nacionalistas, se veían ampliamente superados a las pocas horas por nuevos descomedimientos y redoblados embustes.

Y a fe que esta última semana me ha dado ampliamente la razón, pues ha sido pródiga en situaciones de esperpento totalitario y enconado revanchismo justiciero. Tanta inquina contra el rival político sólo puede tener su origen en un enfermizo intento de ocultar los propios excesos antidemocráticos que antes, ahora y siempre, han jalonado, jalonan y jalonarán buena parte de la trayectoria vital del socialismo y del nacionalismo patrio.

Y ya no importa ni siquiera el lugar. Si el intento de laminación, de agresión o de amordazamiento ha de producirse en el Parlamento, sede que debería ser inviolable de la soberanía nacional, que se produzca, que ya inventaremos alguna excusa que nuestros altavoces mediáticos puedan encargarse de repetir ante la opinión pública hasta que se inviertan los papeles y se criminalice al adversario que sufrió la tropelía y nosotros salgamos plenamente absueltos de cualquier culpa e incluso y si es posible, con la vitola de víctima.

Y así, una y otra vez. Que quiero subirme a la tribuna del Congreso para pronunciar un discurso vacuo y autocomplaciente sobre una ley absurda que se me ha metido en las narices aprobar, al tiempo que no dejo intervenir al líder de la Oposición para replicarme, pues lo hago y no pasa nada.

Que se me ha ocurrido invitar al Parlamento, saltándome las más elementales normas del Reglamento del Congreso, a algunos familiares de los fallecidos en el accidente del Yak-42 para echárselos al cuello del Ministro de Defensa que ocupaba el cargo cuando se produjo el suceso y al que acabo de reprobar políticamente por su actuación, en un acto de desquite sin parangón en la historia de nuestra democracia, pues lo hago, que tampoco va a pasar nada.

Que a un antiguo militante de Terra Lliure y simpatizante de ERC se le pasa por la cabeza hablar de exterminio de los disidentes en Cataluña en un pasquín nacionalista local que quiere llevar el nombre de periódico, pues que lo haga, que no sólo no se le afeará su actitud y no se le llevará ante los tribunales, sino que se le aplaudirá fervientemente la ocurrencia entre las cada vez más leves protestas de quienes disienten de la asfixia nacionalista que padecen.

Que me apetece cerrar una comisión de investigación -que tuve que abrir a regañadientes- para que no se sepa toda la verdad acerca de la mayor masacre terrorista padecida por España en toda su Historia y sobre la que me apoyé para alcanzar el Poder, pues la cierro y aquí paz y después gloria.

El problema de base es que más allá de la mera denuncia que pueda hacer de estos agravios despóticos que padece por parte de la Izquierda, de los nacionalismos y de todos sus amigos circunstanciales, la Derecha está atada de pies y manos. Si ya se acusa a este sector social de fascista o ultraconservador cuando utiliza los cauces democráticamente exigidos para protestar contra las arbitrariedades que sufre o simplemente cuando va paseando con sus hijos por la calle, no quiero ni imaginarme los calificativos y los actos de violencia física y verbal de que podría ser objeto si, por ejemplo, Esperanza Aguirre no dejara hablar a Simancas en un pleno regional, si los familiares de las víctimas de ETA hubieran sido invitados al Congreso por Zaplana y Acebes para protestar contra la iniciativa socialista que abogaba por negociar con los asesinos, si algún columnista simpatizante del PP hubiera sugerido en algún medio afín que la solución para librarse de quien piensa diferente pasa por la persecución y el aniquilamiento o si durante la crisis del Prestige, el Gobierno de Fraga o incluso el de la Nación, hubieran decretado un apagón informativo como el perpetrado por Maragall en relación al Carmelo.

Sin embargo y aunque no hay demasiados elementos objetivos que me inviten a pensar así, sigo sin perder la esperanza de ver algún día el fin de esta pesadilla dadaísta, pues en algún momento, las gentes de bien que dormitan bajo el influjo de la machacona propaganda progresista, habrán de despertar del letargo manipulador en el que se encuentran sumidos. Y para alcanzar esa meta, el único camino que se me aparece es la denuncia constante y serena de tanto desmán y tanto despique. Eso y el respeto escrupuloso a las reglas del juego, aunque el contrario no quiera acatarlas. De este modo, mediante el pequeño goteo de la evidencia, se habrá de hacer patente día a día, semana a semana y mes a mes, quién está interesado en convivir, prosperar y cimentar y quién en enfrentar, medrar y demoler. Al menos eso espero.

Lucio Decumio.

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