01 julio 2005

El oprobio judicial

Lo peor de la España que nos ha tocado en suerte vivir desde los atentados terroristas del 11 de Marzo, no son las situaciones esperpénticas que a diario se nos muestran, tengan éstas su origen en el Gobierno, en su Altos Comisionados, en sus socios parlamentarios o en sus apéndices mediáticos o jurídicos. No, con ser ello malo, es aún peor esa desasosegante convicción de que nos provee la experiencia y que nos asegura que al día siguiente, la tramoya de la víspera se verá superada por un enredo, una chapuza o una farsa de un calibre todavía mayor.

Tristemente, el penúltimo episodio de esta tragicomedia del fingimiento en la que nos han instalado ZP y sus legados del embuste, ha tenido lugar en el marco de una de las cuestiones de mayor calado de nuestra política interior y que asimismo, mayor grado de sensibilidad y preocupación despierta entre los ciudadanos. Me refiero a la lucha antiterrorista y a las sucesivas sentencias y autos judiciales que en las últimas jornadas, han ido allanando el camino hacia la libertad de alguno de los criminales más sanguinarios y de no pocos de sus más rendidos imitadores callejeros.

No enumeraré los hechos, pues bien conocidas son de todos las decisiones de tres jueces que, haciendo gala de una indolencia rayana en la irresponsabilidad, han dejado en libertad a más de una veintena de jóvenes alimañas etarras para que puedan seguir ganando en las calles la violenta experiencia que les hará dar el salto al primer equipo del crimen. Adicionalmente y para que al combinado del terror no le falte de nada, su más destacado y desalmado caudillo podrá ponerse al mando de los jóvenes cadetes a partir del mes de agosto, gracias también al particular modo que de interpretar las leyes, tiene uno de los tres jueces previamente mencionados.

Sólo la idea de que De Juana Chaos reorganice un comando terrorista con alguno de los muchachotes de Jarrai que han sido puestos en libertad, para que posteriormente estos depredadores cometan alguno de esos asesinatos por los que después brindará alegremente el jefe de la manada, me pone la carne de gallina. Y debería ponérsela también a Pedraz, Guevara y Ollero, los tres magistrados que han redactado los ignominiosos autos. Sin embargo, tengo la sensación de que aunque este turbador y sangriento escenario tuviera finalmente lugar, ni a estos tres tenores de la burla a la justicia ni a sus mecenas políticos, que los hay, se les removerían siquiera un ápice sus conciencias glaciares y claudicantes. Tiempo habría, llegado el caso, de volver a mentir, de volver a manipular y de volver a tergiversar la realidad, terminando por derivar las responsabilidades de tanta insensatez al primero que pasara por allí y tuviera aspecto de votante, simpatizante o dirigente del PP.

Pero como decía, tras estas escandalosas decisiones, sólo hemos tenido que esperar unas horas para asistir a un nuevo capítulo de desvergüenza gubernamental. Ver al Presidente del Gobierno de España flanqueado por su Alto Comisionado para la Destrucción de las Víctimas del Terrorismo y por ese remedo de sheriff de Nottingham que es el Ministro del Interior, José Antonio Alonso, disimulando los tres ante la AVT y riéndose de las víctimas, al tiempo que sus embajadores proconsulares para la postración ante ETA, se reunían alegremente en el sur de Francia con destacados miembros del inframundo batasuno para llegar a sabe Dios qué acuerdos con ellos, causa grima, rabia y tristeza. Mucha tristeza, de verdad.

La situación se hace cada vez más intolerable y lo que olía a podrido, ya apesta. Sabemos a quién se le hacen efectivos tantas y tan pestilentes facturas, pero desconocemos en virtud de qué se abonan tan infames letras. Eso sí, que se haya dado portazo definitivo -con la exclusiva oposición del PP- a la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre los atentados del 11 de Marzo, dejando en evidencia una vez más las intenciones opacas y obstruccionistas del Gobierno y de sus circunstanciales y taimados aliados, podría darnos algunas pistas acerca de los motivos.

Lucio Decumio.

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