Una vez recuperada la normalidad y la calma en los circuitos y en las conexiones de mi PC, me dispongo de nuevo a embarcarme en otra de mis particulares exégesis que, como no podía ser de otro modo, versará sobre asuntos de actualidad política. Es lo que tiene ser aburrido y repetitivo. No puedo luchar contra ello, por más que quiera.
A falta de confirmación oficial a través de los pertinentes escrutinios, a estas horas, los sondeos a pie de urna otorgan a Tony Blair una holgada mayoría absoluta en las Elecciones Legislativas que han tenido lugar hoy en Gran Bretaña. Aun con la inseguridad de no conocer todavía los resultados definitivos, todo parece apuntar a que el actual Primer Ministro Británico prorrogará su estancia en el número 10 de Downing Street por otros cuatro años, los últimos, si hemos de creer a las numerosas declaraciones que ha pronunciado en este sentido el político escocés.
Eso sí, Blair perderá un nutrido grupo de parlamentarios en la Cámara de los Comunes, pero no los suficientes como para quebrar la cómoda mayoría absoluta de la que disponía hasta la fecha. Erosión que bien podría interpretarse como el resultado de ocho largos años de ejercicio político desde la máxima responsabilidad ejecutiva y no como un castigo de la opinión pública por la participación británica en la Guerra de Iraq y los argumentos sobre los que se basó la expedición bélica contra Sadam.
Ahora, una vez cerrado el ciclo electoral en los tres países cuyos máximos dirigentes convinieron en las Azores en la necesidad de acabar con el régimen de Sadam, es cuando más claro se presenta el paupérrimo panorama democrático de nuestra amada Nación, en comparación con las dos potencias anglosajonas.
Cualquier mente cabal se hace ahora la misma pregunta. ¿Cómo es posible que los votantes de las dos naciones que más arriesgaron en material, en hombres y en prestigio internacional, hayan respondido positivamente ante la petición de reelección por parte de los líderes que les embarcaron en un lejano conflicto en Oriente, mientras que la única de las tres que no sólo no envió tropas al frente sino que las desplegó en misión de ayuda humanitaria, haya optado por una inversión de papeles gubernamentales?
Fácil, sencillo y rápido, como las chapucillas del presentador de "Bricomanía". A mi juicio, dos son las explicaciones.
La primera, que la española, en contra de lo que pudiéramos pensar muchos, es aún una sociedad democráticamente inmadura, que es incapaz de formarse una sólida opinión sobre la realidad que le circunda debido esencialmente a su profundo analfabetismo político y a su ceguera cainita y fratricida.
Y la segunda, cómo no, es el atentado terrorista del 11 de Marzo, que vomitiva y sagazmente manipulado por el PSOE, sus aliados mediáticos y el resto de enemigos parlamentarios del Partido Popular, les sirvió a todos ellos como palanca para apoyarse en las tenebrosas lagunas sociales antes mencionadas y encaramarse al Poder.
Por el contrario, las sociedades británica y norteamericana, tienen mucho más claros los conceptos, pues su clase política así se los transmite. Una cosa son los asuntos domésticos, sobre los que podrán discutir unos y otros hasta quedarse afónicos y otra muy distinta es la proyección internacional -en cualquier ámbito- de cada una de las dos naciones. Ahí, la confluencia de intereses entre laboristas y conservadores en el Reino Unido y demócratas y republicanos en Estados Unidos, suele ser idéntica, al contrario de lo que sucede en España, donde uno de los dos grandes partidos de ámbito nacional, genéticamente mutilado para enorgullecerse del nombre de su patria, no duda en arrastrar el nombre de ésta y su Historia cuando está en el gobierno o apuñalar por la espalda al Ejecutivo que lleva las riendas del país cuando se encuentra en la Oposición.
Todo ello por puro interés partidista, por simple comercio de votos, por un elemental y espurio cálculo de adición de sufragios al propio zurrón que antepone la rapiña y el secuestro de cualquier parcela de poder, al interés general de la Nación que luego dicen representar.
Desgraciadamente y vista la actitud pasiva, condescendiente y en muchos casos aprobatoria de gran parte de la sociedad española, soy pesimista. Me temo que los próximos tres años, no serán los últimos de este triste período de despropósitos socio-económicos y de nocivo mercadeo competencial.
Lucio Decumio.
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