Ayer, en el Parlamento de la Nación, sede de la que debería ser indisoluble e indiscutible soberanía nacional, se escenificó una de las mayores bajezas de que se tiene constancia en la historia de la democracia española. Casi debería llegar más lejos y afirmar que la representación de ayer supone "il capolavoro" -obra maestra- de la inmundicia y de la deshonestidad política, pero como aún me considero joven, dejaré para los analistas más expertos y más veteranos, la definitiva apreciación.
También habría que dejar para los cabalistas y para los expertos en numerología el curioso resultado que arrojó la votación parlamentaria por la que se aprobaba una moción del PSOE que instaba al Gobierno a negociar con ETA en el caso de que la banda dejara las armas, pero no me resisto a hacer mención a los guarismos. El único partido que se opuso, como ya estaba anunciado, fue el PP, que en las jornadas previas se había desgañitado pidiendo al Gobierno un poco de coherencia, de sentido común y sobre todo, de justicia y de respeto hacia la memoria de las víctimas y hacia sus familiares. 147 papeletas en contra, que en definitiva, fueron los votos de la honra y de la resistencia contra la penúltima claudicación del gobierno de Zapatero ante los enemigos de España.
Y 192 votos a favor. Exactamente el mismo número de personas que fallecieron en el atentado del 11 de Marzo de 2004 y que para su desgracia por haber muerto y para la nuestra, por haberlo contemplado, se convirtieron en el trampolín sobre el que el PSOE y todos sus aliados antisistema tomaron el impulso definitivo para abalanzarse sobre el gobierno de Aznar y derrotar al PP en las elecciones generales tres días después. ¿Casualidad? Desde luego que sí, pero trágica y sarcástica casualidad a un tiempo.
Es como si se hubiera cerrado la primera circunvalación de odio, sectarismo y rechazo intestinal hacia el adversario político que representa a casi la mitad del electorado español y que persigue su laminación o su eliminación. El segundo, el que terminará por estrangular políticamente al Partido Popular si nadie lo remedia, se clausurará cuando apoyados en la resolución aprobada ayer, el gobierno, el PSOE y todos sus aliados parlamentarios, se sienten -eso si no se han sentado ya- a negociar el precio político pretendido por los terroristas desde hace cerca de cuarenta años para poner fin a sus criminales actos. Es decir, el modo y manera en que se terminará desmembrando España.
Desmembración que a todos les interesa. En primer lugar, al PSOE, cuya idea de lo que representa España, que por otra parte nunca fue demasiado firme, se aleja cada vez más de la concepción que debería mantener un partido de ámbito nacional como el que dirige ZP. La de ayer, es la definitiva demostración de la renuncia del socialismo español a ser verdaderamente eso, español. Así, en pocos años, un Partido Socialista de las Tierras Ibéricas del Sur o también Partido Socialista de la Hispania Ulterior, libre ya de ataduras y de conflictos con los representantes políticos de las antiguas regiones periféricas de España y con una oposición de derechas fragmentada y arrinconada, podrá convertirse en lo que realmente ha pretendido siempre, es decir, en el partido único que pueda medrar y depredar a su antojo por lo que quede de la antigua España.
Y qué decir de los nacionalistas vascos y catalanes. Su eterna aspiración independentista plenamente colmada y de igual modo, también libres de pies y manos para saquear y rapiñar cuanto pretendan en sus respectivos taifas de influencia.
Soy pesimista respecto al futuro de la Nación que me vio nacer. Desde mi humilde ventanuco, trato de dejar constancia de mis apreciaciones, de mis puntos de vista y de mis opiniones al respecto de lo que sucede en España desde hace poco más de un año del mejor modo posible, pues otra arma que no sea la palabra y la confrontación pacífica de argumentos, no pretendo empuñar para pelear contra esta sinrazón a la que nos aboca la falta de escrúpulos y el nulo sentido patriótico de nuestros gobernantes.
Sé que poca gente me lee, es cierto, pero la redacción de mis cavilaciones y de mis pareceres tranquiliza, aunque sea en sentido mínimo, mi atribulado y enfurecido espíritu ante la proyección de tanta hipocresía, tanta insuficiencia, tanta maldad, tanta falta de rigor y sobre todo, tantos fraudes, farsas, mentiras y engaños.
Lo he dicho en infinidad de ocasiones pero no me canso de repetirlo. A los españoles nos ha costado esfuerzo, sangre y sudor a espuertas llegar hasta donde hemos llegado. Y ahora, cuando estábamos tan cerca de recuperar el sitio que nos correspondía entre las naciones desarrolladas, cuando nuestro nivel de renta se había aproximado hasta casi igualar el de los países de nuestro entorno, cuando el terrorismo separatista etarra que nos había zarandeado durante décadas estaba próximo a su definitiva derrota, es cuando el suelo, gracias a la acción coordinada de un gobierno traicionero y de unos socios parlamentarios que beben de las mismas fuentes ideológicas que los terroristas, está a punto de hundirse bajo nuestros pies.
Y he llegado a la conclusión de que aunque estas líneas apacigüen mi ánimo, no es suficiente. Si España se desgaja, como me temo que sucederá si continúa la deriva política de nuestros dirigentes, no quiero verme a mí mismo dentro de 20 ó 30 años preguntándome si pude hacer más por evitarlo. Para empezar y aunque sea poco amigo de manifestaciones, acudiré a la convocatoria de la AVT el próximo 11 de Junio para protestar contra las medidas pro-terroristas del gabinete ZP y de sus aliados.
Se nos intentará acallar, censurar, amordazar y fustigar. Los medios afines al gobierno sacarán lustre a toda su artillería y acumularán cuanta munición puedan para bombardear, desgastar y desacreditar a los manifestantes, acusándoles de crispar el ambiente y de no querer la paz. Pero yo iré y espero que conmigo, muchos cientos de miles de personas que piensan lo mismo que yo y que creen en lo mismo que yo.
La paz, ese bonito término. ¿Quién no quiere la paz? ¿Acaso no querían la paz Churchill, De Gaulle y Roosvelt? Tanto como la querían Petáin o Chamberlain, desde luego. Pero la inacción de los segundos ante el empuje totalitario de la Alemania nazi, no sólo no impidió un conflicto de proporciones bíblicas sino que obligó a los primeros, especialmente a los anglosajones, a una sobredimensión en el esfuerzo material y humano que incrementó dramáticamente el balance final de muertos en la contienda.
La búsqueda de la paz, señor Presidente del Gobierno, hay que hacerla desde la dignidad, la decencia y la firmeza de principios e ideas. Claudicar, rendirse, ceder permanentemente al chantaje de quienes nos quieren poner ante las situaciones de hechos consumados que les favorecen, no sólo hacen un flaco favor a la paz, sino que suelen desembocar en situaciones aún peores que las que se quieren evitar.
Y en último término, ¿de qué paz hablamos? ¿Cuándo hemos estado en guerra para hablar de una paz con los terroristas? Que yo sepa, los disparos sólo han ido en una dirección y los muertos sólo han caído de un bando, salvo cuando usted y los suyos, hace 20 años, se metieron en las cloacas para eliminar a las ratas, en lugar de utilizar los métodos de desratización habituales.
Estaban contra las cuerdas. Y en lugar de un último directo que acabara con la bestia en la lona, bajamos la guardia y le concedemos un armisticio que no merece y que no quiere. Y la gran pregunta: ¿Por qué? ¿Qué les debe a los terroristas y a sus amigos de Perpiñán, señor Presidente? ¿Quizás su condición de tal?
Lucio Decumio.
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