Acabo de sentarme tras seguir con detenimiento las intervenciones de José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy en el debate sobre el estado de la Nación. Al margen de que cada uno juegue sus bazas –más o menos legítimas- y trate de erosionar al adversario con unos u otros argumentos, hay algo que queda meridianamente. Mientras que el discurso de Rajoy, independientemente de que se pueda estar de acuerdo con él o no, aúna coherencia sintáctica y argumental, al tiempo que transmite una sensación de empaque y consistencia irrebatibles, el de Zapatero se revela como una sucesión de inconexiones formales y de contenido, cuyo único objetivo es el despliegue continuado de una fraseología para la galería y de unos golpes de efecto que, como los fuegos artificiales, deslumbran durante segundos para quedar reducidos a la nada tras la breve demostración flamígera.
Íntimamente relacionado con las consideraciones anteriores, creo oportuno hacer una pequeña reseña acerca del lenguaje gestual de cada uno de ellos. Aun con las pertinentes reservas, dada mi ignorancia acerca de la citada disciplina y mis más que marcadas simpatías políticas hacia uno de los dos contendientes, diré lo siguiente: creo que si elimináramos el sonido de nuestros receptores de televisión y prestáramos atención exclusiva a los ademanes de cada uno de los dos líderes políticos, nos resultaría fácil apreciar cómo la exagerada gesticulación de que hace gala el Presidente del Gobierno, así como su constante elusión de la mirada del rival, revela un alto grado de inseguridad, de inconsistencia y de vacilación. Por el contrario, el gesto de Rajoy es firme y confiado y casi nunca retira la mirada de la figura del Presidente, lo que según mi opinión, refuerza los argumentos y las tesis que en cada momento defiende o expone.
Supongo que dicho lo dicho, sobra cualquier comentario acerca de mi versión o mi punto de vista acerca de quién ha salido vencedor en este combate. Como afirmaba previamente, Rajoy, apoyado en un discurso minuciosamente preparado y en una dialéctica impecable e implacable, así como ayudado por su gran sentido común y su mayor sentido de Estado, ha acorralado al Presidente más vulgar y ramplón de nuestro ciclo democrático y posiblemente, uno de los dirigentes más deficientes y más peligrosos que ha tenido que padecer España en toda su Historia. Si alguien se entretuviera en crear un museo de los horrores con los retratos de los más nefastos regentes de nuestro caminar por la Historia, Zapatero, con un único año en el Poder, se disputaría con Carlos IV, Fernando VII o Juan Negrín, los puestos de honor en tan tenebroso álbum.
Una última consideración sobre el Debate y ya termino con él. En su intervención, el portavoz parlamentario de CiU, José Antonio Durán-Lleida, ha declarado que está harto de que a Cataluña, independientemente del signo político del gobierno autonómico de turno, se la presente siempre de un modo tan antipático ante el resto de los españoles. Aparte de que se trata de la penúltima demostración de ese falaz victimismo baturro que tanto les gusta exhibir a los nacionalistas, me gustaría indicarle desde aquí al señor Durán que no hace falta que nadie desde España, ni políticos, ni periodistas, ni economistas, ni empresarios, presenten a Cataluña ante el resto de la Nación como una región enojosa y atravesada. No, señor Durán, no sólo no es preciso sino que además, no es así. Ustedes los nacionalistas, vertiente diestra, vertiente siniestra, ya se encargan solitos de ofrecer interesadamente, infinidad de instantáneas de una Cataluña egoísta e insolidaria, con el fin de provocar todo el recelo y la desconfianza posible entre el resto de regiones.
La estrategia de golpear deliberadamente para ser regañado y quejarse después por haber sido reprendido, ya no cuela, la hemos visto muchas veces.
Sin embargo, con ser el Debate sobre el estado de la Nación la gran noticia del día, un hecho tan insólito como el que comentaré a continuación, merece ocupar un lugar destacado en mis comentarios de hoy, pues de no mediar el citado encuentro parlamentario, habría sido sin ningún género de dudas, el auténtico eje informativo del día. Y tal vez por ello, a sabiendas de que todos los medios estarían sobre el debate a tiempo completo, la información de la que hablo se haya revelado precisamente hoy, buscando con ello amortiguar el impacto negativo que podría haber tenido sobre ciertos sectores políticos que se desgañitan a diario para santificar y glorificar a algunos regímenes políticos tan pretéritos como de dudoso pedigrí democrático.
Y no hablo de la vergonzosa reunión entre risotadas mantenida hace un par de días entre Pachi López y el PCTV, dentro de la ronda de contactos que mantiene el candidato del PSE a lendakari para postularse como tal en un debate de investidura en la cámara autonómica.
Y tampoco me refiero a la nueva demostración de magnanimidad democrática del comandante Fidel Castro, que ha encarcelado a 400 jóvenes cubanos a los que se les acusa del novedoso pecado político de “peligrosidad predelictiva”. Los prodigios gramaticales con que nos deleitan en ocasiones las más vetustas y sanguinarias dictaduras del planeta, son impagables, de verdad lo digo.
Asimismo y siendo extremadamente graves los hechos que la originaron, tampoco aludo a la multitudinaria manifestación de los vecinos de Villaverde, que algunos medios, en el colmo de la mezquindad manipuladora, han definido como una demostración cívica de anti-nazismo, cuando en realidad se trataba de una protesta vecinal por la espiral delictiva en la que ha caído el barrio, víctima del descontrol inmigratorio que ha padecido España en los últimos años.
Y acerca del nuevo y rocambolesco giro del Gobierno en materia penitenciaria, que consiste en que el Estado corra con los gastos de la instalación de una mezquita en aquellas cárceles en las que al menos 10 presos musulmanes así lo soliciten, trataré de extenderme más en otro momento, porque ahí, ahí sí que hay miga.
En realidad, quiero referirme al desenmascaramiento de un estafador, de un farsante, de un mentiroso y de un impostor como pocos hayan podido verse en España en muchos años. Hablo concretamente de Enric Marco un tipo de 84 años, de aspecto venerable y entrañable que hasta hace unos días, era el presidente de la asociación Amical de Mauthausen, una agrupación que reunía a ex reclusos republicanos españoles –y creo que también de otras nacionalidades- del tristemente célebre campo de concentración nazi.
Pues bien, hay que estar hecho de una pasta especial, que reúna ingredientes como una irredenta vocación por el fraude, un apego enfermizo por el embuste y una inclinación desmedida por la desvergüenza y la estafa permanente, como para sostener durante treinta años, la patraña, el cuento y la pantomima de haber pasado los peores días de su vida en un campo de concentración nazi, cuando lo más cerca que ha visto uno de ellos, es en los reportajes de National Geographic o de la BBC.
Es inconcebible. No sólo se ha reído en la cara de los miles de ajusticiados en aquel monumento a la barbarie, así como de los supervivientes que verdaderamente tuvieron que afrontar el lúgubre calvario, sino que ha tenido la insolencia de pasear su trola por toda Europa en decenas de conferencias que le habrán dejado jugosos réditos a costa de los hombres y mujeres de buena fe que acudieron a escuchar sus estremecedores pero imaginarios relatos.
Y en el colmo de la impudicia, se presentó ante el Congreso de los Diputados de España el pasado mes de Enero para relatar ante los atónitas y humedecidas miradas de sus señorías, cómo les llevaban al campo en trenes infectos, cómo les achuchaban a los perros, cómo padecían frío, hambre, vejaciones y privaciones de todo tipo y lo duros que se hicieron aquellos momentos.
Lo peor, conociendo como conozco un poco a mi país, es que difícilmente me equivoque si digo que pronto saldrá alguien a la palestra, algún dirigente de la izquierda o algún titiritero de la “nomenklatura cultural” para afirmar que la estafa es lo de menos y que aunque los padecimientos de Marco fueran ficticios, sus relatos de baratija han sido un buen vehículo para el conocimiento y el recuerdo de las felonías perpetradas por los nazis.
Lucio Decumio.
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