02 marzo 2005

¡¡Que te calles, Carmelo!!

Bien que le hubiera gustado a Pascual Maragall poder decirle a voz en grito a los afectados por el derrumbamiento inmobiliario acaecido en el popular barrio barcelonés, algo semejante a lo que Jesús Mariñas, afeminado reportero tombolero, le graznaba en el plató de Canal 9 a su compañera de fatigas y de disecciones, Carmele Marchante.

Pero va a ser que no. Como suele suceder con este tipo de cosas, cuanto más se trata de ocultar la verdad a la opinión pública, con más fuerza y más ímpetu se empeña aquélla en abrirse camino hasta darse a conocer.

La más abyecta negligencia, la más temeraria desidia y la más sonrojante avaricia se conjuraron y se conjuntaron en no pocos despachos de la Generalitat presidida por Maragall, para dar inicio a unas obras subterráneas que han terminado con el hundimiento de varios bloques de viviendas en el Barrio del Carmelo y más de mil vecinos malviviendo en casas de familiares y en hoteles. Y eso, no puede ocultarse debajo de una alfombra, ni puede silenciarse porque sí a toda la ciudadanía, por mucho conchabeo que haya entre la clase política catalana y los medios de comunicación de la región.

El oprobio es absoluto y la diferencia de trato ante situaciones similares, hiriente e injustificable. Si los Gobiernos de Aznar y Fraga no hubieran llegado a un acuerdo con los afectados por el hundimiento del Prestige hasta cuarenta días después de la catástrofe, la izquierda y sus corifeos habrían provocado un alzamiento social en Galicia y en no pocas regiones de España, muertos incluidos. Y aquello sólo fue un accidente, mal gestionado en sus primeras jornadas pero brillantemente resuelto en fechas posteriores. Mientras, aquí hablamos de una irresponsabilidad política de origen y de una gestión ruinosa e insensata que ha desembocado en un desastre sin precedentes, dejando a cientos de familias en la ruina. Pero basta ya de comparar.

Lo que nos ocupa es que hasta hoy, cuarenta días después de los desalojos, no ha llegado la Generalitat a un acuerdo para indemnizar a los afectados, lo que no significa que éstos, vayan a percibir cantidad alguna de inmediato. Cuarenta días en los que el gobierno regional sólo ha alcanzado a destinar 10 euros por adulto y 5 por niño, en ayudas de mantenimiento a las víctimas. Cuarenta días en los que su principal preocupación no han sido las personas que se han quedado sin hogar, sino evitar que rodaran sus propias cabezas; cuarenta días en los que han decretado un apagón informativo para que no se les vieran las vergüenzas; cuarenta días en los que han intentado ocultar pruebas de su torpeza y de su ineptitud; y cuarenta días de mentiras, de oscurantismo y finalmente, de acusaciones de corrupción a los anteriores regentes autonómicos.

Es todo tan grave, tan obsceno, tan nauseabundo y tan pestilente, que da asco. Dio asco y asombro contemplar a un patético Maragall en el debate del Parlament, que al verse acorralado por toda la oposición y en nada ayudado por su propia impericia y por su crónica embriaguez, se revolvió contra el líder convergente, Artur Mas, acusando a su formación de haber recibido comisiones del 3% en todas las obras públicas adjudicadas por la Generalitat presidida por Pujol.

Nada nuevo bajo el sol. Con el paso de los años, el PSOE sigue sin abandonar sus tácticas de la Baja Edad Felipista y esta vez a través de su ramificación catalana y de su líder y presidente autonómico, ha vuelto a encender el ventilador para que la inmundicia acumulada, salpique a todos los que le rodean y de este modo, crear la sensación de que no sólo ellos están hasta el cuello de heces.

Sin embargo, a diferencia de aquellos coletazos desesperados de los tiempos de la galopante corrupción que azotó a España entre 1989 y 1996, lo de ahora es un torpedo que no sé muy bien si por azar etílico o por premeditada y revanchista alevosía, amenaza con hacer saltar por los aires la misma línea de flotación de la otrora todopoderosa Convergéncia i Unió e incluso, a la propia Generalitat presidida por este snob nacional-izquierdista con olor a naftalina que es Maragall.

Todo ello, ha llevado tanto al PSC como a CiU, a trasladar el debate a un terreno mucho más abrupto que el de los escombros que se acumulan en el Carmelo. Mientras que los afectados se han convertido en unos molestos actores de reparto, los dos pesos pesados de la política catalana, tratan de dilucidar y de reconducir una situación que de no enderezarse, puede acabar con la implosión de CiU y con Maragall dando por enterrada la etapa del inestable y tornadizo tripartito y con ello, sus sueños de un nuevo estatuto que ya veía aprobado en las Cortes Generales, gracias al permanente chantaje al que someten el PSC y ERC al fraternal ZP.

Sin embargo, lo peor de todo no es nada de lo que he manifestado anteriormente. Después de todo, para mí hay algo tan seguro como tenebroso. Es de tal calibre la narcolepsia política en la que vive gran parte de España en general y Cataluña en particular, que por mucho que se acrediten responsabilidades y se produzcan ceses o dimisiones; por mucho que se demuestre que CiU cobraba comisiones por las obras concedidas por la Generalitat; por mucho que los afectados por el hundimiento del terreno en el que se asentaban sus casas estén a la intemperie durante meses y sin cobrar indemnizaciones durante años; por mucho, en definitiva, que suba la temperatura del escándalo y de las revelaciones que aún nos quedan por conocer, nada cambiará.

En unas hipotéticas elecciones autonómicas anticipadas, la correlación de fuerzas apenas cambiará y si lo hace será a peor y con ERC como gran triunfadora a costa del hundimiento de CiU y de la erosión del PSC.

Al tiempo.

Lucio Decumio.

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