15 marzo 2005

Nadal y guardar la ropa

Desde que se desató en Barcelona la gravísima crisis humanitaria y social derivada del hundimiento de buena parte de los edificios del Barrio del Carmelo, la mayoría de la clase dirigente catalana ha interpretado tal cantidad de actos de cobardía, incompetencia y villanía política, que ahora, a sólo cuarenta días de que se produjeran los acontecimientos, resulta casi imposible hacer un recuento de ellos en vista de su magno volumen.

Dejando aparte el inconcebible y bochornoso abandono que han sufrido y siguen padeciendo los afectados, las irrisorias y enojosas indemnizaciones que la Generalitat les quiere hacer llegar y en último término, el vergonzoso sainete apaciguador interpretado por Maragall y Mas durante el pleno de la moción de censura presentada por Piqué -el único que ha demostrado sólo un poquito de sentido común en todo este asunto- me introduciré de lleno en el que yo creo que es el episodio más sonrojante y aturdidor de todos a cuantos hemos tenido acceso.

Ayer se dio el pistoletazo de salida a la comisión de investigación que el Parlamento Catalán ha constituido para esclarecer los sucesos acaecidos en el Carmelo y depurar responsabilidades. Como todos bien sabemos, pues de comisiones de investigación parlamentarias -tanto autonómicas como nacionales- vamos bien servidos los españoles en los últimos años, las tareas que lleve a cabo este comité de diputados, sólo terminarán sirviendo para enredar aún más el problema, para oscurecer más los hechos y sobre todo, para que quienes poco o nada tuvieron que ver en el desastre salgan malparados y para que los máximos responsables del mismo se escapen de rositas sin tener que rendir cuentas ante nadie por sus tropelías.

Como de costumbre, me voy de rama en rama y termino perdiendo el hilo conductor. A lo que iba. Ayer dio sus primeros pasos la comisión y si la memoria no me falla -ya estaría mal que lo hiciera tan sólo 24 horas después- el primer compareciente que se presentó ante los comisionados fue el actual Consejero de Obras Públicas de la Generalitat, Joaquín Nadal. El hombre, un tipo ya fogueado en la política catalana -no en vano fue candidato a President a principios de los 90- respondió plácidamente a las preguntas planteadas y al final de su intervención y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se puso la venda antes de hacerse la herida y anunció que hasta que no se revisaran en profundidad los proyectos y las concesiones, quedaban paralizadas 11 obras públicas -metro, ferrocarril y carreteras- dependientes del Gobierno catalán. Asombroso. El angelito se quedó tan ufano y nadie, ni en Cataluña ni en el resto de España, ha alzado la voz contra tamaña amalgama de incompetencia, arrogancia y desprecio hacia la inteligencia de los ciudadanos.

Pero vamos a ver. El horizonte al que presuntamente desea llegar esta comisión, si no me equivoco, se encuentra en la búsqueda de las causas que motivaron el desplome de varios edificios en el Carmelo. Por extensión, también habría de lograr su hallazgo y depuración, aunque éso, como decía anteriormente, es bastante más improbable. Es decir, no estamos ante una comisión de investigación que trata de averiguar si CiU se embolsó o no un tres por ciento del coste total de las obras que se llevaron a cabo bajo su mandato, ni ante una comisión de expertos sobre contenidos audivisuales, ni tampoco ante una que pretenda establecer los orígenes del Universo. No. Esta comisión aspira a conocer qué falló y quién falló para que el suelo del Carmelo, fallara bajo los pies de sus habitantes.

Entonces, ¿qué nos intenta decir Nadal suspendiendo las 11 obras previamente mencionadas? ¿Que no está seguro de que no se vayan a producir más accidentes como el del Carmelo en alguno de esos trabajos? Y si no está seguro de que no se van a producir ¿porqué razón no está seguro? ¿Tal vez no está seguro porque sabe que no puede estarlo? ¿Tal vez no está seguro porque es perfecto conocedor de los mecanismos de concesión, licitación y ejecución de obras y le consta que no son de fiar? ¿Sabe acaso que la Generalitat, que la Consejería que él dirige, dándole buen nombre al peculiar espíritu cicatero catalán, pone 15 centímetros de hormigón donde debería poner 20, vigas de hierro donde debería ponerlas de acero templado o yeso barato donde debería poner cemento armado?

Y si fuera así, si las obras se adjudicaran irregularmente y los materiales y maquinaria empleados fueran de inferior calidad a los requeridos, ¿adónde van a parar los euros que se ahorra el Gobierno catalán? ¿Al bolsillo de CiU antes? ¿Al del tripartito ahora?

Sin embargo, es con mucho la siguiente reflexión que voy a hacer, la que se me presenta como la más desasosegante de todas las que me puedo plantear al respecto de este asunto pestilente. Veamos; si por algún inexplicable milagro de origen arcangélico, los cimientos de los edificios del Carmelo no hubieran cedido al paso de las tuneladoras que a escasos metros horadaban el subsuelo barcelonés y las casas no se hubieran agrietado y desplomado, no habría habido ni escándalo, ni debate en el Parlamento catalán y ni mucho menos, comisión de investigación. Por extensión, tampoco hubiera habido comparecencia alguna del Consejero de Obras Públicas, así que éste, tampoco se hubiera visto en la tesitura de tener que ordenar la paralización de los trabajos en curso, incluido el que afectaba al propio Carmelo.

Es decir, que si el Carmelo no se viene abajo, las chapuzas bananeras y los conchabeos más hirientes en el ámbito de las obras públicas en Cataluña, hubieran seguido tranquilamente su curso a través de concesiones, licitaciones y contrataciones cargadas de la más obscena irregulararidad. Y para rematar, vaya usted a saber desde cuándo y con qué negligente complacencia y complicidad, tienen estos comportamientos lugar.

En cualquier país civilizado y con un sistema político saneado y a pleno rendimiento, un individuo como Joaquín Nadal no habría tenido cabida jamás. Y caso de haberla tenido y haber reunido la suficiente desfachatez para decir lo que dijo ayer, así como de cancelar las obras que canceló, su cabeza tendría que haber rodado inmediatamente. O por iniciativa de sus superiores o por la suya propia. Afortundamente, Bruselas ya está sobre el asunto y amenaza con cortar el grifo de los fondos estructurales a Cataluña si tanta irregularidad administrativa y en última instancia técnica, se confirma.

Pero mientras tanto, así nos va en España. Hasta que la izquierda deje de tener patente de corso para expedir públicamente carnets de moralidad mientras que a espaldas de la ciudadanía, hace y deshace hipócritamente a su antojo, seguiremos asistiendo, como sucedió ayer, a explícitos, repugnantes y jactanciosos reconocimientos de la propia ineptitud y de la propia indecencia, sin que de ello se derive responsabilidad alguna.

Lucio Decumio.

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