29 septiembre 2005

Estatut

Es ésta que nos ha tocado vivir, una época en la que ordenan, mandan y triunfan, un número excesivo de tramposos y rufianes que sin rubor alguno, pasean su traidora perfidia por la vida política nacional y sobre todo, por los despachos del Palacio de la Moncloa ante la ruin complacencia de un Presidente que ahora sí, ya no cabe la menor duda, se cree llamado al infame destino de destruir España.

Según la estación del año, la dirección del viento o las necesidades y avaricias de cada cual, son distintos los extorsionadores que visitan al que se deja arrebatar lo que pertenece al conjunto de los españoles, aunque el objetivo de todos aquéllos sea siempre el mismo: saquear a placer, sin oposición y por añadidura, contando con el beneplácito del teórico guardián.

Pasado mañana serán gudaris encorbatados o resentidos con olor a percebe y pulpería los que intentarán y conseguirán usurpar la autoridad del Gobierno de la Nación y sacar provecho de su debilidad. Pero a día de hoy, las urgencias llaman a la puerta de los funámbulos codiciosos provenientes de las Marcas y son ellos quienes tienen prioridad absoluta en la agenda presidencial. Ante la posibilidad de que no se termine de aprobar esa coraza de inmunidad con la que se quiere revestir la casta dominante en Cataluña y que han dado en llamar “nuevo Estatut”, el desfile de necios y farsantes por los pasillos y estancias monclovitas, ha adquirido proporciones bíblicas en las últimas jornadas.

Así, se han dado una vuelta por Madrid para visitar a la bicoca zapatera chocarreros de la catadura de Artur Mas, ése cómplice necesario de los atropellos y corruptelas convergentes durante los años del asfixiante despotismo político y económico que padeció Cataluña bajo los gobiernos de CiU; o José Luis Carod-Rovira, el siniestro líder de ERC que hace ya tiempo, debería estar políticamente inhabilitado y penalmente sancionado por sus oscuros acuerdos con el inframundo etarra en Perpiñán, así como por sus incendiarias soflamas y chulescas amenazas; y cómo olvidarnos de Pasqual Maragall, el presidente regional que ha convertido su mandato en un disparatado concurso de palabrería independentista tan confusa como remilgada y que ha hecho la vista gorda ante los excesos de sus socios mientras pasaba a hurtadillas sobre los gravísimos problemas que han afectado a su mandato –léase Carmelo-.

Todos ellos, junto con sus camaradas en el chantaje provenientes de otras zonas periféricas, han tenido siempre abiertas las puertas del Palacio de la Moncloa, así como el talante y la buena disposición de su inquilino. Esas mismas puertas y esa misma disposición que se han mantenido cerradas a cal y canto cuando quien llamaba desde el exterior venía envuelto en las banderas de la cordura, la prudencia, la decencia y la lealtad.

El relativismo moral, ético y patriótico de Rodríguez Zapatero ha convertido a España, a su Gobierno y a sus instituciones, en un corral de feria en el que los disparates y los desatinos se suceden a diario y donde cualquier despropósito o insensatez, obtiene automáticamente el premio de la consideración y el aplauso, con la única condición de que que supere a las anteriores aberraciones en deshonor y alevosía.

Tantas veces se ha dicho que incluso puede llegar a cansar el hecho de repetirlo, pero hay que insistir una vez más en que la mayor parte de culpa de que todo este tinglado nacionalista montado en torno al egoísmo y la falta de escrúpulos esté a punto de verse coronado por el éxito, no es de quienes lo han ideado y procesado, sino de quienes les han permitido, con una condescendencia y falta de sentido de Estado estremecedores, cubrir cada uno de los pasos necesarios para llegar hasta donde estamos.

Lucio Decumio.

27 septiembre 2005

Campeón

Ahora que caigo en la cuenta, me percato de que hace muchísimas semanas, seguramente demasiados meses, que no me tomo un respiro a la hora de escribir sobre política y políticos. Llegados a este punto, hasta yo mismo me noto espeso y cansado a ese respecto.

Aunque lo cierto es que me gusta dedicar mi tiempo a escribir acerca de ese tipo de asuntos. Independientemente de que lo haga bien o mal, guste o no, tenga más o menos repercusión lo que yo diga, a mí me resulta muy gratificante el hecho de estar permanentemente en estado de alerta en torno a la evolución de los acontecimientos partidistas y parlamentarios en España.

Sin embargo, el aluvión informativo termina por asfixiar el espíritu y el ánimo del más pintado, que por otra parte, no soy yo; así que por un día, quiero acabar con el empacho personal que me produce tanta necedad, incompetencia y perfidia reunidas en torno a reformas estatutarias inconstitucionales, negociaciones con asesinos, desaires gubernamentales a las víctimas del terrorismo, soterrados e inquietantes enigmas sobre el 11-M que asoman poco a poco a la luz de las investigaciones periodísticas, gestión lamentable de patrimonios medioambientales, memorias históricas, alianzas de civilizaciones o estentóreos rugidos "esquerristas" que llaman a la confrontación civil.

Hoy no. Lo dicho. Hoy exhalo un bufido de alivio y aunque cerraré con una conclusión que mezclará ironía política y resultados deportivos, me dedicaré a enfrentar el resultado deportivo más notable del deporte nacional en los últimos años y a su protagonista, con quien esta noche soslayará su vieja pretensión de volar más alto que miles de analistas políticos y periodistas con mejor currículum que él.

Hablo, lógicamente del Campeonato del Mundo de Fórmula 1 que acaba de conquistar Fernando Alonso y también hablo de mí.

Debo reconocer que siento muchísima envidia y no diré que sana -pues por más que se insista, ambos conceptos son tan contradictorios que tratar de darles un significado conjunto resulta patético- por el formidable resultado que acaba de conseguir un chaval de tan sólo 24 años.

Aún me recuerdo con 24 años. Trabajaba como becario sobreexplotado en un diario nacional y mis expectativas profesionales pasaban por obtener la mayor carga de experiencia posible en aquel recóndito lugar, para más tarde, dar con mis huesos en mejores y más brillantes esferas laborales. Aún me quedaba un año para concluir la carrera y todavía no había puesto un pie fuera de España, ni tan siquiera de la Península. Pasaré de largo acerca de mi entonces, raquítico bagaje con el sexo opuesto, pues el sonrojo y el oprobio no me permitirían continuar más allá de esta misma línea. En resumidas cuentas y para concluir y no extenderme, a mis 24 años, mi experiencia vital era del todo deplorable y lo que es peor, pasados 11 años, no ha mejorado sustancialmente.

Alguien me dirá que no debería comparar tan alegremente -tan tristemente, afirmaría yo- mis 24 años de 1994 con las 24 primaveras de Fernando Alonso en 2005. Al fin y al cabo, dirán mis críticos, prácticamente cualquier humano que confronte su trayectoria profesional y personal a esa edad con la del piloto asturiano, va a salir perdiendo. Y así es y no debo negarlo.

Sin embargo nadie aparece de la nada y con dos docenitas de años, se proclama Campeón del Mundo de Fórmula 1. Es obvio que hay un proceso, un largo y duro camino previo hasta llegar a la meta cosechada por el zagal. Y ese camino empezó a los tres años, cuando por primera vez, Fernando se subió a un "kart" y empezó a pisar a fondo el acelerador. De ahí, la ilusión y el capricho del mozalbete fueron calando en la figura de un padre que apostó decididamente por la carrera de su hijo. Bajo muy duras condiciones, aquel hombre se cubrió de sacrificios, recorrió enormes distancias para llevar a su hijo a competir en recónditos circuitos de España y de Europa y al final con 19 años, aquel crío se montó en un Fórmula 1 para alcanzar, pocos años después, la cima máxima del automovilismo mundial.

Naturalmente, no me recuerdo con tres años, pero lo que sí que puedo asegurar es que no hay ninguna foto de Lucio Decumio con un mono de piloto y un casco a punto de subirse a un diminuto monoplaza. Ni con tres, ni con cinco, ni con siete, ni con ninguna otra edad. Y tampoco las hay jugando con un balón, tratando de empuñar una raqueta, enfundado en un kimono o intentando subirse a una bicicleta.

Y no las hubo porque aunque parezca disparatado, mis padres siempre consideraron una pérdida de tiempo y de dinero, dedicar el ocio de sus hijos y sobre todo el suyo propio, a la práctica de cualquier deporte. Verdad es que mi perfil físico por aquellas fechas estaba notablemente alejado de los patrones de la agilidad y de la coordinación y que a la vista de ello, difícilmente mis padres podrían haber pensado que transcurridos los años, servidor hubiera sido capaz de jubilarles prematuramente en virtud de mis éxitos como futbolista, tenista o golfista.

Tristemente, en lugar de intentar ayudarme a invertir la tendencia, mis progenitores se entregaron con fruición a la tarea de hacerla aún más patente. A la reducida competencia física hubo que añadirle la apatía del padre del joven Lucio en cuanto a las apetencias deportivas de su vástago y por si eso fuera poco, el inveterado derrotismo de la madre al respecto de cualquier proyecto de futuro profesional relacionado con el deporte –y con cualquier otra disciplina-, se encargó de rematar al doliente.

A mis padres les debo todo y nunca podré agradecerles lo suficiente, su esfuerzo, su trabajo y su empeño por sacarnos adelante. Pero sin saberlo, ellos contrajeron un débito conmigo que desgraciadamente, jamás podrán abonarme. En un pequeño rincón, guardo la factura que corresponde al amargo cóctel de ilusiones y proyectos frustrados por su indiferencia e indolencia y que en los años de mi más tierna infancia, me obligaron a ingerir a espuertas.

Vaya, vaya. ¡¡Cuánto tiempo sin ejercer un poco de aliquebrada autocompasión y sin derramar unas pequeñas lágrimas por esa mala estrella que me corona de modo perpetuo!!

¡¡Y qué agridulce la sensación al volver a hacerlo!!

Echo el cierre. Al margen del formidable triunfo de Alonso, el fin de semana fue pródigo en acontecimientos deportivos de relieve. Nos salvamos del descenso en Copa Davis, mi Real Madrid pareció remontar definitivamente el vuelo en Vitoria y los éxitos deportivos nacionales se redondearon con la plata de Alejandro Valverde en el Mundial de Ciclismo de fondo en carretera. Lástima que la diosa Fortuna terminara aliándose en los últimos segundos de la semifinal del Campeonato de Europa de Baloncesto con ese formidable alero alemán con aspecto de protagonista de “Scooby-Doo” y que responde al nombre de Dirk Nowitzki, para apartarnos de una nueva final continental.

Aunque en vista de los acontecimientos políticos que envuelven a España en las últimas fechas, casi debo alegrarme de que no subiéramos al podio por cuarta vez consecutiva en el Campeonato de Europa. Las dos únicas selecciones que lo habían conseguido hasta la fecha respondieron en su día a los extintos nombres de U.R.S.S. y Yugoslavia. Lagarto, lagarto.

Lucio Decumio.

21 septiembre 2005

Nos quieren ahogar en la orilla

Sí, cierto. Ya he hablado en multitud de ocasiones sobre el particular que hoy abordo y es posible que incluso lo haya hecho utilizando conceptos, ideas y vocablos similares a los que empleo hoy. Pero, si hay cosas en este mundo acerca de las que nunca me cansaré de escribir y cuestiones sobre las que jamás omitiré mis denuncias y críticas, ésas son las que a continuación redacto. Sea pues.


25 largos años de ardides y chantajes perpetrados por los muy mal llamados nacionalistas democráticos, no han sido lección suficiente para la clase política nacional. Especialmente para los socialistas que a día de hoy, desgobiernan en España.

Parece mentira que aún haya alguien dispuesto a escuchar, poner atención y dar crédito a los cantos de sirena que Ibarreche y los suyos –“todos los suyos”- lanzan a los cuatro vientos de los siete mares para seducir a los incautos grumetes que capitanean la nave.

Si las innumerables concesiones y privilegios conseguidos a lo largo del último cuarto de siglo a partir de la falaz hipótesis de que más autogobierno y más competencias, significarían menos violencia etarra e incluso la desaparición de la misma, no han calmado las ansias de aquellos que estafan a sus anchas, ¿porqué razón iban a ser ahora las cosas diferentes?

El farisaico juego peneuvista, que hoy escribe su penúltimo episodio con la petición del traslado de presos etarras a cárceles vascas, dio comienzo en los albores de la democracia. Ya por entonces, los discípulos de Sabino Arana amenazaban desde la atalaya de su proverbial chulería, con un dramático incremento de las acciones terroristas si no se aprobaba el Estatuto de Guernica según sus deseos. Una formación política integrada en el arco parlamentario y teóricamente sujeta a las leyes y al Derecho, se permitía el lujo de poner contra la pared a todo un país, haciendo uso de la daga que blandían sus hijos descarriados.

Todo mentira, como de costumbre. Se aprobó el Estatuto, pero el reguero de sangre y muerte que dejaron los caimanes a su paso por los siguientes cinco lustros de nuestra historia, pesará muchos años en el ánimo de todos los que hemos asistido a la contemplación, en toda su crudeza, de la despiadada orgía de odio y rencor protagonizada por los depredadores.

A lo largo de los siguientes años, el PNV se hizo fuerte en el Gobierno regional, gracias a una combinación de amoralidad política, clientelismo vergonzante, claudicación de ciertos partidos y encubierto pero irredento apoyo a un entramado filo –terrorista que debía mantenerse bien lubricado para coadyuvar al esfuerzo separatista del nacionalismo resentido y aldeano.

Así, apoyados los unos en los otros, un interminable arroyo de competencias, reclamaciones y privilegios siguió fluyendo hacia las tres provincias vascas y sirvió de vigoroso sustento político para los integrantes de la banda y de La Banda. Desgraciadamente, aquel generoso manantial nunca calmó la sed de ninguno de los dos.

Sólo la mayoría absoluta del PP en 2000 empezó a poner a cada uno en su sitio. Tras años de esfuerzos y sacrificios, la ejemplar persecución legal y democrática que los gobiernos de Aznar habían puesto en marcha para derrotar a la sanguinaria serpiente etarra estaba a punto de llegar a buen puerto, gracias a la acción coordinada de unas Fuerzas de Seguridad cada vez más eficaces y de una presión judicial y legal que asfixiaba económica, social y políticamente al entorno batasuno y etarra.

Pero llegó el Iluminado a la Moncloa. Catapultado al Poder por los oscuros sucesos del 11 de Marzo, el hombre de la sonrisa eternamente forzada, del efectismo fatuo y de la propaganda cegadora se puso el mono de obra, listo para desmontar los muros de decencia y cordura levantados por su antecesor.

Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, el Enviado se lanzó a los pies de los terroristas –algo a lo que tristemente, ya nos tiene demasiado acostumbrados- para otorgarles cualquier prebenda o ventaja, en la absurda creencia de que el apaciguamiento de la Bestia y no su derrota, pondría fin a su trayectoria asesina.

Estaban agotados, acorralados y a punto de extinguirse como especie criminal. El Derecho, la Razón y la Justicia estaban abriendo la puerta del triunfo y sin embargo, en su momento de mayor debilidad, el Presidente del Gobierno de la Nación que los asesinos han querido y quieren destruir, acude en auxilio de la alimaña para que ésta no sólo no desaparezca como debía hacerlo, sino que complaciente, benefactor y dialogante como es él, le entregará servilmente vaya usted a saber qué porcentaje de las dementes reclamaciones tras las que ha excusado sus homicidios y atentados durante 40 años.

Es inconcebible. Hemos nadado contra corriente durante décadas y cuando estábamos a punto de ganar la orilla y confiados en su cercanía, nos empujan hacia el fondo. Pero, ¿qué hemos hecho los españoles para merecer semejante vileza? Particularmente, yo no pienso callar. La memoria de tantos hermanos y hermanas que han entregado su vida inocente a manos del odio ciego y mesiánico no puede y no debe sacrificarse en el estercolero moral que anida en la mente del Visionario.

¿Cómo y cuántas veces habrá que repetírselo a ZP? No se puede ceder al chantaje de unos rufianes encorbatados. No puede haber concesiones políticas que inviten a unos sicarios a dejar de matar. No se negocia ni con asesinos ni con quienes les encubren. A los primeros se les persigue y se les hace pagar por sus crímenes según las leyes y el Estado de Derecho. Y a los segundos, como mínimo, se les margina y aísla políticamente. Punto.

13 septiembre 2005

Y si Katrina visitara España...

Que el terreno en el que mejor se mueven la izquierda española, sus aliados antisistema y la impenetrable armadura mediática que les envuelve a ambos, se encuentra asentado sobre los sólidos sedimentos de la mentira compulsiva y está abonado con los provechosos fertilizantes de la manipulación y el sectarismo, es algo que a muy pocos puede resultar extraño a estas alturas.

Los penúltimos fascículos de esta sórdida interpretación de la realidad en la que España cabalga desde el 11 de Marzo de 2004, han sido redactados, al respecto de las consecuencias del devastador huracán “Katrina”, por algunos de los más conspicuos gobernantes nacionales y cómo no, por ese latifundio de opio informativo que integran TVE, Tele 5 y Grupo Prisa.

Impactante imagen del ojo del huracán Katrina, tomada desde un avión de reconocimiento meteorológico.

Si a alguien le cabía alguna duda de la tendenciosidad revanchista de este trípode de la falacia, así como de su congénito rechazo hacia el libre pensamiento y de su codicia y afán monopolístico y totalizador -dignos todos ellos de la mejor tradición orwelliana- el seguimiento informativo por ellos realizado del mayor desastre natural que ha afectado a los Estados Unidos, tendría que haber resuelto definitivamente los dilemas de los más vacilantes.

Ya no extraña tal actitud. A las personas, a los seres humanos que han padecido la tragedia, CNN+, TVE o Tele 5 les han asignado un papel secundario en los análisis y en las informaciones que han ofrecido. Mientras, han empleado la mayor parte de sus energías en tratar de transmitir la imagen de un Bush inepto y apático, barnizado por veladas y oportunas acusaciones de racismo e incapaz de afrontar la crisis con los reflejos debidos. Asimismo y a la vista de sus informativos, uno tiene la sensación de que todos ellos, informadores y líderes de la Izquierda, esperaban impacientes y ansiosos el brutal impacto del fenómeno meteorológico contra las costas norteamericanas para deleitarse con la desgracia del odiado enemigo.

Ausencia total de ética y sobredosis de cobardía moral. Es lo habitual. No importa lo que se quede por el camino, las vidas que hayan arrastrado las aguas, ni los destrozos que hayan provocado los vientos huracanados. Cualquier excusa es buena y si es el azote de la peor tempestad que ha golpeado a América mejor, para arañar, erosionar y desprestigiar la figura del detestado Leviatán de la Izquierda y de la progresía nacional y porqué no decirlo, europea. En buena medida, una estrategia de desgaste calcada a la padecida por José María Aznar tras el hundimiento del Prestige.

Cansa ver tanto partidismo y tanta manipulación. Y cansa ver cómo se ponen orgullosa y pomposamente, ignominiosas medallas virtuales a costa del sufrimiento ajeno. Como hizo hace no mucho el Ministro del Interior, José Antonio Alonso, quien desde la atalaya de su arrogancia esnobista, aseguró que España estaba mejor preparada que Estados Unidos para afrontar un Apocalipsis semejante.

Instantánea del satélite en el momento en que Katrina toma contacto con las costas de Alabama, Louisiana y Mississippi.

Miente con la misma premeditación a la que nos tiene acostumbrados. ¿Hay algún gobierno en este mundo, independientemente de su signo ideológico, que esté facultado y preparado para afrontar una hecatombe que arrase cerca del 4% de su territorio y que afecte en mayor o menor medida, a un porcentaje similar de su población?

Quedémonos sólo con las proporciones y dejemos de lado las magnitudes absolutas. Dedicaremos así unos segundos a realizar un sencillo ejercicio matemático, que nos dará una idea aproximada de lo que significaría para España un desastre natural de las características del Katrina, pero ajustado a nuestra extensión geográfica y a nuestra población.

Una gota fría, un terremoto, una erupción volcánica o cualquier otro fenómeno natural que se desencadenara en nuestro país y cuyo poder de devastación fuera proporcionalmente idéntico al del tristemente célebre huracán, asolaría una superficie equivalente a la de la Comunidad Valenciana -21.000 km2- y alteraría directamente en mayor o menor medida, la vida de más de 1.700.000 españoles. Y el estremecimiento absoluto llega cuando trasladamos estos valores a Rusia, China, India...

A ello habría que añadir, obviamente, la destrucción de inmuebles, infraestructuras, líneas de comunicación y abastecimiento, la mutilación de los suministros energéticos básicos, el caos y la descoordinación que subsiguen a este tipo de acontecimientos durante las primeras jornadas, el impacto sobre el PIB, los problemas de salubridad ocasionados por la falta de higiene y por los cadáveres de animales y personas...

¿Está España capacitada para hacer frente a algo así? ¿Alguien podría coordinar sin margen para el error, las tareas que exigen el antes y el después de un acontecimiento tan destructivo?

Un examen tan sencillo como éste, debería desmontar de un plumazo la utilización política y el formidable montaje manipulador que se ha tejido en torno a esta catástrofe desde los mismos atriles de siempre.

Pero no se hace. Años y años de constante laminación del espíritu crítico de la sociedad han obrado el milagro y declaraciones e informaciones tan abiertamente infundadas como las que se hacen, se asimilan y se dan por buenas sin apenas oposición intelectual.

¿Y a qué se debe tanto alborozo apriorístico en torno a la infalibilidad de un gobierno socialista frente a una crisis de esta naturaleza? ¿Tal vez a la ejemplar gestión política y al transparente desenlace informativo del desastre del Carmelo? ¿Quizás a las inmejorables diligencias seguidas en torno al incendio de Guadalajara o a la crisis de los pollos?

Sólo les ha faltado afirmar que ellos no errarían en la identificación de los cientos de muertos que produciría el cataclismo.

08 septiembre 2005

Asalto a las tres

Definitivamente, vivimos en un mundo injusto y arbitrario. El compromiso, la lealtad y la fidelidad a unos valores es una losa muy pesada para aquellos que creemos que en la vida siempre hay que ir de frente, únicamente armados con los estandartes de la verdad, la sinceridad y el respeto por los demás y por uno mismo.

Tal vez haya sido simplemente mala suerte. Quizás el hecho de criarme en un entorno familiar y personal donde las monedas de cambio eran la honestidad, la buena educación, la deferencia por los más mayores y la firme convicción de que el trabajo bien hecho otorga finalmente jugosos frutos de progreso, bienestar y respetabilidad social, haya terminado jugando en mi contra.

Y casi debería concluir que sí, vistas las lamentables –a mi juicio- circunstancias que en la actualidad rodean a España, lugar éste que se ha convertido en las últimas décadas en el paraíso donde crecen, florecen y arraigan titiriteros, ventajistas y traidores de todo pelaje y condición, que gracias a su impúdico descaro, al juego sucio y a las cartas marcadas, obtienen un sinfín de prebendas y bicocas, beneficios éstos que suelen ir acompañados por una buena carga de fama y reconocimiento públicos.

Mientras, quienes regulamos nuestro comportamiento a través criterios como las buenas maneras, la compostura, la urbanidad y asimismo, somos temerosos de las leyes que nos hemos otorgado, sólo obtenemos como rédito a nuestro ejemplar comportamiento, humillaciones y vejaciones, burlas y mofas.

La vulneración de las más elementales pautas de cortesía y decencia, que a mi entender deben conducir las relaciones entre los seres humanos con el fin de que aquéllas concluyan en un beneficio generalizado, vivió ayer uno de los episodios más esperpénticos y sórdidos que haya visto jamás. Y mira que en la España posterior al 11 de Marzo de 2004, hemos tenido la oportunidad de contemplar insolencias y groserías en cantidad suficiente como para haber quedado definitivamente vacunados ante tanta indecencia.

Madrugada del miércoles al jueves, puede que entre las 02.00 y las 03.00 AM. Tras un prolongado ejercicio de “zapping”, me topo de bruces con un espacio emitido por Tele 5 –qué emisora si no- y presentado por un tal Jordi no sé qué. Desde el plató del programa, este tipo de cara picada, escasas dotes verbales y reconocido sectarismo, da paso a una conexión exterior que de repente, sumerge al espectador en una escena tan grotesca como denunciable. Un volatinero de cabello artificiosamente largo y multicolor, asciende los peldaños de un edificio de apartamentos en Chueca, Madrid, gritando y gesticulando como una verdulera.

Repito, son entre las dos y las tres de la mañana, pero el citado feriante no se para en barras y aporrea la entrada de uno de los pisos, con tan mala suerte para el charlatán que una vecina, tan sobresaltada y metida en años como sobrada de agallas, abre atónita su puerta. El sacamuelas quiere hacer la gracia y apabulla a la pobre mujer con un torrente de estupideces propias de quien es y se comporta como un necio. Su deseo es que la venerable abuela le dé cancha durante unos minutos y adicionalmente, le compre un CD con la música del programa presentado por el tal Jordi, por el módico precio de 10€.

Sin embargo, el fullero no cuenta con que la respuesta de la mujer ante semejante asalto a su intimidad y a su tranquilidad, será la que realmente se merece. La abuelita le suelta un par de frescas, afeándole su actitud avasalladora y continuación, le ofrece como despedida un sonoro portazo en las narices.

Lejos de sentirse intimidado o avergonzado por su comportamiento, más cercano al de un saqueador que al de un presentador de televisión, el hombre de los cabellos arco iris y ojos inyectados en sustancias poco recomendables para la longevidad humana, sube hasta el siguiente descansillo y afanado como está en importunar a cuantos más vecinos mejor, vuelve a percutir sobre la puerta de otro de los inquilinos.

Esta vez quien abre es una chica joven. Su aspecto es el propio de quien acaba de levantarse de la cama, estremecido y asustado por una llamada tan a destiempo. Cuando entreabre, la pobre no puede dar crédito. Estoy seguro de que ante la estampa que se le aparece, tiene que llegar a pensar que todo eso no es real y que sólo se trata de un ocasional sobresalto onírico que dará paso a ensoñaciones menos desquiciantes. Pero no. Todo es real, muy real. El fulano le pregunta que con quién está y ella, aún adormecida y con el corazón palpitando muy por encima de la media, le dice que con su novio, que en ese instante se está duchando. Es la oportunidad que estaba esperando el tahúr, quien sin dar cuenta a nadie, allana la morada de la joven pareja y micrófono en ristre, se dirige hasta el cuarto de baño. Una vez allí, descorre las cortinas de la ducha para dejar con las posaderas al aire al pobre incauto que lo más que puede esperar en ese instante, es el abordaje de su novia para llevar a cabo determinados y resbaladizos rituales de apareamiento.

Apago la televisión y a oscuras, medito durante algunos minutos. ¿Cuánto cobrará el tal Jordi por urdir cada semana semejante insulto contra la inteligencia y el decoro? ¿A cuánto se paga en televisión y más concretamente en Tele 5, parnaso de la inmundicia creativa, olimpo de la mugre catódica, la sobrecarga de indigencia intelectual? ¿Qué coches, pisos o chalets no podrá comprarse el saltimbanqui que tras esa máscara de simpatía y cordialidad, a lo que realmente se dedica es a incordiar y a tomar el pelo a la gente de bien que se le pone por delante? ¿Realmente demanda la audiencia espacios tan alejados de la gentileza y el buen gusto?

Y una pregunta tan sencilla como demoledora ¿Es tan difícil hacer un buen programa de televisión sin caer en la chabacanería y en la falta de educación más flagrantes? Mi respuesta es que no, que no es tan complicado. Pero no sería políticamente tan rentable, sobre todo para aquellos que desean y buscan arrasar con cualquier espíritu crítico mediante la administración de innumerables sobredosis de la droga “todovale”.

Lucio Decumio.