Ronaldo y Ronaldinhno se abrazan en el transcurso del partido disputado entre el Real Madrid y el Barcelona el pasado sábado.
1-0. Minuto 16 de partido. Samuel Eto'o, ex-jugador del Real Madrid al que Florentino Pérez vendió al Barcelona hace cerca de un año tras varias temporadas unido a la disciplina madridista, marca el primer gol de un centelleante equipo culé, cuando apenas han transcurrido 15 minutos desde el inicio del partido entre los dos colosos del fútbol español. El delantero camerunés, exultante, se dirige a la banda y celebra su gol justo al borde de la línea de banda, a escasos ocho metros de las primeras filas del graderío del Santiago Bernabéu.
Lo que en el terreno de juego catalán hubiera sido considerado como una afrenta capaz de desatar la más extrema visceralidad de numerosos simpatizantes azulgranas -que un ex jugador del Barcelona marcara un gol en el Camp Nou vistiendo la camiseta del Real Madrid- en el campo del equipo más glorioso de la Historia, se acepta con la rabia y la pesadumbre contenida de un momento tan adverso, pero con la entereza, la caballerosidad y la deportividad que se le exige y se le presume a una afición digna de llamarse así.
Hubo gente que se sorprendió por el hecho de que los seguidores del Real Madrid no reaccionaran con virulencia ante el tanto marcado por el jugador africano, especialmente tras los alaridos selváticos que bajo la forma de titubeantes y ridículos pareados, aquél profirió, ebrio de despique, durante las celebraciones que subsiguieron a la consecución del pasado título de Liga por parte del equipo barcelonista. Esa sorpresa por la intachable actitud de la afición merengue sólo puede deberse a las ansias por encontrar en el eterno rival, un reflejo idéntico a los gravísimos defectos que salpican la propia trayectoria vital, siempre envuelta en modales, maneras y formas chulescas recubiertas por el provechoso barniz del victimismo político. Allá cada cual.
2-0. Minuto 70. Ronaldinho inicia su enésima cabalgada por la banda con el balón unido a su bota por un invisible cordón umbilical. Ningún defensor blanco es capaz de poner coto a la genialidad del brasileño y en un abrir y cerrar de ojos, el marcador señala un desesperante 0-3 para todos los que sentimos con cariño los colores de un equipo legendario.
Tras la soberbia jugada protagonizada por el punta sudamericano, el público del Bernabéu no sólo no se deja llevar por el forofismo más rancio y palurdo y se emplea con denuedo en la tarea de arrojar teléfonos móviles, monedas, mecheros o cabezas de cochinillo a los jugadores rivales, sino que en un alarde de hidalguía del que sólo existen precedentes en España en este mismo estadio y con el mismo contrincante como protagonista, se levanta de sus asientos y aplaude sinceramente admirado, el último tanto conseguido por un jugador que realmente sí que parece llegado de otra galaxia.
3-0. Primeras horas de la madrugada del domingo 20 de Noviembre de 2005. El Barcelona acaba de aterrizar en el aeropuerto del Prat. Los jugadores, emocionados por el gran partido que acaban de protagonizar en el campo del eterno rival, abandonan eufóricos el avión y se dirigen a la terminal para tomar rumbo a sus respectivos domicilios. En las salas y pasillos del aeropuerto barcelonés, docenas, tal vez cientos de aficionados culés esperan a sus ídolos para homenajearles y expresarles su agradecimiento por el espectáculo ofrecido. Estampa habitual en estos casos, hasta que un numeroso grupo de energúmenos y analfabetos, decide que no estará de más brindar a sus jugadores una maravillosa coral en la que mezclarán el odio, la aversión y el victimismo con el que se les ha emponzoñado durante sus largos años de obligatorio adoctrinamiento nacionalista, con los delicados versos recitados por el trovador camerunés meses antes.
El retrato completo del partido -su antes, su durante y su depués- no puede ser más revelador del temple de unos y otros. Mientras que el madridismo es capaz de mantener intacta la compostura, la decencia, la gallardía y el comedimiento incluso bajo circunstancias extremas de desazón y disgusto, llegando a reconocer abiertamente la superioridad del adversario, la otra afición, la victoriosa, no duda ni por un momento en rebozarse autocomplaciente en sus miserias y mezquindades, en su atávica inquina y en su particularismo aldeano. Lo curioso del caso-en realidad no lo es tanto, si uno se para a pensar y a analizar las actitudes históricas de unos y otros- es que llegados a una situación de inversión de los papeles, aquélla donde el Real Madrid hubiera salido triunfante y el Barcelona humillado, el comportamiento de unos y otros habría sido exactamente el mismo.
Episodios y situaciones como las que pudimos contemplar durante el pasado fin de semana, son las que realmente diferencian a uno y otro club en el sentido sociológico e histórico. En el deporte como en la vida, hay que pasearse con la educación y la cortesía como banderas. Ser generoso, magnánimo y cordial en la victoria y humilde y digno en la derrota. Esa es la clave.
Lucio Decumio.
1 comentario:
Me parece mucho más importante saber ganar que saber perder, al fin y al cabo lo del mal perder se puede mirar con indulgencia y comprensión mientras esté dentro de unos límites. Es en el saber o no saber ganar donde se distingue a los gentlemen. Y Eto'o, desde luego, no lo es.
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