11 octubre 2005

Majestad

Su Majestad el Rey, en el momento de firmar la Constitución de 1978 ante el Congreso de los Diputados.

Majestad; como si Usted mismo se hubiera impregnado de ese narcotizante ambiente que envuelve a buena parte de la sociedad civil española y que por alguna oscura razón impide a millones de conciudadanos reaccionar ante la inagotable serie de catástrofes humanas, políticas y ambientales que nos sacuden, Su Majestad, antaño ágil de reflejos, cercano a sus súbditos y entregado a su tarea de servir con determinación a España, guarda un silencio desgarrador -sólo interrumpido por tenues comparecencias y vaporosas declaraciones- frente a las durísimas acometidas que está sufriendo nuestra Nación desde dentro y fuera de sus fronteras.

Majestad; ante los desastres que implican pérdidas humanas, poco puede hacer un Rey, salvo expresar sus más sinceras condolencias a los familiares de los fallecidos y urgir a los poderes públicos para que en la medida de lo posible, pongan en marcha los medios adecuados que eviten en el futuro percances similares. Frente a calamidades medioambientales causadas por la imprudencia del hombre y multiplicadas por la desidia de los gobernantes encargados de hacerles frente, escaso es el margen de maniobra de un Monarca para poner remedio a tan graves pérdidas. Y al respecto de prolongadas sequías, nada, salvo desear con todas sus fuerzas que los cielos dejen de arrojarnos ese eterno y ardiente castigo que marchita nuestras tierras, puede hacer un Soberano.

Majestad; pero cuando la carcoma política llegada desde la periferia nacional y allende nuestras fronteras meridionales, hace presa de las puertas que resguardan nuestra estabilidad y nuestro modo de vida, es el momento de alzar la voz y dar un sereno puñetazo sobre la mesa.

Majestad; aunque la Constitución que todavía rige los destinos jurídicos y políticos de España le reste formalmente cualquier protagonismo ejecutivo o legislativo, nuestro Rey, mi Rey, tiene desde mi punto de vista la obligación moral de oponerse a tanta perfidia e inacción y emplear conjuntamente el enorme crédito acumulado entre los españoles a lo largo de treinta años y la notable influencia que se le reconoce entre las altas esferas dirigentes del país, para dar un giro a tan dramática situación y reconducirla hacia espacios más tranquilizadores.

Majestad; España se encuentra ante una gravísima encrucijada política que se la puede llevar por delante y quien lo niegue o está ciego o es activo partícipe del proceso de desmembración que se quiere llevar a efecto. Y frente a todo ello, frente a la interminable sucesión de zancadillas secesionistas e insidias expansionistas que cada vez con más fuerza zarandean a nuestra Nación, he de reconocer con pesadumbre que la tibieza y la apatía de que hace gala el Primero de todos los españoles, desconciertan mi ánimo y anegan mi espíritu. Momentos tan graves como los que vivimos, no precisan de paños calientes o silentes ausencias. Sí en cambio, de la serena firmeza y el sólido pulso de aquel hombre que capitaneó con admirable inteligencia y sobresaliente sagacidad, la inestable Transición política nacional.

Majestad; esto ha dejado de ser una simple altercado democrático entre partidos que pelean por ganar el favor de sus votantes, así que no se trata de tomar posición por unos o por otros. Hemos entrado de lleno en una pelea por la supervivencia de nuestro modelo político, social y económico –modelo en el que evidentemente se incluye la Corona- y por extensión a todo ello, de nuestra pervivencia como Nación.

Majestad; cuando la zozobra y la inquietud sobre su futuro en común cortan el aliento de millones de españoles, la presencia política del Jefe del Estado no puede circunscribirse exclusivamente a un par de discursos protocolarios en Nochebuena y Reyes. Cuando la situación amaga con írsele de las manos a un hatajo de necios que desde la más espeluznante irresponsabilidad y deslealtad, han optado por socavar los cimientos de nuestro sistema de libertades, las intervenciones decididas a favor de la unidad, la soberanía, la solidaridad y el progreso de todos los españoles, no pueden hacerse esperar por más tiempo.

Majestad; yo echo de menos a Su Majestad en estas alarmantes horas y conmigo, un sinnúmero de compatriotas.

Lucio Decumio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE RAZON TIENES, HIJO MIO...DESDE EL ANONIMATO A MEDIAS, TE MANDO MI FUERZA Y, COMO NO, UN FUERTE ABRAZO!
¿QUIEN SOY?

Anónimo dijo...

Me gustaría que fueras una mujer estupenda, de medidas perfectas y curvas de infarto. Pero me temo que no, que no vas a ser quien deseo que seas.

Una lástima.

Y otro abrazo.

L.D.