Abril de 2004. Momento aciago para España. El peor Gabinete y el peor Presidente posibles, posan alegremente a la entrada del Palacio de la Moncloa. El daño está hecho.
Ya estamos a 18 de Octubre. Parece mentira, pero ha pasado exactamente un año y medio desde que JLRZ se hiciera cargo de la Presidencia del Gobierno, entrara henchido y rebosante de orgullo izquierdista y ánimo revanchista por las puertas de La Moncloa y se diera inicio con ello, a la etapa política más aberrante, degenerativa, servil y humillante que ha vivido España en toda su Historia.
¿En toda su Historia me atrevo a decir? Sí. Para mí empiezan a quedar pocos espacios para la duda. Si hace varios meses osaba comparar, en un ejercicio de riesgo histórico bastante elevado, a este apóstol del nihilismo más contumaz con la figura de Fernando VII, el desagradecido y golpista monarca a quien hasta entonces un servidor consideraba como el peor gobernante de nuestra Historia, hoy me arriesgo a afirmar que tras la inagotable sucesión de deméritos y despropósitos acumulados por el enajenado y la camarilla a la que se aferra, ZP ha superado con amplitud, el listón que tan alto dejó aquel soberano de pacotilla.
¿Exageración trufada de desquite y rencor? ¿Repulsión hacia la corriente política de cuyas fuentes bebe el actual Presidente? ¿Tal vez soy víctima de un rechazo visceral hacia la figura de Zapatero?
No, de verdad creo que no se trata de eso. Simplemente tiro de memoria y por más que lo hago, no recuerdo a ningún otro dirigente de nuestra Nación, ya fuera éste Rey, Presidente de la República, Regente, dictador, títere consanguíneo del jerifalte de algún ejército de ocupación o Presidente del Gobierno democráticamente elegido, que se haya manifestado con tanto empeño y vigor como el mejor y más abnegado peón de quienes desde dentro y desde fuera, se empeñan en despedazar España.
Su relativismo moral, ético y patriótico, así como su permanente alejamiento del valor de las leyes y de las normas que le otorgan su propia legitimidad, ha dejado el camino expedito a los peores reyezuelos taifas que habitan en la periferia nacional para acelerar el proceso de centrifugación de España. E insisto. De una actitud similar en otro gobernante que en épocas pretéritas, se haya acercado de modo tan espeluznante a la negación y a la relativización de la propia esencia y del mismo ser del la Nación que le vio nacer, no tengo constancia, de verdad.
Pero no sólo cabe reseñar su dejación y su obsesiva negación patriótica, que han puesto en gravísimo peligro nuestra estabilidad como régimen democrático y como Nación. Aunque sea ésa, la de su cómplice participación en la desactivación de nuestro proyecto en común, la más grave ofensa que a mi juicio ha cometido el sujeto, no es la única, ni mucho menos, pues la cadena de atropellos cometida por Zapatero y que han desestabilizado la convivencia entre los españoles es más que larga.
Llegados hasta aquí, ¿por cuál de sus disparates o renuncias podríamos continuar? Venga, parémonos, hagamos memoria durante un par de segundos -tal vez menos- y tendremos en mente un kilométrico rosario de agravios, errores e ignominias que dejan clara constancia de la catadura del personaje que nos gobierna.
Personalmente, yo seguiría por los ultrajes a los que ha sometido a la mayoría católica que vive en España, añadiría los esputos políticos arrojados contra las víctimas del terrorismo y como postre, serviría las injurias que se han lanzado contra buena parte de los votantes que no son de su orilla. Sin embargo, con ser las anteriores realmente graves, esas actitudes chulescas y despectivas contra los colectivos mencionados han terminado por quedar empequeñecidas ante sus indisimulados intentos de laminar al adversario político con toda suerte de inquinas y maquinaciones, estrategia que perseguía el doble objetivo de reducir la representación e influencia política de sus rivales e intentar ocultar -en vano- las infinitas escombreras intelectuales de sus ministros y de él mismo. En relación a estos asuntos, se han escrito en este período muy tristes y lamentables episodios, pero el más cavernoso de todos ha sido sin lugar a dudas, la arbitraria y alevosa detención de dos militantes del PP por aparecer, en actitud vociferante, al lado del ministro Bono en una foto de prensa.
Superando a lo anterior, nos encontramos con su patético apego por el efectismo y su genética inclinación por la propaganda, la intoxicación y cómo no, la ocultación cobarde de datos críticos que han impedido a los españoles, conocer el verdadero cariz de algunos de los hechos más luctuosos que han jalonado nuestra trayectoria vital en los últimos meses. Así, nos percatamos de que tras el carpetazo a la Comisión Parlamentaria del 11-M, los culpables últimos de aquella salvajada permanecen ignotos para el gran público, pues una intrincada maraña de individuos, nombres, alias, lugares, confidentes, matones, tipos de explosivos, furgonetas, traficantes y sobre todo, musulmanes radicales aferrados a tardías y sospechosas tendencias suicidas, entorpece hasta la asfixia cualquier intento de acercamiento a la verdad por parte de quienes -cada vez menos- estamos interesados en conocerla.
Hilvanando con el caso anterior y a caballo entre su miedo y su desprecio por la verdad, también hemos asistido atónitos a la inhumación inmediata y premeditada, de los rescoldos informativos de numerosos acontecimientos que podrían haberle puesto a él y a sus socios, contra la punta de la espada de sus propias contradicciones y responsabilidades.
De este modo, el desamparo y las presiones que sufren las víctimas del incendio de Guadalajara, el abandono y el desprecio que padecen los afectados por el derrumbe del Carmelo y la ley del silencio a que han sido sometidos familiares, amigos, compañeros y superiores de los tripulantes del helicóptero siniestrado en Afganistán, se han convertido en tres ejemplos palmarios de que las varas de medir las desgracias que cíclicamente sufren los españoles, son distintas en función de quien gobierne. Tan es así, que mientras a unos se les exige información puntual, reflejos, claridad, eficacia y respuesta inmediata y competente ante cualquier contratiempo, desastre o accidente, a otros, a quienes nos gobiernan en la actualidad, les basta con arrojar clandestinamente sobre sus faltas unas cuantas toneladas de acero forjado con silencio y mentiras, para enterrar sus sombrías responsabilidades y salir airosos del trance.
Pero el espacio en el que la tarea de superación de la propia ineptitud se ha desarrollado más concienzudamente y ha alcanzado niveles tan descollantes que hasta para ellos mismos va a resultar complicado en el futuro poder ir más allá en ineficacia, torpeza, mala fe y vileza, ha sido en el área de las relaciones internacionales.
Y a este respecto, en todo lo que se refiere al ridículo permanente y a la extravagancia tercermundista en la que nos hemos instalado gracias a su desgastada ideología filo-revolucionaria, se agotan los calificativos ante la contemplación de la posición internacional que ocupaba España previa a la llegada de ZP al Poder y la que ostenta en la actualidad; la categoría de sus aliados de entonces y la de sus actuales interlocutores; su influencia en el concierto de las naciones antes del 11-M y la posición de postración, colaboracionismo y servilismo que ahora demuestra ante las tiranías más rancias y sanguinarias del planeta.
Los peores presagios, las más negras previsiones acerca de la capacidad de Zapatero y de sus ministros para dirigir la nave por la ruta adecuada, se han visto amplia y tristemente superadas por las decisiones que han adoptado a lo largo de estos 18 meses y las oscuras alianzas que han firmado. Y de algo podemos estar seguros: el ritmo de desgaste que se ha imprimido desde el Gobierno a los cimientos que sostienen las paredes de la Nación, no lo soportará España durante otro año y medio.
Lucio Decumio.
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