30 septiembre 2004

Ríos de sangre
A medida que se acerca la fecha en la que se tienen que celebrar elecciones legislativas en Iraq, los actos sanguinarios de los terroristas islámicos que han acampado en territorio iraquí en los últimos meses para perpetrar sus fechorías de sangre y fuego, se multiplican dramáticamente.

Hoy, hemos sido testigos de uno -desgraciadamente, no el último- de esos actos de incalificable ferocidad a que nos están acostumbrando los más irredentos seguidores del fanatismo musulmán. Cerca de cuarenta niños y varios adultos, han perecido víctimas de las odiosas bombas que un día sí y otro también, tratan de dinamitar el lento y angustioso proceso de democratización y estabilización que se intenta llevar a cabo en tan castigada región.

Cuarenta inocentes, como decía, han sido despedazados por la impía crueldad de unos desalmados que únicamente buscan la ruptura de un proceso que navega en dirección contraria a la de sus postulados de barbarie medievalista.

Que nadie se equivoque ante las maniobras de intoxicación que llevan a cabo poderes fácticos fácilmente reconocibles. No son los soldados americanos los que destrozan aleatoriamente las vidas de la población local. No son los soldados británicos los que colocan estratégicamente los coches bomba para provocar el mayor número de víctimas entre los cadetes iraquíes. Ni son tampoco las tropas de las mil y una nacionalidades que intentan garantizar la seguridad y la vida de la población local, las que ejecutan indiscriminadamente a hombres mujeres y niños. Como tampoco fueron ni hubieran sido -en el caso de haber continuado en aquellos lares- los soldados españoles, culpables de tan estremecedoras masacres.

Son en cambio, no pocos musulmanes enfebrecidos, que llegados seguramente desde todos los rincones del Islam y con el apoyo de muchos gobiernos y tiranos mahometanos, los que a diario y sin el menor escrúpulo o respeto por la vida de quienes comulgan con su misma religión, hacen volar por los aires a decenas de civiles iraquíes con la inocultable intención de que el derramamiento de sangre que provocan, mueva a la claudicación de las potencias occidentales en su persistencia por establecer un régimen mínimamente respetuoso con las libertades y con los derechos humanos en Iraq.

Buscan asimismo, que el miedo y la angustia generadas, desemboquen en desazón y rendición incondicional de la población civil iraquí y que ésta, espantada ante los embates de tanta y tan gratuita perversidad, desista en su deseo de encontrar los caminos que le lleven a convertirse en un pueblo libre del yugo de la perversidad tradicionalista islámica.

Y son esas mismas brigadas terroristas las que también con una frecuencia cada vez mayor, secuestran a civiles y cooperantes de cualquier nacionalidad con el fin de chantajear y extorsionar a los gobiernos occidentales. Conocen perfectamente cómo funciona el subconsciente colectivo de las sociedades democráticas y cuán grande es el efecto que provoca en ellas el sufrimiento y la sangre que sus compatriotas derraman en tierras lejanas. Los vídeos de los secuestrados pidiendo clemencia o rendición a sus gobiernos o las imágenes que hacen circular por Internet de las decapitaciones de esos mismos rehenes, son las devastadoras bombas que ponen en Roma, Washington o Londres, ante la imposibilidad de hacerlo -al menos de momento- del mismo modo que lo hacen en Bagdad, Basora o Diwaniya.

El mundo civilizado se encuentra ante una encrucijada decisiva. No ceder a su nauseabundo chantaje es la clave. Pero, ¿cómo hacerlo con las máximas garantías de éxito si incluso desde muchos medios de comunicación y desde importante sectores de las propias sociedades occidentales, se insta a sus autoridades a la capitulación? ¿Cómo seguir adelante si gracias a los secuestros y a los atentados, algunos desgraciadamente demasiado cercanos, ya han conseguido muchos de sus objetivos?

Si la respuesta de una sociedad como la española ante un atentado como el del 11 de Marzo, fue la entronación de un Gobierno pusilánime y entreguista que retiró sus tropas de Iraq en los días subsiguientes a su triunfo, ¿cómo no van a pensar estos alienados henchidos de crueldad que futuras acciones similares no tendrán éxito? Si la contestación del gobierno filipino fue exactamente la misma ante el rapto de un ciudadano de esa nacionalidad, ¿cómo no van a multiplicarse los secuestros de civiles extranjeros con el fin de obtener los mismos réditos? Y si el Gobierno italiano paga a una banda de desalmados para que liberen a dos cooperantes transalpinas a las que habían amenazado con decapitar ¿cómo no van a sentirse otros grupos similares invitados a llevar a cabo docenas de proezas similares?

Nos conocen bien. Saben que nuestra debilidad como sociedad, reside precisamente en la fortaleza que le hemos conferido a la misma a través de los sistemas que garantizan libertades, justicia, derechos y libre opinión. Saben que es sencillo entrar en ellas y desde ellas, buscar la contradicción, la confrontación y la división. Saben en definitiva, que Occidente ha entregado muchas vidas y ha derramado mucha sangre hasta llegar a donde ha llegado y que sus sociedades, instaladas en un cómodo nivel de vida y de autocomplacencia, difícilmente están dispuestas a soportar sin conmoverse, los sacrificios que exige la expansión de esas mismas libertades y derechos de los que hablaba previamente, por el resto del mundo.

Desde mi particular punto de vista, sólo pagando el duro peaje que exige el desarrollo y la instauración de la democracia y el respeto a los derechos fundamentales del hombre en las regiones que aún no disfrutan de ellos, podremos garantizar nuestra propia seguridad y nuestra propia pervivencia como modelo de sociedad libre y avanzada.

La derrota o la claudicación de las tropas aliadas de Iraq, no sólo sería un triunfo puntual del radicalismo islámico. Que nadie piense que una hipotética retirada de los soldados occidentales de Mesopotamia, pondría fin a la confrontación. Cualquier persona mínimamente documentada -y los españoles en materia terrorista podríamos impartir una cuantas lecciones aquí y allá- sabe que la capitulación ante el empuje de las bestias que intentan ponernos ante una situación de hechos consumados, no sólo no aplaca sus ansias belicosas o expansionistas, sino que las acrecienta exponencialmente.

Lucio Decumio.





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