Tardes como la de hoy, en la que difusamente se entroncan un agonizante verano que nos salpica con sus últimos estertores y un otoño que, arañándonos luz y regalándonos penumbra, despierta tímidamente en el calendario, invitan o mejor, me invitan a dejar de lado críticas y reflexiones políticas para adentrarme en terrenos algo más prosaicos.
Y no es que la actualidad no haga llamamientos constantes en sentido opuesto. Muy al contrario. Los enemigos de la convivencia, los adversarios del sentido común, del raciocinio y de la coherencia, se dan cita a diario para proveer a nuestros sentidos de un indigesto rosario de insensateces y necedades que sobrepasan con mucho lo estrictamente tolerable.
Porque la afrentosa resolución con que la Sala Segunda del Tribunal Supremo ha decidido archivar la querella que se había interpuesto contra Carod Rovira por un presunto delito de colaboración con banda armada, tras su célebre y triste reunión con dirigentes etarras en el Sur de Francia hace casi un año, daría para una muy prolongada y provechosa disertación.
Y ya puestos, no menos entretenido sería comentar las declaraciones de Garzón, quien recientemente ha afirmado, en un ejercicio de simplificación política sin parangón, que durante el virreinato de Sadam en Iraq, las organizaciones terroristas eran inexistentes en el paraíso gobernado por el autócrata, mientras que ahora, tras el derrocamiento del depredador, ascienden a más de treinta.
Mientras, la patología frentista de Imaz e Ibarreche, que sigue empeorando a ojos vista y que en el Alderdi Eguna -tradúzcase por Día de los Energúmenos reunidos en la Aldea- se manifestó una vez más en forma de falaz y alocado encastillamiento de retórica tabernaria, victimista y moralmente putrefacta, daría para un auténtico tratado sobre las miserias éticas de la condición humana.
Y la vuelta de tuerca y de talante que el Gobierno le quiere dar a la Iglesia Católica y por extensión, a la gran mayoría de los españoles, no es menos interesante a ojos de este humilde observador. Especialmente, teniendo en cuenta el hecho de que mientras que el Ministerio de Justicia se encuentra en trámites para otorgar a la comunidad musulmana que hay en España, treinta millones de euros para ayudarles a financiar la enseñanza y la difusión del Islam en las escuelas, Rodríguez y sus adláteres "reflexionan" sobre la posibilidad de eliminar las partidas presupuestarias que, libremente, le asignan los españoles a la Iglesia en sus respectivas declaraciones de la Renta.
En fin, como el futuro más inmediato será pródigo en declaraciones, actos y abanderamientos de la más ruin condición, tampoco me preocupo en exceso. Tiempo y ocasiones habrá de seguirles los pasos y de ponerles, desde mi pequeño ventanuco, ante sus contradicciones.
Y ya por fin, me bajo de las ramas. Hace unos días acudí como invitado a una charla-coloquio-cata relacionada con el mundo de los cigarros habanos y que tuvo lugar en un céntrico hotel de la capital de España. En ella, al margen de ofrecernos la degustación de los más prototípicos y sabrosos productos de la sin par Cuba -es decir, habanos y ron- el presentador del acto nos asombró con sus vastos conocimientos sobre los puros habanos y sobre algunos destacados personajes de la Historia, que al margen de las decisiones y de los actos que les hicieron célebres ante el mundo, también estuvieron profundamente relacionados con la cultura del habano.
Habló de varios, Fidel Castro entre ellos, lógicamente, pero mi memoria almacenó un dato realmente asombroso acerca de otro influyente y notable mandatario del Siglo XX: Winston Churchill. Quien más quien menos, cuando se nos llama a la puerta de nuestros recuerdos con el nombre de este insigne gobernante británico, inmediatamente se nos presenta la imagen en blanco y negro de un tipo entrado en canas, años y kilos y asimismo, eternamente aferrado a un puro.
No hay trucaje en las vetustas reproducciones de archivo, no es que siempre hayamos visto los mismos fotogramas o que nuestro subconsciente o nuestra retentiva nos traicione, no. Es que realmente, era así. Este brillante sujeto que con ardor y denuedo combatió a la tiranía nazi, forzosamente hubo de vivir todas las horas de vigilia de su longeva existencia con un puro habano entre sus dedos. Y es así, porque según las estimaciones que barajan los historiadores, Winston Churchill se fumó a lo largo de su vida, la estremecedora cifra de más de 300.000 puros.
Las cuentas son muy sencillas. Hagámonos una composición de lugar y evaluemos que Churchill empezara a fumar en torno a los 18 años. Hasta los 90, edad a la que falleció, restan 72, que suponen en último término unos 26.300 días. Ya sólo nos queda hacer un simple cálculo matemático para obtener un cociente que indica que el viejo Primer Ministro, se fumaba una media de 12 puros diarios.
Para los más legos en la materia, este dato puede no resultar del todo revelador, pero cuando por experiencia y por afición, sabes que un puro de las dimensiones que tenían los que fumaba Churchill tarda en consumirse más allá de una hora, es fácil darse cuenta de que aquel individuo singular, vivió toda su vida en una nube.
Lucio Decumio.
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