29 agosto 2008

Un día en la oficina

Iba a hablar sobre la jornada laboral que me ha tocado vivir hoy, pero he salido tan quemado y tan cabreado, que las pocas ganas que tenía de ironizar acerca de mi patético empleo, se han esfumado como por ensalmo. Tal vez esté perdiendo una buena oportunidad de reírme de mí mismo, pero en serio, no me apetece.

Así que escribiré sobre otra cosa, aunque a estas alturas, las ideas que terminarán escurriéndose desde mis meninges hasta mis dedos, todavía no hayan hecho acto de presencia en aquéllas. Ah, sí, ya lo tengo. Algo prosaico y ligero para hoy, que quiero acostarme pronto, madrugar mañana e irme al gimnasio antes de entrar a trabajar.

Como ha venido siendo costumbre durante los últimos años, un viejo amigo mío y yo nos hemos ido a pasar unos días de vacaciones a la Feria de Málaga. Siempre nos lo habíamos pasado muy bien, pero este año, al margen de que los éxitos entre el sexo opuesto han sido realmente escasos, la más cruda realidad, la que llevábamos años negándonos a asumir, se nos ha presentado con toda su crudeza, descarnada e implacable.

Nos hemos hecho mayores. Queridos amigos, con 38 años, ya no se puede ir uno por ahí de fiesta como si tuviera la mitad, pensando que las chicas de 20, 24, 28 ó incluso más años, van a prestarnos la más mínima atención. Además, la presencia masiva de gente, los empujones, los borrachos y el griterío, son estampas que hemos visto tantas veces, son escenas en las que nos hemos visto envueltos en tantas ocasiones, que cansan. El problema es que el ser humano tiende a verse a sí mismo como un todo invariable en el tiempo y en el espacio y no cae en la cuenta de que a ojos del resto del mundo, cambia. Vaya si cambia.

Total, que uno ya no está para convertirse en la guinda del apetitoso pastel que está a punto de engullir alguna moza de buen ver. En realidad, nunca fui la guinda y ahora que lo pienso, ni tan siquiera el envoltorio del pastel.

Qué miseria de vida, por Dios. Seguro que la culpa es de Zapatero.

Lucio Decumio.

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