25 agosto 2008

2206

Ni es el año en que Madrid logrará celebrar sus primeros Juegos Olímpicos, ni tampoco es el título de una película centrada en alguna epopeya espacial humana. Es algo más simple, más sencillo y desde un punto de vista personal, mucho más abrumador.

Tras dos semanas de vacaciones, hoy he vuelto a la oficina y ese guarismo, resaltado sobre la pantalla de mi ordenador en negrita, indicaba la cantidad de correos que habían llegado a mi bandeja de entrada durante los quince días precedentes. ¿Magia? ¿Locura? ¿Una revisión cibernética del milagro de los panes y los peces?

No, no es nada de eso. El correo electrónico se ha convertido en una herramienta tan básica en nuestras vidas y en nuestras profesiones, que su volumen y caudal ponen en serio riesgo -cuando no arruinan-, el normal desarrollo de nuestras tareas diarias o laborales.

Imaginaos. Casi 140 correos diarios -he incluido tres fines de semana completos y un festivo adicional en el prorrateo- han llegado a mi buzón, desde el momento en que dejé atrás, con el fin de disfrutar de unas relajantes y merecidas vacaciones, las oficinas en las que honrada pero paupérrimamente, me gano la vida.

Alguien podría pensar que buena parte de esa montaña bíblica de información, es simple y llanamente, correo basura. Nada más lejos de la realidad. En los días que corren, mi empresa, como cualquier corporación seria y preocupada por la seguridad de sus redes e instrumentos informáticos, tiene instaladas unas más que potentes herramientas anti-spam y antivirus, así que los 140 mensajes diarios antes mencionados están todos y cada uno de ellos, relacionados de una u otra forma con mi actividad profesional.

Actividad profesional que me veo incapacitado para desarrollar en toda su extensión, debido precisamente a esa brutal cantidad de información pendiente de ser leída, analizada, gestionada o contestada. Y no lo digo por el dato acumulado en razón de varias semanas sin abrir mi cuenta de correo. Quien más quien menos, sabe de lo que hablo y sabe que el correo electrónico, más que en una ayuda, se ha convertido con el paso de los años, en un estorbo, en un obstáculo y quién sabe si en el principal motivo de preocupación, ansiedad y angustia que nos embarga en los días previos a la reincorporación a nuestros puestos, tras el goce y disfrute de nuestras vacaciones.

Y para terminar, un pequeño apunte político, muy en mi línea. En 2002, un avión fletado por el Ministerio de Defensa, entonces dirigido por Federico Trillo, se estrelló en Turquía. Murieron los 68 militares que transportaba de vuelta a España, tras cumplir una estancia de cuatro meses en el Afganistán post-talibán. Como fue norma durante los últimos años de José María Aznar, petrolero que se hundía, avión que se caía o periodista que moría en una guerra, era furiosamente empleado como arma arrojadiza contra el Gobierno del Partido Popular.

Ahora, pasados sólo unos días de la tragedia de Barajas, nadie se ha atrevido a mencionar, ni tan siquiera en voz baja, la más que segura indolencia o negligencia de AENA, a la hora de validar unos mecanismos estrictos de control sobre las líneas aéreas que operan en España. Una vez más, cuando son los socialistas quienes ocupan el poder y es su ineficacia y su incompetencia la responsable última de un desastre -helicóptero de Afganistán, incendios forestales de Galicia y Guadalajara, buques chatarra en las costas gaditanas...-, la opinión pública y la oposición política, van a dejar que se vayan de rositas.

Lucio Decumio.

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