03 octubre 2006

Guerra de trincheras

Soldados australianos se protegen con mascarillas anti-gas en una trinchera durante la I Guerra Mundial.

El término se acuñó durante la I Guerra Mundial y hacía referencia a la estabilización o estancamiento de los avances de los contendientes en el Frente Occidental a partir de 1915. Tal y como se ha visto en infinidad de películas, básicamente franceses e ingleses de un lado -con el apoyo norteamericano a partir de 1917- y alemanes por otro, se enzarzaron en un conflicto espeluznante, con trincheras inundadas de barro y superpobladas de ratas, como escenario principal del conflicto.

Ninguno de los dos bandos era capaz de romper o traspasar las líneas enemigas y durante casi tres años, miles, tal vez millones de jóvenes ingleses, alemanes, italianos, franceses, americanos y de un sinfín de nacionalidades más, murieron mirando de frente a los nidos de ametralladoras de sus enemigos, mientras intentaban con desgarradora futilidad, alcanzar las trincheras de un adversario que en ocasiones, se encontraba a sólo unos metros de distancia de las propias líneas.

Técnicos consumados en lanzar a batallones completos a un más que seguro sacrificio, fueron los franceses, especialmente en batallas como la del Marne o la de Verdún, lugares en los que miles de soldados galos perecían cada hora sin que su suerte pareciera importar lo más mínimo a sus mariscales o generales. Las pírricas victorias del Ejército dirigido por Pètain en ambos episodios, se debieron básicamente a la valentía, la audacia y el arrojo de sus soldados y en no pocas ocasiones, al miedo a sufrir un consejo de guerra o a morir fusilados por sus propios compañeros, si desobedecían las demenciales órdenes de ataque en masa de unos oficiales atorados y encastillados en periclitados conceptos de estrategia bélica.

Sin embargo, aquella riada de muerte que zahirió con espantosa crueldad a las tropas francesas, terminó surtiendo el efecto deseado por el alto mando francés y mantuvo a raya a los alemanes, mientras esperaban ansiosos los refuerzos que llegarían desde América para cambiar el curso de la Historia.

Todo esto viene al caso, porque tras los postreros episodios que hemos podido leer y contemplar de esa siniestra novela que es el antes, el durante y el después del 11 de Marzo, las últimas decisiones del alto mando del ejército gubernamental, me recuerdan a los desesperados y suicidas ataques de la infantería francesa encaminados a detener el avance alemán.

Con la afortunada salvedad de que, al contrario de lo que sucedió hace noventa años en las riberas del Marne o en los aledaños de Verdún, no parece que el ejército que se empeña en atajar la lenta pero decidida marcha de los que pugnan por averiguar la verdad de lo ocurrido aquel infausto jueves, tenga demasiado éxito, pese al terrible desgaste que están sufriendo sus cuerpos de infantería.

Pensaron, como tantos otros estrategas del tres al cuarto, que su infinita superioridad de medios y personal, garantizaría una victoria aplastante frente a un enemigo desmoralizado y desubicado por el golpe mortal del 11 de Marzo.

Sin embargo, pese a esa supremacía numérica, el ejército que defiende el estandarte de la versión oficial, emplea cada vez más energías en recomponer de forma improvisada sus líneas defensivas, así como en obstaculizar el progreso de sus enemigos, que en pasar a organizarse convenientemente para tomar una iniciativa que cada vez contempla más alejada de sus posibilidades.

Su enemigo, un ejército que empezó siendo pequeño, destartalado e insignificante, ha ido cobrando efectivos y energías y gracias a su pujanza, su audacia y sobre todo, a la fe y a la convicción que muestran en torno a la nobleza y la dignidad de su empeño, está arrinconando al poderoso Leviatán, mientras éste no para de sacrificar a algunas de sus mejores unidades -léase ABC, El País, el juez Garzón- tratando de detener un avance cada vez más firme.

P.D. Olvidémonos por un momento de símiles y comparaciones con sangrientos episodios del pasado y centrémonos en el hecho de que el PSOE y el Gobierno han ordenado la inmolación sin condiciones de dos de sus mejores siervos -ABC y Garzón- ante un caso tan poco ilustrativo de la relación de ETA con el 11-M, como el del informe que hacía referencia al ácido bórico.

Si han sacrificado esas dos piezas para tratar de echar cemento sobre este caso que para mí, insisto, resulta muy poco significativo de la relación etarra con los atentados, yo me pregunto qué no harán en el futuro para tratar de ocultar o eludir sus responsabilidades por acción, omisión u ocultación, cuando las revelaciones acerca de esa conexión y de otras aún más nauseabundas, ya sean incontestables.

De hecho, algo tienen que estar preparando y no sólo son las amenazas que ha proferido hoy Antonio Camacho contra quienes osen poner en duda la profesionalidad policial, tanto dentro y fuera del cuerpo. Andémonos con mucho cuidado.

Lucio Decumio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El diario inane de Carcalejos