La Infanta Leonor de Borbón a su salida de la Clínica Rúber Internacional de Madrid. Fuentes bien informadas afirman que la pequeña ya ha solicitado a sus padres que a no mucho tardar, encarguen un hermanito.
O está a por uvas o se ha dado un golpe en la cabeza, habrán pensado muchos de la figura de este humilde comentarista cuando hayan leído el título que preside su reflexión de hoy. O eso o está más desubicado que un labriego vietnamita en medio de la sala de pantallas de un centro de seguimiento de satélites.
Pero no, ni lo uno ni lo otro. En contra de los aventurados y alarmistas dictámenes médicos acerca de mi salud mental primero y frente a quienes me creen dramáticamente desinformado respecto a las crónicas de sociedad y a los nacimientos más insignes que las ocupan después, paso a desmentir categóricamente cualquier tipo de cortocircuito psíquico y por supuesto y con más vehemencia si cabe, descarto de plano que haya estado tan desconectado de la realidad informativa como para no haberme enterado aún del alumbramiento de la Infanta Leonor.
Y ojo, también me pongo la venda antes de que me hagan la herida. Que nadie piense que he sufrido un ataque de tardía misoginia o de rancio machismo decimonónico. Qué va. Reconozco que como monárquico, la reciente llegada al mundo del primer vástago de los Príncipes de Asturias me satisface profundamente, pues garantiza –una vez modificada la Constitución al efecto- la sucesión a la Corona y la pervivencia de una de las pocas instituciones verdaderamente aglutinadoras y esencialmente españolas que van quedando en nuestra Nación.
Y que no crean mis lectores que no me he planteado lo que con toda seguridad, ellos mismos se han cuestionado. A la luz de los actuales acontecimientos y de los que nos deparará el futuro inmediato ¿es seguro que algún día pueda reinar sobre lo que hoy conocemos como España, a la vuelta de 40 ó 50 años, la recién nacida Leonor?
Lo cierto es que pese a la tristeza que me embarga a la hora de reconocerlo, no puedo dejar de hacer constar que tras un pausado análisis de nuestra realidad política actual, se me presenta en extremo complicado que la hija de Don Felipe y Doña Letizia –doy por segura la modificación constitucional que asegure su subida al trono-, pueda reinar exactamente en los mismos territorios que a día de hoy, se reúnen bajo la corona de su abuelo.
Que nuestra Constitución y por extensión, nuestra estabilidad como Nación y nuestra prosperidad como pueblo están amenazadas gravemente por la insensatez suicida de un Presidente del Gobierno que pone su gaznate y el nuestro entre los colmillos nacionalistas periféricos, resulta ya más que evidente y hoy no incidiré de nuevo sobre ello. Tan grave es la coacción a la que estamos sometidos y tan grande el peligro que puede derivarse de ella que por fin, los más insignes representantes de la Monarquía Española, esto es, el Rey y el Príncipe de Asturias, han aprovechado –con bastante retraso, añadiré- algunos de los últimos actos de su agenda para brindar su inequívoco sostén a las virtudes de nuestra Constitución y de nuestro modelo de Estado.
Y aunque no lo manifiesten expresamente, con este apoyo sin fisuras a nuestra Carta Magna y a nuestro sistema de libertades, el Monarca y su Heredero reconocen implícitamente –o al menos así lo entiendo yo- su preocupación en torno a los riesgos que nos acechan a todos, Monarquía incluida, si el equilibrio constitucional y el consenso que sobre el que se apoya se alteran sustancialmente sin el consentimiento de una gran mayoría nacional y se terminan vendiendo alegremente en el mostrador del oportunismo sonriente y de la eventual supervivencia política.
Pero como conocemos perfectamente la errática e inconsciente necedad de Zapatero, así como el carácter rapiñador, levantisco y retorcido de las alimañas en que se apoya para continuar asido a La Moncloa, aun a costa de que España se borre del mapa en cuestión de meses, Don Juan Carlos y Don Felipe han de ser conscientes de que sus advertencias y sus admoniciones, como las de tantos notables personajes de la vida política, social y económica de España, caen irremediablemente en saco roto.
En épocas pretéritas y durante no pocos siglos, fue práctica común entre las monarquías del Viejo Continente establecer lazos de consanguinidad que garantizaran -o al menos tuvieran tal intención-, la estabilidad y la paz entre las naciones que unían a través del matrimonio, a los representantes más ilustres de sus casas reales. Así, princesas e infantas de España eran desposadas por reyes y herederos de Inglaterra, Francia, Flandes o Portugal y en sentido contrario, también las hijas y los hijos, los nietos y las nietas de los monarcas de aquellos países, eran la tinta con la que se matasellaba la lealtad y la cooperación entre España y los estados de su entorno.
¿Adónde quiero llegar? ¿Sugiero que el Príncipe se divorcie de Letizia y que se case con una hija de Carod, Maragall o Ibarreche, caso de que estos últimos hubieran abandonado por unos momentos los delirios esencialistas que nublan su jíbara masa gris, con el fin de dar paso y tiempo al solaz de la consumación matrimonial? No, ni hablar, no me malinterpretéis.
Aunque lo que voy a decir pueda sonarle a alguien a chifla o disparate, considero que no lo es tanto. Además, seguro que no soy al primero que se le pasa por la cabeza la idea que a continuación delineo.
Desde mi punto de vista, tras el nacimiento de Leonor de Borbón, a la Monarquía española se le presenta una oportunidad inmejorable, histórica me atrevería a afirmar, de modificar o al menos intentarlo, el errante curso que han tomado los acontecimientos políticos de nuestra Nación por obra y gracia de una clase dirigente intelectualmente paupérrima y deficiente. Y sobre todo, el Príncipe está ante una ocasión única de velar por la propia continuidad de la dinastía borbónica al frente de España, así como de la supervivencia misma de ésta última.
Es el momento de que los Príncipes de Asturias aprovechen el compromiso adquirido por Rodríguez Zapatero de modificar la Constitución para promover la igualdad de hombre y mujer en la sucesión al Trono y hacerle caer en su propio enredo.
Todos sabemos cuál es el proceso que se debe seguir para tramitar una reforma de la Carta Magna. Si hay alguien que no lo conozca en profundidad, le remito al siguiente enlace para que se empape del artículo 168, notificándole previamente que el Título II que se menciona en dicho artículo, es el que está relacionado con las atribuciones, labores y deberes del Monarca, así como con las líneas de sucesión dinástica.
Me habéis entendido perfectamente. Un nuevo embarazo de la Princesa Letizia ocasionaría un auténtico terremoto político e invertiría obligatoriamente, en un giro de 180º, la agenda política y las prioridades del Gobierno, encaminándolas hacia una reforma constitucional de máxima urgencia.
Película de los hechos. Si la Princesa de Asturias queda encinta en un plazo de dos o tres meses y el nonato resulta varón, una de dos; o Zapatero cumple su promesa de reformar la Constitución para garantizar la igualdad de hombre y mujer en el acceso al Trono, desencadenándose así el proceso de aprobación de la reforma por 2/3 del Congreso, la disolución de las Cortes, la convocatoria de Elecciones Generales y la composición de un nuevo Parlamento que ratificara los cambios introducidos en el texto constitucional sometiéndolos a referéndum o el Presidente del Gobierno quedaría indeleblemente retratado, incluso ante sus más acérrimos, como el gobernante más mezquino, oportunista y sin escrúpulos que hubiera visto España.
¿Que mi proposición podría verse, desde la perspectiva de la izquierda y de los nacionalistas, como una intromisión interesada de la Corona en los proyectos de enmienda larvada y oscurantista de la Constitución que pretenden llevar a cabo unos y otros mediante reformas estatutarias que no son tales? Perfecto, esa es la idea. Y además, tendrían que tragar y callar. O eso o dar un golpe de estado republicano y destronar al Rey. Antes de todo eso, es preciso pararles los pies y hacerlo desde el escrupuloso respeto a las reglas del juego. Es lo que más escocería a esta pandilla de bucaneros.
¿Que a alguien puede resultarle innoble forzar un embarazo en el seno del matrimonio de los Príncipes de Asturias y utilizar la figura de un niño que aún no ha nacido para remover los cimientos constitucionales del Título II y provocar un adelanto electoral con más de año y medio de anticipo? Puede ser, pero hecha la ley, hecha la trampa. Más villanía cobijan las propuestas de Zapatero y sus socios y a su plasmación en cuestión de meses nos quieren abocar. Y por otra parte, abandonando el territorio político por un instante y adentrándonos en el estrictamente familiar, ¿cuántos casos no se han visto de niños concebidos con la intención ser ellos mismos por una parte, pero también con la idea de que pudieran salvar la vida de sus hermanos enfermos de leucemia mediante un transplante de médula? Este sería un caso similar, pero extrapolado a nivel nacional.
Y una última pega que podría hacerse contra este planteamiento. Alguien podría pensar que pese a que ese embarazo tuviera lugar, se corre el riesgo de que el segundo hijo de los Príncipes no sea varón y todo el tinglado se venga abajo. Sí, cierto, pero al igual que en el pasado se elegían los compromisos matrimoniales de los hijos de los reyes en función de los más altos intereses de Estado y así vincular en mayor o menor medida a unas monarquías con otras, ¿por qué no elegir previamente el sexo del bebé –proceso extremadamente sencillo en la actualidad- con el fin de que sea del máximo provecho y utilidad para todo el país? Téngase en cuenta lo siguiente. Si con los enlaces principescos amañados de antemano, se buscaba en el pasado soslayar guerras y conflictos ¿no podría un simple bebé varón apagar la mecha de la crisis que se avecina? Yo creo que sí.
Si a alguien con la suficiente influencia jerárquica como para trasladar esta propuesta a las personas adecuadas no se le ha ocurrido todavía la idea, puede tomarla de este comentario, que encantado se la presto.
Lucio Decumio.
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