18 octubre 2004

Plurales

Se me acumulan las tareas y los temas sobre los que emitir mis opiniones en mi escritorio. Ello me obliga a transmutar por un día, que servirá seguro de precedente, mi tradicional y dilatado estilo, en pequeñas y concisas porciones encaminadas a analizar y juzgar algunas de las distintas realidades que nos rodean.

Los niños

Me estremece, me aturde y me asombra por igual, la ya prolongada sequía imaginativa de que hacen gala los redactores y comentaristas de todos los medios de comunicación, a la hora de apodar a las jóvenes promesas que nuestros cada vez más robustos frutales deportivos nos procuran. Resulta particularmente desalentador contemplar como nadie es capaz de estrujarse un poco las neuronas para buscarle alias originales y creativos a chavales como Sergio García, Fernando Torres o Dani Pedrosa, conformándose con atribuirles el ramplón, pasajero y no poco chirriante apelativo de "El Niño".

Un poco más de inventiva, insisto, no estaría de más. Estos muchachos, prodigios en cada una de las respectivas disciplinas deportivas en que se desenvuelven, merecen un tratamiento periodísitico más acorde con sus logros, con sus capacidades y con sus triunfos. Además, tal y como apuntaba, el mote de marras es fugaz como pocos, pues a los cuatro o cinco años de su fijación, es estéril de todo punto.

Para invertir en la medida de lo posible esta dinámica acomodaticia, propongo un llano ejercicio de asociación de ideas a partir de las materias deportivas en que cada uno de ellos descolla. Por ejemplo, Dani Pedrosa podría ser apodado como "La centella" o "El relámpago"; o entrando en un campo algo más abrupto para mentes menos preparadas, no estaría nada mal jugar un poco con su apellido y designarle "El meteorito" o "El asteroide". A Fernando Torres, por su velocidad, verticalidad e instinto depredador, "El guepardo" le vendría como anillo al dedo. Y para Sergio García, en vista de su precisión, su elegancia y sus ganancias, presento una moción para que de ahora en adelante, se le conceda el sobrenombre de "El águila de oro".

Cierto que son apelativos largos y que van en contra de las más elementales normas tipográficas, pero conviene darle un poco más de trabajo al sistema neuronal y también a las rotativas, señores.

Los cocineros

Son auténticos portentos. Han alcanzado reputación, celebridad, fama y fortuna gracias a su espectacular saber hacer entre los fogones de una cocina. Pero sus malabarismos con cuchillos, cucharones, salsas, cazuelas y sartenes, no son extrapolables a la vida real. En ésta, hay que dejarse de funambulismos. Saber elegir y hacer saber a los demás de qué lado se está -especialmente cuando hablamos de vida o muerte, de respeto a los derechos humanos o de su conculcación, de justificación o apoyo a las acciones de unos asesinos taberneros o de su resuelta condena- es vital cuando la mitad de tus vecinos, amigos y también potenciales clientes, viven bajo la amenaza permanente.

Ceder a un chantaje que pone en riesgo tu vida, la de tus seres queridos y la de tus propiedades es humano, pues humano es el miedo y humano es el instinto de conservación de lo amado y lo logrado. Hasta ahí comprendo, aunque no justifique. Pero lo que se me aparece indefendible e inexcusable a la par que condenable y repugnante, es hacer abstracción de ello y no denunciarlo a los poderes públicos, aunque sea de modo anónimo. Ellos no han sido los únicos a los que el maloliente "impuesto revolucionario" les ha sido exigido. Una denuncia de procedencia ignota, pero documentada, detallada y dirigida a quien se debe dirigir, puede y debe llevar a la captura de los mafiosos y de los asesinos que perpetran el delito, así como a la recuperación de los fondos entregados a aquéllos.

Si eso no se hace, si no media denuncia e intento por parte del chantajeado de recuperar lo que le pertenece y evitar que con ese dinero se financien los asesinatos de sus convecinos y además se busca negociar con intermediarios una rebaja de las cantidades reclamadas por la serpiente, la colaboración con la banda es meridiana. Y termino. Aunque no sea por convicción -que habrá casos, los peores, en que sí lo sea- dicha cooperación es condenable y objeto de presidio. Así las cosas y salvo que demuestren lo contrario, ya pueden servir cenas a los Príncipes de Asturias, a los Reyes de España y a sus invitados e incluso nutrir de platos exquisitos a la Selección Española de Fútbol, que por mucha nombradía o popularidad, no hay remisión ni tampoco absolución.

Las adopciones

En el marco de la nueva Ley que desde el actual Gobierno presidido por Rodríguez Zapatero, persigue la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, se inscribe también el reconocimiento de un nuevo derecho para este tipo de parejas, que consiste en la posibilidad de adoptar niños, como si de matrimonios heterosexuales con problemas de fertilidad o con ánimo de incrementar su familia por ese método, se tratara.

Izquierdas, asociaciones de gays y lesbianas, autodenominados colectivos progresistas y demás caterva, inasequibles al desaliento en la búsqueda de un protagonismo mediático que no les corresponde a la vista de su dimensión social y política, incurren en gravísimas y premeditadas alteraciones conceptuales a la hora de delimitar los derechos y los deberes de los demás y especialmente, los propios.

Como de costumbre, cogen un poco de aquí y de allá, evidentemente, lo que más les conviene a sus intereses, mientras que al tiempo, obvian lo que les resulta molesto. A continuación, mezclan, refríen un poquito, recalientan al microondas y lanzan el producto al mercado de opinión. En último término, lo etiquetan con su hipotética superioridad moral por un lado y el victimismo revanchista que busca ejecutar pretendidas deudas del pasado por otro y de este modo, terminan obligando a toda la sociedad a aceptar su chantaje, so pena de incurrir en los graves delitos de nuestro tiempo: la intolerancia, el fanatismo y la intransigencia.

Los derechos intrínsecos a la condición humana son otros diferentes a los deseos, necesidades o caprichos puntuales de colectivos marginales y están muy claramente recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y no digamos los derechos del niño. El Convenio de La Haya de 1993, que regula la adopción internacional, sostiene de un modo cristalino, que la adopción no es un derecho de los padres a tener un hijo, sino un derecho de los niños a tener unos padres.

Lucio Decumio.


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