Quisiera saber dónde están ahora, tras el asesinato de un marroquí a manos de cuatro dominicanos, los sepulcros blanqueados de SOS Racismo o Movimiento contra la Intolerancia. Si ese crimen, perpetrado con un estremecedor ensañamiento, no es racismo según los particulares criterios de estas y otras organizaciones similares, que venga Dios y lo vea.
Hace un par de días, un grupo de dominicanos asesinó brutalmente a un joven marroquí a las puertas de una discoteca latina en el Polígono Costa Polvoranca de Alcorcón, en la provincia de Madrid. Pongo así en antecedentes a todos aquellos que no vivan en esta región sobre el lugar de los hechos y de paso, también a todos los que no se hayan enterado de los mismos, cuestión ésta relativamente sencilla, dado que la información acerca del crimen, ha pasado casi de puntillas por los telediarios de todas las televisiones dominadas por la progresía, que en realidad, son casi todas.
¿Y cuál es el porqué de esta casi total ausencia de información en noticiarios y periódicos? La explicación, a mi juicio, es sencilla y estremecedora a un tiempo: para muchos sectores políticos y sociales de España en particular y de Occidente en general, por desgracia predominantes a nivel formativo e informativo, el racismo es una actitud de rechazo hacia los seres humanos pertenecientes a otras razas, que únicamente es capaz de manifestar ideológicamente y ejecutar violentamente, el hombre blanco. Y añadiré más: el hombre blanco que viva en países prósperos y de marcada tradición democrática.
Parece un contrasentido, pero no lo es. ¿Cómo puede alguien considerar racista a todo un conjunto de seres humanos que mediante la profundización en conceptos tan nobles como el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio, la libertada individual y el respeto a los derechos humanos, ha crecido y prosperado hasta alcanzar niveles de confort y libertad nunca antes vistos en la Historia de la Humanidad?
Pues así es. Progresistas de salón, socialistas de corazón e izquierdistas de toda condición, han visto cómo sus tesis económicas y sociales eran una y otra vez refutadas por la tozuda realidad. Pese a sus ímprobos intentos de modificar ésta a su antojo, los hechos les devolvían una y otra vez contra el enlosado, pero lejos de aceptar con deportividad su derrota, siempre han tratado de encontrar nuevas vías de escape y nuevas herramientas para tratar de socavar el sistema económico y político de libertades en el que viven. Uno de sus últimos intentos, ha sido la instrumentalización política y sentimentaloide de la inmigración, como palanca con la que ejercer la debida presión en contra de ese sistema en el que tan bien viven, pero que tanto odian.
Durante los últimos años, en España se han producido infinidad de episodios conflictivos entre los naturales del país y los miles y miles de inmigrantes que han llegado hasta nuestra Nación, no entraremos ahora en qué condiciones legales. El caso es que al igual que siempre ha habido trifulcas y reyertas entre españoles a partir de discusiones de tráfico, borracheras en bares o enfrentamientos vecinales, la lógica más elemental indica que a mayor número de inmigrantes, mayores son también las probabilidades de enfrentamientos de este tipo entre los nacionales del país y los llegados allende nuestras fronteras. Y ojo, aquí no entro en los comportamientos, usos y costumbres que aplican los recién llegados en sus distintos países de origen, a la hora de dilucidar las diferencias de mayor o menor calibre entre unos y otros, que eso daría para otra homilía como la de hoy.
Sin embargo, el tratamiento informativo y político de este tipo de hechos -trifulca español-inmigrante con peores resultados físicos para el extranjero-, siempre ha trascendido la mera y objetiva narración del suceso, para concederle un barniz de rechazo sociológico a la presencia de inmigrantes por parte de los españoles. De esta forma, muchas asociaciones y ONG's, han obtenido grandes titulares a costa de sus exageradas denuncias y con ello, han acrecentado los miedos de los políticos a llamar a las cosas por su nombre y han engordado notablemente, el tamaño de sus arcas y sus cajas de caudales.
No digo que no exista un rechazo a la presencia de personas de distinta raza o procedencia en España. Lo que digo es que esa desconfianza no se produce en virtud del color de la piel o del lugar de origen, sino de la incontrolada avalancha producida en los últimos años y de su manifiesta falta de integración en nuestra sociedad. Confundir la natural preocupación de los españoles -que lógicamente es también la mía-, por la llegada incesante y en no se sabe qué condiciones sanitarias o penales de miles de personas que seguramente, buscan en su mayoría una comprensible mejora en sus condiciones de vida, con un rechazo vital y visceral a una raza concreta por el mero hecho de ser distinta, es un auténtico disparate.
Pero es lo que han conseguido estas organizaciones, sectores sociales y partidos políticos con sus denuncias constantes y farisaicas. El episodio de la agresión a una joven colombiana por parte de un borracho mentecato en el metro de Barcelona, es ilustrativo de lo que digo. Todos los medios de comunicación repitieron el vídeo de la agresión hasta el hartazgo. Decenas de "expertos" salieron a la palestra y no pocos políticos, denunciaron los hechos como una salvaje agresión racista e hicieron pomposos llamamientos en contra de este tipo de conductas. ¿Y todo porqué? Pues porque el agresor, era español.
Ahora nos encontramos con el cadáver de un joven marroquí en el asfalto del Polígono Costa Polvoranca, apaleado y apuñalado con una saña y una cobardía dignas de la más enérgica denuncia. En cambio, se lanza un grueso manto de silencio sobre los hechos. ¿Y todo porqué? Pues porque los agresores, no eran españoles, eran dominicanos.
La doble vara de medir también se aplica en estos asuntos. Si el agresor es español y el agredido inmigrante, hay un episodio claro de racismo. Pero si los asesinos son dominicanos, colombianos o mexicanos y la víctima es senegalesa, marroquí o pakistaní, lo que hay es una reyerta a la salida de un local. Y podríamos invertir la ubicación de los posibles verdugos y víctimas que acabo de enumerar, que el resultado sería el mismo.
No es la primera vez que algo así sucede. Hace poco, también juzgaron a una banda de Latin Kings en Barcelona -recordemos que en Cataluña, este tipo de grupos disfruta por ley de la condición de asociación cultural-, por el asesinato de otro joven de origen magrebí o subsahariano, que ahora no recuerdo. Y tampoco nadie se atrevió a hablar de racismo.
Como nadie hablará en el futuro, cuando este tipo de sucesos sean mucho más comunes. Como nadie mencionará esa maldita palabra en el caso de que sea un extranjero -por más que lo intento, no consigo recordar que el ensañamiento de individuos como Pietru Arkan en 2001 o el más reciente de los asaltantes al domicilio a José Luis Moreno, recibieran el calificativo de racistas-, el que ataque y asesine a un español.
Y para terminar, la pregunta retórica de siempre para los de siempre. ¿Si hubieran sido españoles los asesinos del joven marroquí y se hubieran empleado con la violencia y el salvajismo que lo hicieron los dominicanos, cuál habría sido su reacción? Todos lo sabemos.
Lucio Decumio.
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