Ayaan Hirsi Ali, un espejo en el que muchos deberían mirarse. El problema es que ese ejercicio de autocrítica les devolvería una imagen de sí mismos que no les gustaría demasiado.
Menuda cursilada de encabezamiento. Parece el título de un tango de Carlos Gardel. En fin, cosas de la vida. Tras largos días sin acercarme por mi ventanal ciberespacial, necesito un pequeño calentamiento, un período de aclimatación, como esos futbolistas que llevan 70 minutos en el banquillo y a los que el entrenador manda de repente a correr por la banda para que entren en calor y puedan salir a darlo todo en el terreno de juego durante los ocho o diez últimos minutos de partido.
Pues esto es igual, empiezo enrollándome acerca de cuestiones que no sólo no tienen el menor calado, sino que además, no interesan a nadie. Pero como decía previamente, me sirven para soltar los dedos y para encontrarme en mejor forma cuando tenga que entrar en harina. Así, también se evitan percances y lesiones.
Llevo muchos días queriendo hablar de Ayaan Hirsi Ali. Para los menos documentados, decir que no se trata de algún descendiente del legendario boxeador. Tampoco es el nombre por el que responde ningún sultán, emir o visir con el que Zapatero o sus aliados estén dispuestos a formalizar un paso más de su nefanda payasada de la Alianza de Civilizaciones.
Ayaan es mujer. Es somalí de origen y holandesa de adopción. Y es diputada por el Partido Liberal Holandés en el Parlamento de ese pequeño gran país, tras haber renunciado a su primigenio posicionamiento socialdemócrata. Su condición de oriunda del cuerno de África le concede una visión del mundo en el que nació, creció y estuvo a punto de morir, muy distinta a la paradisíaca fotografía que tienen almacenada en sus limitadas entendederas, los socialistas e izquierdistas que en el mundo son, siempre animados y convencidos de que el abrazo con cualquier corriente filosófica, política o religiosa ajena a Occidente, al clasicismo greco-romano y al Cristianismo, es lo mejor que le puede pasar al decrépito y globalizado sistema de libertades en el que vivimos.
Ayaan lleva años denunciando a la sociedad en la que nació y a la religión que la somete y sojuzga. Desde su condición de pretérita musulmana y sobre todo de mujer, bien sabe cómo se las gastan en todas y cada una de las naciones de mayoritaria confesión mahometana. Conculcación de derechos humanos en volúmenes y medidas difícilmente imaginables, corrupción económica y política a escala mayúscula, presencia asfixiante de los preceptos más radicales de la religión en todos los ámbitos de la sociedad y sobre todo y por encima de todo, un tratamiento denigrante, vejatorio, insultante y esclavista hacia todo lo que huela, aparente o parezca una mujer.
De ahí mi reconocimiento hacia una señora con mayúsculas, extraordinaria en todas sus manifestaciones y clarividente en sus juicios rotundos, claros y definidos en torno a la sociedad que la vio nacer y a la que posteriormente la acogió y le concedió la oportunidad de desarrollarse como ser humano y como mujer a un tiempo. Sabe perfectamente cuál de las dos civilizaciones merece su respeto, su apoyo y su compromiso. Y no se ha cansado de pregonarlo a los cuatro vientos, aun a riesgo cierto de su integridad física y porqué no decirlo, también de su vida.
Desde el asesinato de su amigo, el cineasta Theo Van Gogh, crimen que no mereció cartas firmadas a dúo entre nuestro Presidente del Gobierno y el primer líder musulmán que se le pasara por la cabeza, asesinato que ocupó efímeros minutajes y volátiles líneas en los medios informativos del mundo civilizado, Ayaan vive escoltada.
La amenaza permanente de los fanáticos de esa religión que a sí misma se autodenomina "de paz" la obliga a vivir pendiente de su espalda y dependiente de unos individuos que velan por su integridad, tal y como les sucede a otros cientos de personas que a nosotros nos suenan de largo tiempo atrás. Cuántas coincidencias entre unos desalmados y otros. Cuántos puntos en común entre los que asesinan y extorsionan en nombre de la pureza de sangre de la tribu y los que matan y se inmolan en el altar de su paroxismo religioso.
En definitiva, cuántas similitudes entre el trato dispensado por las izquierdas europeas a los asesinos y criminales de una y otra condición y origen. Cuán sospechoso parecido entre las palabras de apaciguamiento, comprensión y diálogo que se vierten desde nuestro gobierno y sus aliados hacia quienes aplican la justicia criminal que se desglosa en sus escritos coránicos y las que les hacen llegar a aquellos que tras cuarenta años de terror asesino en nuestras tierras, ahora parecen merecer el premio de la mano tendida y el beneficio de la duda del pensamiento débil, en cuanto afirman que hacen un alto en el camino en su depredador transitar.
Pero ante todo y sobre todo, cómo se asemejan en el maltrato que reciben del izquierdismo multiculturalista y disgregador, las víctimas de una y otra vertiente. Aislamiento, hipocresía y rechazo es lo que suelen merecer cientos, seguramente miles de valientes luchadores por las libertades individuales de individuos que como Zapatero y tantos otros de su estirpe, les consideran una suerte de apestados, un rebaño obstaculizador de sus objetivos mesiánicos, unos parias que sólo merecen desprecio y desafecto por el simple y heroico hecho de haber interpuesto sus vidas y sus convicciones en el camino de los desalmados y en la ruta de los nihilistas que no se cansan de justificarlos.
Lucio Decumio.
3 comentarios:
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