05 agosto 2005

Erróneas prioridades

El curso político debería haber tocado a su fin hace ya algún tiempo. Sin embargo, los padres de la patria –y los padrastros del delirio esencialista- siguen enfrascados en mil y una discusiones, especialmente en lo que a la futura modificación del Estatuto de Autonomía de Cataluña se refiere.

Como de costumbre y van “n”, quien accionó el tirador de la Caja de Pandora fue una vez más el que debería mantenerla cerrada a cal y canto, es decir, el de siempre. En su afán por no molestar a los matones y a los chantajistas en los que se apoyó para acceder al Poder y que en todo este tiempo no se han recatado a la hora de obtener el máximo beneficio de tan impagable bicoca al frente del Ejecutivo, Zapatero aseguró hace unos meses que cualquier texto que aprobara el Parlamento Catalán, sería bien recibido por el de la Nación para su postrer aprobación.


Ante semejante declaración de intenciones, no es a Carod, a Mas e incluso a Maragall a quienes cabe criticar en primer lugar por la elevación diaria del tono insolidario de sus exigencias y por sus inocultables tendencias centrífugas. En realidad, son individuos de atravesada trayectoria a quienes se les ve venir desde hace tiempo y cuyas declaraciones o actuaciones en pos de la desmembración de nuestro país, aunque siempre nos muevan a la náusea, no pueden sorprendernos.

Es Zapatero en cambio, el principal responsable. Su debilidad política, su bajeza moral y su miseria intelectual son los culpables últimos de esta permanente espiral degenerativa en la que vive instalada la vida política española en general y muy en particular, la que afecta a regiones como Cataluña, País Vasco y en último lugar y como última frontera, Galicia.

En estas tres autonomías y gracias a las reprobables cualidades presidenciales que mencionaba previamente, a la permanente enajenación quimérica de los líderes políticos regionales y a los eternos complejos del conjunto de los partidos políticos nacionales frente a éstos últimos, los problemas reales de los ciudadanos parecen haber pasado a un segundo, tercer o cuarto plano de las ocupaciones de los políticos locales, que teóricamente, fueron elegidos al efecto de poner coto a las inquietudes cotidianas de los votantes catalanes, vascos o gallegos.

Aunque podría centrar mi análisis en cualquiera de las tres regiones, por cuestiones de economía de espacio y tiempo, hoy sólo hablaré de Cataluña. En las últimas fechas han aparecido varias encuestas que aseguran que las principales preocupaciones que afectan al electorado catalán son parejas a las de cualquier otro ciudadano de España. Paro, inmigración, vivienda, delincuencia....Vamos, lo normal. Y sólo entre las últimas se menciona la modificación y la aprobación de un nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña. Asimismo normal.

Sin embargo, la clase política catalana –esencialmente aquélla vinculada a CiU, ERC, PSC e IU- ha hecho oídos sordos desde el minuto uno a las opiniones de la mayoría de los catalanes y ya cumple casi dos años enzarzada en una abrupta pelea de gallos cuyo eje principal no es la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos a quienes dicen representar, sino el blindaje de su propia categoría de casta superior e intocable a través de la reforma de un Estatuto de Autonomía que desborda a la Constitución por los cuatro costados y que pretenden convertir en el último trampolín sobre el que catapultarse hacia la independencia.

Y tal ha llegado a ser el estruendo y la intensidad de la lucha, que hasta el parnaso de democracia y progreso que se levantó sobre la armonía, el cariño y la fraternal colaboración entre el nieto del poeta, el hijo del guardia civil y uno de IU que pasaba por allí, se ha visto sacudido por fuertes movimientos telúricos que amenazan con hacer saltar por los aires las idílicas relaciones que mantenían hasta la fecha Carod y Maragall.

Particularmente, me da igual cómo acabe el tripartito catalán. Perdón por la inexactitud; cuanto peor terminen, mejor para Cataluña y para España, eso sin duda.

Pero lo que ya no me da lo mismo es lo que pueda pasar en Cataluña, en la Cataluña real, pues los políticos locales, cuya prioridad debería ser el bienestar de sus conciudadanos y la resolución de sus problemas del día a día, se emplean por el contrario, en mil y una pendencias, en apuñalarse, en desplantarse y en zancadillearse como harían vulgares verduleras.

Porque mientras Carod, Mas y Maragall se afanan, con la bobalicona complacencia “zpresidencial”, en la ejecución de peligrosos malabarismos políticos en los que se pone en juego la unidad y el futuro de España, los desplomes de barrios por obras mal planificadas, concedidas y ejecutadas, no terminan de entender acerca de nuevas e inconstitucionales transferencias, los incendios forestales que a buen seguro también visitarán a Cataluña durante este verano, no observarán de acorazamientos competenciales y el descontrol inmigratorio, los colapsos circulatorios, la delincuencia, la subida del precio de la vivienda o los problemas de suministro energético, no se disolverán como por ensalmo a la vista de fabulados adeudos históricos.

Lucio Decumio.

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