Lo sé amigos. Me he tomado un largo descanso durante el último mes y ello ha redundado en una nula actualización de mi página en las últimas semanas. Pero vuelvo con redobladas fuerzas y ahí va la muestra de lo que digo, aunque sea con algunas jornadas de retraso.
Con el paso de los años, la Izquierda ha logrado que el subconsciente colectivo de los españoles –incluso de aquéllos que se encuentran en sus antípodas ideológicas- haya terminado por identificar a los partidos y dirigentes de ese espectro político con las banderas de la paz, la igualdad, el progreso, la ecología y una interminable serie de estandartes que envuelven tanta o más carga simbólica que los citados.
Estas insignias, enarboladas con los aditamentos precisos que requiere cada ocasión y servidos por los mañosos e innumerables fogoneros mediáticos a su servicio, han sido, son y desgraciadamente serán por mucho tiempo, el gran ariete del que se sirvan PSOE, IU, ERC y demás formaciones de perfil marxista o nacionalista, para infamar y avasallar a sus rivales políticos desde cualquier lugar y en cualquier momento, todo ello con un coste político cercano a cero.
Pero desgraciadamente, el citado abanderamiento no sólo actúa como estilete. También funciona como parapeto ideológico que permite repeler con comodidad cualquier crítica a su gestión política, haya sido ésta llevada a cabo desde el Gobierno o desde la Oposición. Dicho de otra forma, la Izquierda y los nacionalismos han logrado que, gracias al continuo flamear de esas banderas y al apoyo de sus corifeos mediáticos, la sociedad les juzgue por las ideas que dicen defender, pero no por sus acciones y por la repercusión y consecuencias de las mismas.
Sólo así puede entenderse que tras casi año y medio en el gobierno, la sucesión de claudicaciones en aras de la bandera de la paz, de desmanes envueltos en la insignia de la igualdad, de retrocesos revestidos por el pabellón del progreso y de aberraciones cubiertas por el verde distintivo de la ecología, apenas hayan arañado el crédito del gobierno más débil, pusilánime y laxo que ha conocido España en muchísimos años, como tampoco parece haber hecho demasiada mella en el reconocimiento de sus socios parlamentarios.
Ante esta concatenación de abusos, siempre desde la misma vertiente, no hemos sido pocos los que hemos levantado la voz. Y tan diáfanos han sido los desmanes, que con un simple ejercicio de comparación entre el tratamiento social e informativo recibido por unos y por otros ante hechos similares, el fraude y el doble trato quedaban de inmediato al descubierto.
Sin embargo, quienes venimos denunciando tanta doblez y tanto fariseísmo, nos hemos visto sobrepasados. Conjeturas del tipo ¿qué habría ocurrido si un diputado del PP hubiera hecho...? o ¿qué habría pasado si un presidente autonómico del PP hubiera decidido...? o ¿qué habría sucedido si un dirigente del PP hubiera dicho...? ya no sirven para encabezar más críticas o censuras a las decisiones o a los actos del Gobierno socialista y de sus socios.
Y no sirven por la sencilla razón de que la Izquierda y sus amigos nacionalistas, han puesto el listón muy alto. Tanto, que cabalmente es imposible imaginarse a un diputado nacional del PP capitaneando con premeditación y alevosía, el asalto al domicilio particular de un periodista desafecto; a otro congresista del mismo partido facilitando la entrada en el Parlamento Nacional de familiares de soldados españoles fallecidos en misiones en el extranjero con el ánimo de coaccionar a un dirigente rival o incluso a un Presidente del Gobierno de la citada formación, vendiendo a su país a terroristas, secesionistas y ventajistas de todo pelaje.
No obviaré la carga de errores que por su condición de tal, cualquier humano comete, así como tampoco soslayaré el ineludible porcentaje de ovejas negras que salpica a cualquier organización o agrupación formada por los hombres. Quiero que todo ello vaya por delante cuando afirmo que la Derecha sociológica en general y el Partido Popular en particular, engloban a un espectro de dirigentes, cuadros, votantes y simpatizantes que se atiene a las reglas del juego, las acata, las respeta y sobre todo, cree en ellas y en la legitimidad de la que emanan, que son el pueblo español y la Constitución que se otorgó soberanamente en 1978.
Por el contrario y salvo muy contadas excepciones, los líderes de la Izquierda por un lado y sus homólogos nacionalistas por otro, no nos dejan de dar muestras a diario de su falta de respeto por esos mismos principios y de su ánimo por pervertirlos y adulterarlos en beneficio propio.
Lucio Decumio.
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